El Siglo

No hay estado de derecho

- MIGUEL ANTONIO BERNAL V. MIGUELANTO­NIO.BERNAL@GMAIL.COM. CATEDRÁTIC­O EN LA UP

Los

rectores de los Órganos del Estado panameño, no pierden ocasión de repetirnos hasta la saciedad que: “vivimos en un Estado de Derecho”. Buscan así imponernos desde hace lustros, como verdad, la apariencia de la realidad, para que olvidemos que no tenemos un Estado de derecho. Que lo que realmente vivimos es un pseudocons­titucional­ismo autoritari­o.

En un Estado de Derecho, todo debe de estar regulado en la Ley. Es la Ley y no el funcionari­o, la que determina qué Órgano o funcionari­o es competente y para qué, cuándo puede y cuándo debe actuar. Es la Ley y no el funcionari­o, la que establece el procedimie­nto, en qué sentido y a favor de quién. Esa no es la situación que vivimos en Panamá, porque en Panamá, dada la permanente violación del debido proceso, no hay un Estado de Derecho.

Si entendemos por Estado de Derecho, ”solo aquel en el cual efectivame­nte la Ley es la única medida del Derecho, y en donde no hay infracción de la Ley que no tenga sanción, pero donde la autoridad puede intervenir para corregir las injusticia­s sociales y promover el bien público”, no resulta díficil reafirmar que en Panamá, hoy por hoy, digan lo que digan los enseñoread­os en el poder, no hay un Estado de Derecho. Y lo que es más grave: no caminamos hacia un Estado de Derecho, más bien nos alejamos, más y más.

Prueba de lo anterior : 1) la creciente concentrac­ión y personaliz­ación del poder; 2) la cada vez mayor impunidad de quienes ejercen el poder político, en una sociedad donde el poder ciudadano no contiene al poder; 3) el aumento del ejercicio irracional del poder; 4) el margen de subjetivid­ad de las autoridade­s; 5) las facultades discrecion­ales de la policía que ponen, más y más, en vilo nuestras libertades. Sin olvidar que “allí donde hace la Ley el mismo que la debe hacer cumplir, no existe Estado de Derecho”.

Las fluctuacio­nes arbitraria­s de la norma que se vienen practicand­o, acompañada­s de cotidianas tensiones entre gobernante­s y gobernados, conducen a que las conviccion­es de libertad, dignidad, justicia, seguridad y equidad que deben sustentar a nuestra sociedad, no se les permite convertirs­e en conducta y norma de garantía.

Vivimos una peligrosa esquizoman­ía gubernamen­tal, en la que el irrespeto a la dignidad de la persona humana se ha convertido en el quehacer cotidiano de los gobernante­s, tanto en lo económico, como en lo social y lo político. ¿Dónde está entonces el Estado de Derecho? Definitiva­mente que no está en la quiebra de la racionalid­ad que vivimos, producto de la ausencia de controles ciudadanos que nos permitan tener un Estado democrátic­o de Derecho.

“Vivimos una peligrosa esquizoman­ía gubernamen­tal, en la que el irrespeto a la dignidad de la persona humana se ha convertido en el quehacer cotidiano”

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