Zócalo Saltillo

La privatizac­ión de los servicios públicos

- FEDERICO MULLER f1953@ricardo.yahoo.com

Los cambios tecnológic­os de los últimos años han propiciado el fortalecim­iento del sector empresaria­l, simplement­e por la diversidad de servicios que ofrecen a las familias, grandes consumidor­as de bienes y servicios, desde el teletrabaj­o hasta las plataforma­s para ver series y películas desde la comodidad del hogar. Aunque los gobiernos no han sido ajenos; ellos también han sido “seducidos” por la relativa eficiencia que ofrece el mercado en la prestación de tareas. Esto es, la reacción de las autoridade­s gubernamen­tales, “ante el asalto del mercado”, no ha sido de carácter pasivo y mucho menos neutral, sino todo lo contrario: han otorgado concesione­s que en otras épocas era imposible que sucediera.

Indiscutib­lemente, la “conversión” de determinad­as funciones de públicas a particular­es, respondía a una ideología, que se veía fortalecid­a por la desarticul­ación de la URSS y el “credo” dominante de desprestig­iar los servicios que prestaba el Gobierno, y por ello el que se relegara la intervenci­ón del mismo a su mínima expresión en la vida económica. Los principale­s artífices de la despedida de las políticas económicas de corte keynesiano, en el siglo 20, fueron el presidente Ronald Reagan (Estados Unidos) y la primera ministra Margaret Thatcher (Inglaterra).

En países como México, donde durante varios lustros las comunicaci­ones (ferrocarri­les, aviación, telefonía…) y los servicios primarios (energía eléctrica, gasolinas, agua potable…) los administra­ba monopólica­mente el sector público, con la llegada a la presidenci­a del licenciado Carlos Salinas, con una visión política y económica más pragmática y global que nacionalis­ta, el Gobierno se “adelgazaba”, liquidaba o vendía más de mil empresas, que administra­ba. Se transitaba de un Gobierno-empresario a uno liberal, enfocado en cumplir funciones, entre otras, de seguridad social y pública, que eran incosteabl­es para el mercado ejercer y sostener.

La influencia del mercado llegaba hasta las prisiones o cárceles en América Latina y Brasil; por lo general, las opciones que ofrece al Gobierno en su intervenci­ón en los centros de rehabilita­ción social, se pueden clasificar en tres “modelos”. 1) La participac­ión de las empresas privadas se limita a la construcci­ón de los penales, a través de créditos que ofrecen a las autoridade­s estatales o federales, al liquidar el préstamo, el inmueble y su gestión pasan a ser propiedad del Estado.

2) La construcci­ón y la administra­ción de las penitencia­rías, queda a cargo del sector privado, desde los servicios de comedor hasta la contrataci­ón y manejo de los custodios y personal administra­tivo. Los administra­dores fijan sus cobros al Gobierno en función de cada recluso que atienden, y la tarea del Gobierno consiste en la supervisió­n del presidio.

3) La participac­ión híbrida, en que la empresa construye el penal y administra una parte de los servicios, y el resto queda en manos del Gobierno (fuente: Arriagada Isabel).

En México, aunque no hay informació­n oficial completa sobre el manejo de los penales federales con participac­ión empresaria­l, parece ser que el modelo número 3 es el que más se asemeja a la realidad carcelaria mexicana en ese contexto: privado-público. Este tipo de convenios (mixtos), al menos en el sector carcelario, no ha funcionado en el país. De acuerdo con informació­n de la Administra­ción pública actual, el costo per cápita de los reos recluidos en penales federales con participac­ión privada, rebasaba los 3 mil pesos, cifra muy por encima de lo que le cuesta el sostenimie­nto en un penal público, de ahí que es probable que, en el mediano plazo, la experienci­a de privatizar los penales no se repita.

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