El Siglo

‘El monstruo de Los Andes” mató a más de 300 niñas indígenas

- LEADIMIRO GONZÁLEZ C. LGONZALEZ@ELSIGLO.COM.PA

Dicen que Pedro Alonso López en su larga carrera de asesino mató a más de 300 niñas, la mayoría indígenas. Dicen también que con sus cadáveres practicaba la necrofilia. Lo cierto es que este hombre conocido como “El monstruo de Los Andes”, acabó con la vida de seres inocentes que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino. Los asesinatos de “El monstruo de Los Andes” fueron cometidos a finales de la década de los años 70 y 80 en Perú, Colombia y Ecuador, donde estuvo residiendo. Pedro confesaría más tarde a la policía que escogía a las niñas indígenas porque caminaban solas por las calles, a diferencia­s de las blancas que eran vigiladas por sus padres. Además, escogía a aquellas que tuvieran los ojos más inocentes. El ritual de Pedro consistía en seguir a sus víctimas, atraparlas, llevarla a un lugar solitario, violarlas, golpearlas y finalmente estrangula­rlas con sus propias manos. Luego habría una fosa y enterraba los cuerpos. “Siempre busqué a las niñas que tuvieran los ojos más inocentes, nunca las maté de noche, siempre a plena luz del día, porque matarlas de noche hubiera sido un verdadero desperdici­o, tenía que estrangula­rlas mientras veía cómo se iba apagando la luz de sus ojos”, confesaría Pedro años más tarde a la policía, sin ningún remordimie­nto. Pedro, de acuerdo a informes policiales mató a más de 300 niñas entre las edades de 9 y 12 años.

Su vida

Pedro Alonso López nació el 8 de octubre de 1948 en Nariño, Colombia. Era el séptimo de 13 hermanos, todos de distintos padres, pues su madre, Benilda López, se dedicaba a la prostituci­ón para mantenerlo­s. Incluso, Benilda llevaba a sus clientes a la casa y mantenía relaciones sexuales en presencia de sus hijos. “El monstruo de Los Andes” recordaría los quejidos de su progenitor­a y el olor que le llegaba del otro lado del cuarto. Además, sufría constantes maltratos de su madre, quien lo golpeaba con un palo de escoba cada vez que podía. “No fue una crianza normal con su mamá, porque le pegaba con palos de escoba, lo tiraba contra la pared”, contó una de sus vecinas. El hecho que derramó el vaso de agua y que obligó a que Pedro se fuera de su casa, fue el día que su madre lo sorprendió tratando de violar a una de sus hermanas. Benilda se puso furiosa y al día siguiente le dijo que se fuera de la casa, no sin antes quemarle los pies con una vela encendida. Desde entonces Pedro deambuló por las calles , comió de los basureros hasta que un anciano lo encontró llorando y le ofreció su ayuda. Lo llevó a su casa, pero sus intencione­s eran otras, violó a Pedro en repetidas ocasiones y lo mantuvo amarrado. Días después lo soltó. Pedro volvió a las calles hasta que una familia norteameri­cana lo rescató, lo llevó a su casa y lo metió en una escuela. Pero la vida de Pedro estaba predestina­do para la maldad. En el ese colegio fue violado por uno de sus profesores. El niño escapó y volvió a las calles. Después se marchó a la ciudad de Bogotá, donde se dedicó a robar y se convirtió en un experto delincuent­e. Un día fue detenido y lo enviaron a prisión. Estando en la cárcel tres peligrosos reos lo violaron.

Probó la sangre

Un día Pedro se cansó de tantos abusos que había sufrido y decidió acabar con sus violadores. Cogió un cuchillo y degolló uno por uno a sus agresores. Ese día probó el sabor de la sangre y seguiría matando. Tras ser liberado se marchó a Ecuador y se asentó en una comunidad indígena donde empezó a matar niñas. Los indígenas sospechaba­n que Pedro era el responsabl­e de tantas desaparici­ones de menores y un día lo agarraron y lo enterraron en la tierra con la cabeza afuera y le untaron miel para que las hormigas se lo comieran. Tuvo la buena suerte que una norteameri­cana lo salvó de una muerte segura. Al parecer Pedro logró escapar y siguió matando a criaturas inocentes. La suerte se le acabó un día que trató de secuestrar a una niña en los estacionam­ientos de un comercio. La niña gritó y las personas que se encontran allí lo atraparon y entregaron a la policía. Días después confesaría a un sacerdote sus crueles crímenes . Llevaría a la policía a 30 fosas , donde las autoridade­s desenterra­ron 50 cadáveres de niñas. Pedro fue condenado en 1980 a cadena perpetua, pero en 1999 se le dio libertad condiciona­l. Ese día salió riéndose y confesó que volvería a matar. Desde entonces se desconoce su paradero. Algunos dicen que familiares de las víctimas contrataro­n a sicarios para matarlo, otros dicen haberlo visto por las montañas. Lo cierto es que hasta el sol de hoy se desconoce el paradero de El monstruo de Los Andes.

LAS VIOLABA Y LUEGO LAS ESTRANGULA­BA MIENTRAS VEÍA CÓMO SE APAGABA LA LUZ DE SUS OJOS.

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