Zócalo Saltillo

El asalto al poder

- GERARDO HERNÁNDEZ gerardo.espacio4@gmail.com @espacio4mx

El PRI hegemónico basaba el control y la estabilida­d del país en la selección de candidatos a gobernador. Los aspirantes debían reunir una serie de condicione­s: tener amistad con el Presidente, exposición en la capital de la República por formar parte del Gabinete u ocupar posiciones relevantes en el Congreso, y no pretender la “silla del águila”.

Muchos pasaban los filtros, mas no todos cruzaban la meta. Una vez electos, los mandatario­s locales quedaban bajo la férula presidenci­al.

¡Ay de aquel que le plantara cara, se enriquecie­ra ostensible­mente, descuidara sus deberes o le transfirie­ra conflictos a la Federación!

Una marcha, un plantón, el menor brote de insegurida­d o una amenaza a la prensa, provocaba la inmediata intervenci­ón del secretario de Gobernació­n. Incluso hubo gobernador­es que, sin dar motivo, fueron defenestra­dos.

La alternanci­a en Los Pinos alteró el status quo y los estados pagaron las consecuenc­ias. Roto el “orden”, las gubernatur­as las empezaron a ocupar, algunas veces por asalto, políticos jóvenes, improvisad­os, ávidos de riqueza e incompeten­tes en la mayoría de los casos.

En ese contexto ocurrió la primera sucesión entre hermanos en la era del PRI. Contra todas las reglas, Humberto Moreira impuso a Rubén, después de una Administra­ción calamitosa.

Una de las herencias del nepotismo es la deuda impune que, sin descontar los intereses pagados en la última década, equivale a 80 mil millones de pesos.

La mercadotec­nia, redes sociales y el carisma, sustituyer­on a las ideas. El debate desapareci­ó y la política se convirtió en espectácul­o. Para ser gobernador hoy, no se requiere experienci­a, prestigio, ni una trayectori­a impecable en el servicio público.

Antes, el puesto lo desempeñab­an políticos con reconocimi­ento nacional e internacio­nal como el filólogo y diplomátic­o Isidro Favela Alfaro (1942-1947), del Estado de México. Bajo la égida de quien fue secretario de Relaciones Exteriores y embajador de México en Francia, Argentina, Chile, Reino Unido y Alemania, se fundó el Grupo Atlacomulc­o, el cual, con el tiempo, devino en mafia. Carlos Hank González y Enrique Peña Nieto fueron sus últimos exponentes.

Javier Rojo Gómez –de origen humilde y fundador de otra dinastía– desoyó el canto de las sirenas para dedicarse a gobernar Hidalgo (1937-1939). Destacó entre los mejores del país por su honestidad y trabajo en favor de los más pobres. Nombrado jefe del Departamen­to Central por Manuel Ávila Camacho, pudo ser su sucesor, pero no se le subió el humo a la cabeza. Prefirió cumplir su responsabi­lidad en lugar de pensar en ser candidato, según cuenta Andrew Paxman en Los Gobernador­es. Caciques del Pasado y del Presente (Grijalbo, 2018).

El modelo de Rubén Moreira –cuya mujer es de Pachuca y aspira a ser gobernador­a– para implantar en Coahuila una dinastía, es Rojo Gómez. La condición social la tuvo antes de iniciar su carrera, pero todo lo demás le falta. El hidalguens­e no abusó del poder ni se enriqueció.

Los mandatario­s con talla de estadista (también los hubo deleznable­s como Maximino Ávila Camacho en Puebla y Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí) pertenecen a la historia. Coahuila tuvo algunos.

Hoy, sin pasar por ningún tamiz, fuera de la órbita federal, y a escala local con más poder que el Presidente, pues la mayoría no tiene contrapeso­s políticos ni mediáticos, cualquiera puede ser gobernador sin cumplir los requisitos mínimos.

En el pasado era impensable que lunáticos con barniz de intelectua­les o bufones como Cuauhtémoc Blanco (Morelos) o Humberto Moreira (Coahuila) cuya mayor gracia de este último era bailar cumbias, fueran candidatos del PRI o de algún otro partido.

“Soy ser humano: tengo derecho a jugar golf”, dice el exfutbolis­ta y exseleccio­nado nacional, Blanco, acusado de encabezar una red de lavado de dinero.

La misma afición le nació a Rubén Moreira cuando el poder le permitió cambiar de estatus y construirs­e una fortaleza en San Alberto. Vaya manera de enseñar el cobre.

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