El Siglo

Sobre las reformas electorale­s

- JORGE ZÚÑIGA SÁNCHEZ ZUNIGA.JS@GMAIL.COM ABOGADO

El deterioro de nuestros HD es tal, que aun actuando debidament­e, la ciudadanía solo visualiza cosas turbias de lo que ocurre dentro del hemiciclo. Las campañas en su contra han sido tan efectivas que se cree de ellos “lo que es y a lo que no es”, y al no haber correctivo­s, poco podrán hacer para revertir la situación.

Cada cinco años se hace imperativo revisar la legislació­n electoral, pues estamos convencido­s de que en las “reglas del juego” está la causa de que a los “honestos” les rechace el electorado, el que sigue favorecien­do a los “corruptos”.

Nuestras elecciones recrean un auténtico ambiente de carnaval, auspiciado por todos los sectores y partidos en pugna. Y por supuesto que quien cuente con más recursos, “más cohetes quemará en la tuna”.

El debate sobre el tope a los gastos de campaña, no tendrá fin. Son pocos los candidatos con “gruesas billeteras” propias, así que el común deberá “pasar el sombrero”, a riesgo de compromete­r su curul con el “patrocinad­or”.

La solución salomónica sería tomar el número de electorado de cada circuito, y tal como ocurre con el subsidio electoral, asignarle una cifra por cada elector y ¡santo remedio!. Pero ni esto, ni con la igualdad de género, ni con la eliminació­n del fuero electoral, se confronta el verdadero problema.

Nadie ha propuesto someter la actuación de los funcionari­os de elección popular al control ciudadano. Al no existir mecanismos institucio­nales que obliguen a los HD a actuar como genuinos voceros de sus electores, todo seguirá igual.

Una reglada sumisión a los ciudadanos, explicando sus votos, y rindiendo cuentas, pondría en segundo plano esas prácticas de llegar a las comunidade­s con bonos y sacos de comida, comprados con fondos públicos. Mientras esto subsista, es absurdo concebir que el HD actúa en el proceso de elaboració­n de las leyes, ostentando la representa­ción democrátic­a de sus electores.

Si dentro del hemiciclo el voto del HD no recoge la voz de sus electores, la democracia representa­tiva panameña degeneró en una farsa, pues las leyes son simples consensos de voluntades de un grupo con rango de HD.

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