Una cosa por la otra

El encierro comienza a pasar factura en la salud mental de las personas, mientras que la incertidumbre económica se proyecta como el principal problema para los que todavía no pierden a un ser querido en medio de la pandemia. A medida que pasa el pánico, éste se convierte en costumbre.

La falta de mensajes claros sobre qué hacemos y para dónde vamos, es la principal deuda comunicacional por parte del Estado. Sin un plan definido, resulta imposible reprochar las acciones asumidas, solo queda la crítica por inacción.

Preservar la vida y la salud física de la población parece el primer objetivo del gobierno, sin embargo, ni la salud mental ni la económica han sido tomadas en cuenta la hora de decretar las medidas restrictivas. Por alguna razón, las autoridades del país consideran que la gente puede mantener la cordura, en medio de una campaña de miedo y encierro.

La vida es un proceso, al igual que la muerte. La vida y la muerte se entrelazan. Somos seres mortales que vivimos y morimos. La reproducción es lo que mantiene el equilibrio. Nadie piensa en la vida eterna desde un aspecto terrenal; para ello, existe un plano espiritual, donde los creyentes plantean la necesidad de ser eternos, ya sea en el cielo o en el infierno, dependiendo de como uno se haya portado en la Tierra.

Para los más pragmáticos el alma muere con el cuerpo y no existe vida después de la muerte. No obstante, el mundo se divide entre los que creen y los que no creen. Pensar en quedar bien con todo el mundo, tras cada decisión que toma el Estado en función a la pandemia, resulta un verdadero dilema.

Acabar con la salud mental de la población y con la economía del país porque algunas personas se mueren cuando les da COVID-19, tendría que ser una decisión de consenso nacional y no de un pequeño grupo que no se define.

“Preservar la vida y la salud física de la población parece el primer objetivo del gobierno, sin embargo, ni la salud mental ni la económica han sido tomadas en cuenta....”