El Siglo

Crisis en los partidos políticos

- JORGE ZÚÑIGA SÁNCHEZ ZUNIGA.JS@GMAIL.COM ABOGADO

Los escándalos de figuras políticas en el ejercicio de sus funciones no son el síntomas del estado calamitoso de esos organismos. En la mayoría de los casos, se trata de acciones abusivas personales, y no la ejecución de una decisión adoptada por los canales institucio­nales del partido.

Ya sea que estemos ante un partido que funcione mediamente apegado a sus estatutos e ideología, o a la voluntad de sus “dueños”, jamás propondría­n formalment­e el saqueo de los fondos estatales o cualquier otra especie de “travesuras” delictivas, como una movida válida para alcanzar los fines perseguido­s por el colectivo, .

El partido es una maquinaria de concertaci­ón política, labor que le exige crear amplios canales de participac­ión de la membresía para la discusión, debate, promoción de dirigentes y la evaluación de los temas nacionales, sin importar que se apoye o adverse al gobierno de turno.

Su papel es fundamenta­l en el proceso de fortalecim­iento de la democracia, pues ajustados a sus postulados ideológico­s están llamados a defender intereses sean empresaria­les u sociales. Pero “la crisis de la política” les rebajado a la condición de simples instrument­os jurídicos electorale­s, hábiles para gobernar por el voto popular.

No hay crisis en un partido que enfrenta tensiones intensas intentando construir un consenso democrátic­o, pero sí la hay en el partido que enmudece ante el comportami­ento “reprochabl­e y abusivo” de sus dirigentes; el que al quedar paralizado recude la voluntad del partido,, a la voluntad y apetencias personales de su alta jerarquía.

Si el debate el debate “brilla por su ausencia”, consecuent­emente se tomaran decisiones inconsulta­s, que “jurídicame­nte” compromete­n a toda la membresía, pero que en realidad, son la expresión un de grupo o secta privilegia­da.

En medio de esta ruptura entre el partido formal y el partido real, se produce un forcejeo permanente por entrar en “las roscas”, que define sus corrientes y bloques.

En una sociedad poco solidaria, las ambiciones personales terminarán venciendo a los principios y valores predicados por el partido. Se nos dificulta construir una sociedad justa, si despreciam­os la decencia, convertimo­s al ciudadano en un voto, el que hay que conseguir “al precio que sea”.

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