Zócalo Saltillo

Doña Lupita y el síndrome AMLO

- Alejandro Irigoyen Ponce

Doña Lupita, como la conocen o ubican los vecinos de ciertas calles en la zona oriente de esta capital coahuilens­e, es una mujer peculiar. De las que se consideran luchonas, de las que aprendiero­n a sobrevivir y, especialme­nte, a sobreponer­se de los golpes que les ha propinado la vida. Vende, casi de puerta en puerta, todo lo que pueda cocinar, desde tortas, enchiladas, hasta tamales.

Quienes hemos tenido algún trato con ella, sabemos que es proclive a las grandes y temerarias afirmacion­es, que tiene cierto gusto por el chisme y que más vale llevarla lo mejor posible con ella, sino se quiere formar parte de sus historias, casi todas por igual, falsas y cargadas de cierta cizaña.

Ella sufre lo que algún vecino calificó como el “síndrome AMLO”: es ciertament­e conflictiv­a, vive en un mundo paralelo en lo que todo es como ella cree que es; dice, sentencia, critica y literalmen­te le vale un pepino si en el lance insulta o hasta difama. Sigue hablando, criticando y lanzando grandes afirmacion­es sin rigor, sin pudor, y mucho menos respeto a la verdad.

Bueno, pues resulta que la empresa SPIN, experta en estadístic­a y análisis de datos, determinó que Andrés Manuel, lanza en promedio en sus discursos, 86 afirmacion­es que no se pueden probar, y que lo ha hecho, en sus 596 conferenci­as de prensa, especialme­nte en las “mañaneras”.

Estas afirmacion­es van, desde las grandes descalific­aciones e insultos que dirige a todos y a nadie, cuando reduce a conservado­res corruptos a todos los que no están de acuerdo en lo que hace y cómo lo hace, hasta la manipulaci­ón de datos oficiales, cada vez que dice que él los interpreta de otra manera (que resulta única), o bien cuando argumenta tener “otros datos” y que nadie sabe cuáles son exactament­e y de dónde salen.

Una de las últimas perlas japonesas que se aventó Andrés Manuel fue sentenciar que si los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación no avalan la extensión de dos años de la presidenci­a de Arturo Zaldívar –desde la óptica presidenci­al, el único que puede y debe encabezar la reforma que planteó el Ejecutivo al Poder Judicial– pues serán cómplices de la corrupción. Así, tal cual, si no hacen lo que quiere, pues son corruptos.

A doña Lupita se le podrá comprar o no las enchiladas, tortas o tamales, y en el lance, se aguantarán algunos minutos, su afán de destrozar con chismes e infundios a medio mundo, bajo el entendido que uno mismo será materia del chisme con el vecino, pero en el fondo no hace mayor daño, a diferencia de Andrés Manuel, que es el Presidente de la República al que parece gustarle, y mucho, subirse al ring en la primera oportunida­d, con quien sea, como eso de acusar a Telmex de operar en contra del padrón de telefonía celular, luego de que el Instituto Nacional de Acceso a la Informació­n, decidió presentar una acción de inconstitu­cionalidad contra esta iniciativa de AMLO.

En fin, el “síndrome AMLO”: decir, criticar, descalific­ar, insultar, imponer su peculiar visión del mundo, aunque esta viole las leyes que juró cumplir y hacer cumplir, y además, sin necesidad de probar, argumentar o demostrar nada; y si a alguien no le gusta, pues es un corrupto.

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