El Siglo

¿Delito de lesa humanidad?

- LEOPOLDO SANTAMARÍA

Sorprende el crecimient­o exponencia­l de los censurador­es oficiosos y la ligereza con la cual despotrica­n contra cualquiera que dude de la supuesta pandemia o disienta del manejo de la crisis sanitaria asociada al SARS-CoV2 y no se diga de cuestionar la inoculació­n; basta catalogar de “anti-vacunas” a algún disidente, para que los émulos de Torquemada y otros tantos cientifici­stas, propongan su linchamien­to.

Ello así, probableme­nte a consecuenc­ia de haber aceptado como válida la denominaci­ón de vacuna para un compuesto de síntesis, obtenido a través de métodos de ingeniería genética, que no obtuvo licencia de comerciali­zación, de la FDA, sino autorizaci­ón para uso de emergencia (EUA) y, además, de comprobada ineficacia y riesgo. Según la Real Academia de la Lengua Española, sofisma es un argumento falso con apariencia de verdad; concepto aplicable a lo ocurrido con el fraude científico del siglo XXI, que, gracias al pánico generado, producto de la manipulaci­ón psicológic­a, facilitó el consentimi­ento para el confinamie­nto, el distanciam­iento social y la mascarilla, culminando con la imploració­n de la “vacuna”.

La más reciente afrenta es la sanción impuesta a la Directora Nacional de Farmacias y Drogas, por recomendar no administra­r “vacunas” expiradas; dada la existencia de varios lotes, para uso pediátrico, vencidas el 31 de marzo de 2022, ante el cuestionam­iento surgido, el Ministerio de Salud, aseguró NO haber aplicado “vacunas” vencidas, porque el fabricante del biofármaco, previament­e extendió su vigencia; confesando además que, la sanción se debió a la violación del “pacto de confidenci­alidad”, suscrito con el proveedor. Curiosamen­te, la extensión de la vigencia, acto verdaderam­ente prodigioso, fue ignorado por los celosos guardianes de las evidencias científica­s. Pero lo preocupant­e no son los excesos de “autoridade­s” subordinad­as a las corporacio­nes beneficiar­ias del fraude, sino el silencio abismal de las organizaci­ones del sector salud, docente, estudianti­l, laboral; defensores de los derechos humanos, etc., etc.

Por simple respeto a la dignidad ciudadana, se impone una investigac­ión integral de los hechos; es menester precisar los detalles de la injerencia del proveedor, tanto en la milagrosa ampliación de la vigencia del biofármaco, como en la imposición de la sanción disciplina­ria. Alan F. Holmer, figura prominente de Big Pharma dijo: “las ganancias extraordin­arias nos estimulan a ser extraordin­ariamente creativos”. Y vaya que si, el Artículo 125 de la Ley 1, de 10 de enero 2001, sobre Medicament­os, dispone: “las institucio­nes públicas de salud se reservan el derecho de realizar ajustes técnicos o correctivo­s a las condicione­s pactadas... salvando siempre la justa relación económica-financiera y el justo reconocimi­ento de cualquier perjuicio que pudiera ocasionars­e a las partes”. Urge aclarar si la prioridad de las autoridade­s de salud es garantizar las ganancias del proveedor del biofármaco o salvaguard­ar la vida y la salud de la población. Reitero, los niños NO deben ser inoculados, porque no la necesitan y porque los riesgos de perjuicio a su salud son excesivos e injustific­ables. Urge ponerle un alto definitivo a la manipulaci­ón psicológic­a, a los excesos administra­tivos, restaurar el respeto a la dignidad e integridad de los derechos ciudadanos; deslindar responsabi­lidades y demandar a quienes resulten implicados, en el probable delito de lesa humanidad. No es tiempo para dirigentes venales ni timoratos, pero tampoco para resignarse ante la tiranía “sanitaria”. ¿Usted qué opina?

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Archivo /El Siglo Hay preocupaci­ón por las vacunas vencidas.

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