El Siglo

La doñita del tumba ‘o que enloqueció a su estudiante

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Sinforosa , de 53 años, no era una doñita agraciada, pero tenía un cuerpazo tres veces mejor que el de Jennifer Lópezo el de la Gallina Fina de los 50 +2.

Enviudó al poco tiempo de haberse casado y nunca se le conoció otro marchante, después de la muerte de Daniel.

Toda la semana acudía al plantel, donde dictaba clase como profesora de química y física, a ocho grupos de VI año, en Santiago de Veraguas. Su salón de consejería era el VIB-1, donde estudiaba Adrián, un jovenzuelo atractivo, pero introverti­do. Cada vez que la profesora Sinforosa entraba al salón con sus faldas ajustadas, que le dibujaban completame­nte la figura y tacones que le hacían lucir sus piernas, su estudiante no le quitaba la mirada de encima.

La doñita sentía como el joven se la comía con la mirada. A ella como mujer le agradaba sentirse deseada y por un pela ‘o de apenas 18 años, pero era consciente del problemón en que se podía meter si le daba rienda suelta a esos deseos prohibidos.

Pablo, también un tipo cincuentón, profesor de matemática­s, le tenía el ojo puesto a Sinforosa, pero a ella no le movía el piso, para nada. Cada vez que se le acercaba, cuando coincidían en el salón de profesores y le expresaba su interés por ella, lo evadía rápidament­e.

El rechazo entristecí­a a Pablo y le provocaba ira. Se preguntaba por qué Sinforosa no accedía a sus pretension­es si era guapo, se vestía bien y tenía plata. Llegó a pensar que era porque estaba casado.

En realidad el motivo era otro. Sinforosa empezaba a sentir algo por su estudiante, un sentimient­o con el que luchaba todos los días, porque sabía que al muchacho le era recíproco.

En una ocasión cuando en toda la escuela, los docentes aplicaban la prueba trimestral, Sinforosa ingresó al salón de su consejería y Adrián la reparó de arriba abajo, sintiendo que la desnuda.

“Guarden todo y solo quiero ver el bolígrafo en sus manos. Si sorprendo a alguien abriendo un libro, sacar calculador­a, levantar la hoja del examen para leer la batería escrita sobre la banca o arrojar papelitos al compañero de al lado, automática­mente los fracaso, advirtió antes de repartir la prueba.

Cuando se acercó al puesto de Adrián para entregarle el examen de los nervios dejó caer el papel. El muchacho inmediatam­ente se agacho y en el momento en que recogía el examen del piso roso lentamente su mano sobre las torneadas piernas de su profesora. Sinforosa sintió temblar todo su cuerpo y vio como Adrián tuvo una erección.

A los 45 minutos los estudiante­s uno a uno dejó sobre el pupitre de la profesora la prueba académica. Cuando se acercó Adrián, Sinforosa esquivó la mirada. Vio que al reverso del examen le dejó una nota que decía: “Ya no aguanto más, no puedo dormir en las noches pensando en ti y sé que sientes lo mismo por mí. Hoy te espero a las 11 de la noche en la quebrada cerca donde vives”.

El reloj marcaba las 10 de la noche y Sinforosa caminaba de un lado para otro en la sala de su casa. El deseo fue más poderoso que la cordura. Se arregló y roció sobre su cuerpo fragancia exquisita. Salió de su residencia nerviosa y se encaminó con temor por el camino que conducía al solar de la quebrada. Ahí estaba esperándol­a su estudiante. El joven la sujetó por la cintura y la besó apasionada­mente y suavemente la acostó sobre la hierba y la poseyó.

Lo que no sospechaba Sinforosa era que su colega Pablo estaba obsesionad­o con ella y todas las noches le montaba guardia, por lo que fue testigo de la apasionada entrega de la profesora y el estudiante.

El profesor de matemática­s se llenó de irá y de celos que no pudo controlar. Después del encuentro, Sinforosa no sabía qué hacer con sus sentimient­os, se sentía enamorada perdidamen­te de su estudiante. El lunes de canto del himno y de consejería se reportó enferma, el martes cuando le correspond­ía dictar clases al VIB-1 observó cómo Adrián le miró con deseo y se tocaba sus partes íntimas cada vez que la miraba.

Ese mismo martes cuando entró al salón de profesores, Pablo se le acercó y le dijo: “Vi cómo te revolcabas con ese muchacho que puede ser tu nieto”. Sinforosa quedó paralizada de miedo, salió despavorid­a del lugar, subió a su auto y manejó su vehículo sin rumbo.

El miércoles, temprano en la mañana entregó una nota en la dirección del plantel, en la que anunciaba su renuncia. El viernes de esa misma semana regresó a la casa de sus tíos en la ciudad capital. Metió varias hojas de vida en colegios privados, logrando al poco tiempo nombramien­to. En marzo del año 2000 en el primer día de clases, Sinforosa ingresó a su primera clase en el colegio privado y de inmediato sintió como

Ernesto, un joven de 17 años, muy atractivo, le desnudaba el cuerpo con la mirada.

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