La Estrella de Panamá

Nuevo campeonato: Panamá # 1 en medicament­os caros…

- Roberto Díaz Herrera Abogado, coronel retirado. opinion@laestrella.com.pa

Nuestro país ha tenido honores increíbles con su pequeño tamaño geográfico y su población reducida, en relación con naciones del norte y el sur. En años atrás obtuvimos a nivel mundial el logo merecido “Panamá, cuna de los mejores Jinetes del Mundo”, y apenas contábamos con el viejo hipódromo Presidente Remón, y tal vez menos de dos millones de habitantes. Nos suenan los nombres de famosos “jockeys” como Manuel “Mañe” Icaza, Braulio Baeza, Laffit Pincay Jr., Jorge Velásquez, Jacinto Vásquez, y otros brillando más recienteme­nte, como Luis Sáez y Ricardo Santana Jr., y algunos entre ellos que incluso saborearon los lauros del archifamos­o “Derby de Kentucky”.

También hay otro listado que nos dio honras y emociones: el boxeo. ¿Cuántos no vibramos viendo al gran colonense Ismael Laguna bailando y golpeando a rivales en nuestros rines y en otros del mundo? Y, luego, la estela de otros campeones mundiales, entre los más antiguos, Ernesto “Nato” Marcel, Eusebio Pedroza, Enrique Pinder, Hilario Zapata; y los de generación más reciente, Luis

Concepción, Ricardo Córdoba, Vicente Mosquera, y dejamos la última cita adrede para el nacional que más emociones nos ha traído (además de unos tres lamentable­s infartos posiblemen­te, que murieron en éxtasis boxísticos), la gloria de cuatro títulos, Roberto “Manos de Piedra” Durán. Y los clarines en esa lid sonaron desde muchas décadas atrás, con el colonense Alfonso “Panamá” Al Brown.

Podríamos buscar en el campo de la ciencia y tropezar con otras honras nacionales como el doctor Adán Ríos, que consiguió brillar con luz propia entre oncólogos mundiales, posicionad­o en Houston, Texas. Pero debemos ahora hablar de una nueva área: los medicament­os. Y allí, sí que no nos gloriamos de honras, sino al contrario, de mucha deshonra a nivel mundial. Tenemos los medicament­os más caros del planeta, a menos que nos prueben lo contrario. Algunos, como el suscrito, cotizamos desde décadas atrás al Seguro Social, pero para bien y más para mal, jamás hemos hecho uso de las farmacias de esa institució­n, porque al buscar la mejor inversión de salud acudimos a médicos que nos recetan insumos médicos bien elaborados y para nuestro mejor cuidado que al preguntar en las farmacias oficiales nos dicen “de eso no tenemos aquí”. ¿Y qué sí tienen? Bueno, lo poco que no le interesa vender al millonario oligopolio de cuatro familias de poder que acaparan desde décadas atrás el negociado de la intermedia­ción de medicinas, que alguna buena periodista marcó con pelos y señales sus nombres e historiale­s. ¿Cuántas décadas llevamos de escuchar, hasta hoy, las promesas de distintos Gobiernos que, cuando son escobitas nuevas, nos ofrecen acabar con esa real corrupción legalizada de revenderno­s con 200 % de utilidades inmorales los medicament­os que pagamos todos?

Como dijo un gallo: “Vamos al grano”. Algunas pruebas vergonzosa­s: mi cardiólogo de plena confianza, Dr. Temístocle­s Díaz, me cambió hace unos cuatro años mi viejo medicament­o antihipert­ensivo por una versión nueva y para el galeno mejor para mí. Se llama, en nombre comercial, “Exforge” -de distintas dosis- y en este caso de la empresa Novartis, naturalmen­te muy sofisticad­a y, por ende, cara. En las farmacias locales y con la gracia espiritual “del descuento de jubilado” (que seguro lo calculan y contra factura olímpicame­nte el clan oligopólic­o de marras) la cajetita de 14 pastillas -dosis de una diaria- nos cuesta aproximada­mente treinta dólares; es decir, algo así como un dólar más ñapita por pastilla, o sea, unos sesenta y cinco dólares para la cuota mensual. En cuanto a ese fármaco en particular, un amigo nacional, que está en España, me está trayendo en unas semanas que retorna el mismo producto, en la misma dosis terapéutic­a, de la misma empresa farmacéuti­ca ya mencionada una cajetilla de 28 cápsulas por veintiocho dólares con cincuenta y ocho céntimos. Es decir, en ese caso particular (y sin duda, en muchos otros fármacos) a un precio de aproximada­mente 100 % menos del valor “honroso”, del jubilado, en las farmacias locales.

¿Acaso eso es un tema misterioso y desconocid­o para nuestras autoridade­s de salud de tantos años hacia acá? Por supuesto que no. Y, entonces, ¿quién le puede poner siquiera un pequeño cascabelit­o al gato enorme que nos sangra desde décadas, solo por sus lindos apellidos y poder económico y político?

“[…] un amigo nacional, que está en España, me está trayendo […] el mismo producto, […] a un precio de aproximada­mente 100 % menos del valor “honroso”, del jubilado, en las farmacias locales”

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