El modelo económico con matices más sociales
En el siglo 21, con sus avances y retrocesos, particularmente en el cuidado de los ecosistemas, el pensamiento económico no ha sido ajeno a esas evoluciones e involuciones. Le ha traído desafíos a la teoría económica dominante, lo que ha obligado a replantearse leyes y modelos de aplicación ordinaria en la compleja realidad económica de la población.
Esos modelos, además, formaban parte de la enseñanza, pues aparecían en los planes de estudio de las escuelas de economía, y también se consideraban buenos catalizadores en la eficacia de las políticas económicas que los consideraban. Un ejemplo de ello, ha sido el paradigma que asociaba el incremento de la inflación con el alza en los salarios y el circulante monetario, especialmente cuando las economías se encontraban en pleno empleo.
A raíz de la debacle inmobiliaria originada en Estados Unidos en 2007, algunos gobiernos y bancos centrales del planeta decidieron aumentar la oferta monetaria para reactivar la economía, y los incrementos en los índices inflacionarios no fueron extraordinarios, no se presentaron cifras de inflación de 2 dígitos. Desde luego, en las economías con una larga tradición histórica de tasas de inflación bajas e instituciones sólidas, prevalecía la estabilidad de precios.
Otro cambio que está dando el modelo económico capitalista (mixto), o al menos en la arista más desatendida, la correspondiente al sector público, está “despertando de su larga hibernación”. En Estados Unidos y la Unión Europea es evidente la participación cada vez más activa del Gobierno en la economía, que contrasta con la concepción que se tenía en la década de los 80, de marginar la inversión y el gasto público.
El aumento del endeudamiento público no se está considerando como obstáculo para impulsar la economía. Ante la semiparalización de las actividades públicas por la pandemia, la deuda se ha subordinado, o si me apuran un poco, ha pasado a un segundo plano. “El presente es lo relevante, al cabo en el largo plazo todos estaremos muertos”, frase parafraseada de la que externaba JM Keynes. Una orientación cortoplacista de la vida, por cierto muy occidental, a pesar, o aunque se hipoteque el futuro de las generaciones por venir.
Dejando las “minucias” del futuro y olvidando la frase “El Gobierno no es la solución a nuestro problema, el Gobierno es el problema” (R. Reagan, 1981), el presidente Joe Biden está proponiendo una tripleta económica “explosiva”, montada sobre tres patas, disculpándome el pleonasmo: 1) Plan de rescate a las familias pobres de la Unión Americana, el cual destinará cerca de 2 billones de dólares a través de transferencias monetarias y otro tipo de apoyos fiscales.
2) Plan de inversión en infraestructura y equipo, específicamente en la modernización del sistema carretero nacional, y el cambio del transporte, propiedad del Gobierno, tradicional (combustión interna) al eléctrico. La cifra no es nada despreciable: 2.25 billones de dólares.
3) Plan para apoyar la educación para parvularios y universitarios, ofreciendo bajo ciertas restricciones la eliminación (temporal) de colegiaturas e inscripciones, además de otorgar becas a los alumnos de educación superior seleccionados. Para ello, su Gobierno hará un desembolso de alrededor de 395 mil millones de dólares. Los programas económicos se ven prometedores por su cobertura, “cocinados” en un breve tiempo, pues todavía no cumple el semestre al frente de la Administración “yanqui”.