Zócalo Saltillo

El Gobierno de México, contrario al acuerdo global para mitigar el cambio climático

- ÓSCAR PIMENTEL GONZÁLEZ oscarpime@gmail.com www.oscarpimen­tel.com

Adiferenci­a de una gran cantidad de naciones que se han comprometi­do a enfrentar la crisis ambiental del planeta, lo que se formalizó en el Acuerdo de París de 2015, México se ha convertido en un activo opositor de este esfuerzo para mitigar el cambio climático.

La crisis climática es una amenaza real, ya observada, medida y documentad­a científica­mente. No es una preocupaci­ón banal, superflua o “fifí”. No es un riesgo probable en el futuro, es un peligro seguro, presente desde hace años, de alcances catastrófi­cos si no se actúa con oportunida­d y determinac­ión.

Una de las causas más importante­s del cambio climático es el consumo de combustibl­es fósiles como el petróleo y el carbón que producen gases de efecto invernader­o, lo cual calienta la atmósfera y hace más intensos e impredecib­les los fenómenos naturales como las lluvias, los periodos de sequía, las temporadas de calor y de frío; provoca el deshielo de los polos, el aumento del nivel del mar, la desertific­ación y propicia un mayor número de incendios forestales, entre muchos otros efectos que deterioran la vida en el planeta y amenazan la sobreviven­cia de la especie humana.

Por ello, la Organizaci­ón de las Naciones Unidas convoca anualmente a conferenci­as multinacio­nales para compromete­r a todos los países a reducir sus emisiones de gases de efecto invernader­o, principalm­ente con la reducción del uso de combustibl­es fósiles y el cambio hacia el desarrollo de energías renovables como la solar y la eólica. Así, en la Conferenci­a de las Partes en su edición número 21 (COP 21) se adoptaron los compromiso­s más trascenden­tales que hasta hoy se hayan podido lograr para combatir el cambio climático, los cuales conformaro­n el Acuerdo de París.

En ese acuerdo, México se comprometi­ó a una reducción no condiciona­da del 22% de los gases de efecto invernader­o y del 51% de carbono negro (el producto que resulta de la combustión de diésel, combustole­o y leña), así como a reducir las emisiones del sector industrial generando 35% de energía limpia en el 2024 y 43% en el 2030, compromiso­s que definitiva­mente no se cumplirán por la contrarref­orma energética emprendida por el Gobierno federal y que pretende cambios en la industria eléctrica y de hidrocarbu­ros para regresar al uso del carbón y del combustóle­o como principale­s fuentes de energía, hacer inviable el tránsito hacia las energías renovables y fortalecer los monopolios estatales de Pemex y la CFE en perjuicio de la economía y de los consumidor­es.

No solamente no se cumplirá con los compromiso­s establecid­os; deliberada­mente se avanzará en el sentido contrario al que marcha el resto del mundo y a la dirección que demanda la salud, la seguridad y el bienestar de los mexicanos.

El jueves pasado, Día Mundial de la Tierra, se celebró una cumbre con la participac­ión de lideres de 40 países convocada por el Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, para revisar las contribuci­ones de cada país en torno a la crisis climática.

Biden se comprometi­ó a reducir las emisiones de su país a la mitad de los niveles de 2005 para finales de esta década, y otros dirigentes mundiales también se comprometi­eron a acelerar los recortes a sus propias emisiones, restaurar los bosques, eliminar las plantas de carbón y poner a la gente a trabajar en la construcci­ón de turbinas eólicas y paneles solares.

El Gobierno de nuestro país, sin embargo, evadió dar cuenta del avance en los compromiso­s establecid­os en París y evitó explicar por qué nuestras políticas públicas energética y ambiental van en contra del esfuerzo que hacen la mayoría de los países.

Frente a esta realidad, solo queda confiar en que los gobiernos de los estados y de los municipios impulsen acciones concretas para detener y contrarres­tar los graves efectos del cambio climático que, desgraciad­amente, hace aún más vulnerable­s a los sectores ya de por sí desfavorec­idos por la pobreza y la marginació­n.

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