Crítica

La mala nueva, llévela otro

- Hermano Pablo/ Reverendo P.O. Box 100 | Costa Mesa | CA. 92628 EE.UU.

(Día Internacio­nal del Idioma Materno)

Poco antes de la Edad Media, en un lugar apartado de Italia había un rey que era amigo de las buenas noticias y enemigo de las malas. Al mensajero que le llevaba buenas noticias lo trataba con gentileza; al que le llevaba malas noticias lo castigaba con todo rigor.

En aquella corte había un traductor que conocía el mal genio del rey, así que siempre le daba un matiz positivo a las malas noticias que le tocaba traducir.

Un día desapareci­ó de la corte el joven hijo del rey y apareció en su lugar una nota que alguien logró introducir en el palacio. La nota estaba escrita en un idioma extranjero, así que el rey mandó llamar al traductor.

El traductor leyó con cuidado la nota y supo de inmediato que contenía la peor de las noticias. Al príncipe lo habían secuestrad­o y la nota establecía las condicione­s del rescate. De una manera clara y concisa exigía diez mil monedas de oro a cambio de la vida del niño.

El ingenioso traductor le interpretó la nota al rey en estos términos: «Su Majestad, su hijo se perdió en el bosque mientras jugaba al escondite. Allí lo atacó un lobo, pero un pobre campesino le salvó la vida. El príncipe ha sufrido algunos rasguños nada más. La mujer del campesino lo está cuidando. Ellos son buena gente y le devolverán a su hijo tan pronto como se restablezc­a del todo.

»Antes del regreso de su hijo, esperamos que su Majestad tenga la bondad de enviarnos algunas monedas de oro para cubrir los gastos. Sabemos que el príncipe vale mucho más que diez mil monedas de oro, pero diez mil monedas son suficiente­s. Los hombres de su Majestad podrán llevar las monedas a la Cueva de las águilas mañana antes del anochecer. También le rogamos encarecida­mente que no castigue a su honorable traductor por traducir estas malas noticias.»

El rey aceptó de inmediato ambas condicione­s. Pero su tesorero aún no había terminado de contar las monedas cuando el príncipe, que había logrado escapar, se apareció en la corte con un semblante sonriente y sin haber sufrido ningún daño físico.

El rey se puso tan contento por el feliz retorno de su hijo que decretó una amnistía general y premió al traductor confiriénd­ole el título de duque por su destreza en disfrazar las malas noticias de buenas.

Con razón dice el refrán: «La mala nueva, llévela otro.» A nadie le gusta ser portador de malas noticias. Pero son escasas las personas que, así como el traductor de nuestra anécdota, han aprendido a interpreta­rlas como buenas. Menos mal que Jesucristo, el hijo y mensajero-traductor de Dios el Padre celestial, tuvo a bien ponernos el supremo ejemplo de convertir la noticia más mala en la más buena del mundo.

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