El fin justifica los medios

El derecho a la intimidad versus el derecho a la información, un ida y vuelta de nunca acabar. La protección de la vida privada y de los datos, es un asunto hoy, más relacionado a la seguridad cibernética que a los propios valores que enmarcan el deber ser. Nadie está exento al escrutinio público ni al bullying mediático y digital.

El combate a la corrupción estableció un sistema permisivo de que todo se vale, si la causa es buena. La violación a los principios de la privacidad, es buena, si la información que se obtiene demuestra un hecho delictivo. Una persona puede poner una cámara de video con audio en un baño, si la causa es supervisar la custodia del personal doméstico encargado del cuidado del hogar.

Es perfectamente, entendible, que un padre o una madre sufran angustia por tener que dejar a sus hijos menores en cuidado de terceros o extraños, pero qué derecho da ese temor a violar la intimidad de una persona al momento realizar sus necesidades fisiológicas. Solo hay que pensar que todos estos años, en el baño de tu trabajo, había una cámara espiándote, y que el fin era conocer si eras un ladrón o un sádico.

Para vivir en sociedad, se debe entender que el derecho de uno comienza donde termina el de los demás. El problema es cuando crees que lo que hacen los demás es malo, pero si lo hago yo es bueno.

La filtración de datos obtenidos de forma ilegal en Panamá, ha sido celebrada y aplaudida por todos, en conciencia de que un delito se expone gracias a otro delito. Hay medios de comunicación tradicionales y digitales que viven de publicar información robada o hackeada, pero como el resultado expone un hecho, se aplaude.

El problema se suscita cuando el disparo rebota en la cabeza de quien, en algún momento, aplaudió lo que a otros les afectó. Lo que es bueno para el rey, también es bueno para la reina.

Hay medios de comunicación tradicionales y digitales que viven de publicar información robada