El Siglo

La yeyesita y el obrero

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La ciudad se hacía sentir por doquier por la cantidad de eventos de vida nocturna en bares, cantinas, discotecas, cines y parquing en barriadas de los barrios populares.

Para Adrián, apodado Búho, un hombre de barrio, de unos 30 años de edad, que no culminó la educación secundaria debido a la pobreza en el hogar, la semana de trabajo era intensa, muy dura porque tenía que agachar el lomo haciendo mezcla y cargando bloques como obrero de la construcci­ón.

Todo el trajín de la semana se lo quitaba los sábados después del mediodía, en un bar-discoteca en Calidonia, ubicado a solo unos minutos de su lugar de trabajo

El domingo en el barrio la cosa era distinta. Asumía una actitud más tranquila y dejaba de lado su lenguaje soez y mal genio. Claro está tenía un interés. Adrián, quien vivía con su mamá le había echado el ojo desde los 13 años a Maribel, pero fue hasta ahora cuando cumplió los 18 añitos, que se atrevió a tirarle los perros. La joven era una mezcla de Birtney Spears y Madona, en su juventud.

Maribel no era de su clase social, pero desde pequeña llegaba a ese barrio por la relación de amistad que mantenía su hermano mayor con un amigo en esa comunidad. La chica de adulta comenzó a frecuentar el lugar sobre todo los domingos, día que Adrián aprovechab­a para montarle la caballería.

Su posición social la hacía sentir por las nubes. Era creída, hija de empresario y ex reina de novatada en secundaria. Miraba por arriba del hombro a los chicos que osaban enamorarla. La actitud de la joven cohibió a Adrián, quien sentía que no tenía oportunida­des de conquistar el corazón de la bella joven, pero no se daba por vencido.

Un domingo, Adrián se perfumó y se arregló lo mejor que pudo y salió a la calle listo para conquistar a la joven millonaria. Espero cuatro horas hasta que la vio bajarse del Lexus, color negro, despampana­nte, con sus rulos rubios, jean, camisa blanca de vestir de la línea de Carolina Herrera y un exquisito perfume, que lo hizo suspirar cuando la joven le pasó al lado.

En una esquina las amigas que se hizo Maribel en el barrio se reían de forma descontrol­ada, al punto que Adrián llegó a pensar que se había echado mucho perfume o no estaba bien combinado. Ese día, el vecindario armó una pachanga con carne asada y guaro.

A eso de las 8 de la noche la gente empezó a salir de sus casas y la barrida comenzó a coger vida con la música estridente y las humaredas de las barbacoas. Ya era la una de la madrugada y casi todos bailaban al ritmo de reggae. Llegó un momento en que las amigas de Maribel la dejaron sola, momento que aprovechó Adrián para invitarla a bailar. En ese momento sonaba “Despacito” de Luis Fonsi y Dady Yankke. Ella remolona al principio se hizo la indiferent­e pero accedió, porque ya casi todo estaban en la pista tirando pasos.

Entre roses, miradas e insinuante­s palabras al oído, la delicada muchacha fue flechada por Adrían. Desde esa noche iniciaron una relación que iba viento en popa hasta el día en que el hermano de Maribel descubrió el noviazgo y se armó el escándalo en su casa, porque sus padres tenían planes de enviarla a estudiar a Inglaterra.

La joven fue tan flechada por cupido que decidió defender su amor y un día decidió presentar a Adrián a su familia. Doña Beatriz de nariz respingada no era una mujer fácil de tratar y menos cuando se trataba de yernos o pretendien­tes de sus hijas, la más pequeña de ellas, Maribel.Cuando Adrián estuvo frente a su futura suegra sintió el rechazo de inmediato. La doña, viuda, de buen gusto al vestir y dueña de una inmensa fortuna, con sirvientes, lo reparó de arriba a abajo y preguntó

Adrián a qué se dedicaba y el origen de su descendenc­ia hasta el cuarto grado de consanguin­idad.

La doña le dijo a su hija que no aceptaría esa relación y que la eliminaría de su testamento si continuaba con esa relación. Adrián escuchó todo, bajó la cabeza y le dijo a su amada que por el bien de ella se olvidará de él. Ella lo miró y le dijo que ni aunque quisiera lo podría hacer porque tenía 3 meses de embarazo. Doña Beatriz pegó el grito al cielo y se desmayó, así que dos de sus criadas tuvieron que socorrerla. Pasaron varios meses para que la muchacha le pidiera a su madre que el padre de su hijo viviera con ellas. Hubo resistenci­a por parte de la doña, pero a regañadien­tes accedió. Todo iba bien, pero con ciertas restriccio­nes para el nuevo inquilino, como la prohibició­n de sentarse a comer en la misma mesa con la suegra. Al pasar de los años Doña Beatriz falleció y Adrián junto a su cuñado asumió la responsabi­lidad de la hacienda y los bienes de la famili

Doña Beatriz pegó el grito al cielo y se desmayó, así que dos de sus criadas tuvieron que socorrerla. Pasaron varios meses para que la muchacha le pidiera a su madre que el padre de su hijo viviera con ellas

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