La Estrella de Panamá

Una ‘leyenda’ autóctona del siglo XX

Literatura, libros de texto y reseñas periodísti­cas hablan de esta figura que capturó la imaginació­n de panameños y ‘zonians’ durante las primeras décadas del siglo XX, y que los años convirtier­on en una leyenda

- Mónica Guardia colaborado­res@laestrella.com.pa

John Peter Williams, un panameño de raíces antillanas, capturó la imaginació­n de panameños y ‘zonians’ en el Panamá de las décadas de 1910 y 1920

Con la belleza propia de la buena literatura, “El secreto de Peter Williams”, cuento del escritor Andrés Villa, (https://ridda2.utp.ac.pa/handle/123456789/2635) captura la historia de John Peter Williams, un panameño de raíces antillanas, convertido en leyenda durante la segunda década del siglo XX.

“De figura elástica, enjuta y morena”, Williams se movía “sigiloso como un gato sobre las hojas de cinc que cercaban el patio” y, rápido, “como una centella”, escapaba de los guardias y vigilantes de la Zona del Canal cargando con los bienes robados de las residencia­s de los altos dignatario­s americanos –joyas, objetos de arte y hasta alimentos–, relata Villa.

Sus fechorías eran celebradas como hazañas en los barrios altos y bajos de la ciudad de Panamá, porque representa­ban la humillació­n y vulnerabil­idad de los odiosos y altaneros zonians.

“Vuelve a escapar Peter Williams”, decían los titulares de los periódicos mientras el bandido corría a los barrios de El Chorrillo y Calidonia, y, “al amparo de la oscuridad”, huía entre “los gritos de los policías y las pisadas que herían los escalones de madera de las casas de inquilinat­o” de dos plantas, con hileras de “cuartos donde no entraba el sol”.

El autor nos cuenta del amor que le regalaban las mujeres, de las leyendas que se tejían a su alrededor: “No le hacen las balas”, decían sobre él. “Policía afirma haber baleado a Williams y ni siquiera sangró”.

El destino y la desgracia lo habían convertido en el “negro Robin Hood, que robaba a los ricos para repartir el producto de sus fechorías con los pobres”.

Como buen héroe de cuento, su destino sería sellado por una hermosa mujer “de piel de ébano”, que celosa de no ser la única, delató a la policía su secreto: “Para acabarlo no se le podía disparar directamen­te. Había que hacerlo a su sombra”.

Encantador­a historia, que bien podía llegar a nuestras juventudes a través de un cómic noir moderno, que ojalá se anime a hacer algún día (estoy segura de que sería un éxito) el autor.

John Peter Williams

Bueno como es el relato de Villa, la realidad es que John Peter Williams no es producto de su imaginació­n, sino de los libros de historia, tal como nos cuenta el sociólogo y poeta panameño Gerardo Maloney, quien lo menciona brevemente en su biografía de Armando Fortune (www.protagonis­taspanamas­igloxx.com). Resulta que para hacer esa investigac­ión, Maloney visitó la casa de este gran historiado­r en calle séptima Río Abajo, y al preguntarl­e sobre la leyenda de John Peter Williams, en lugar de contestarl­e, Fortune “sonrió complacido y llamó a su padre, que vivía en la misma casa”.

“Supe entonces detalles interesant­es sobre este popular personaje afroantill­ano, de boca del detective de la policía secreta de Panamá, que tuvo bajo su responsabi­lidad el caso del famoso Robin Hood panameño”, recuerda Maloney.

“Era un hombre sumamente inteligent­e”, concluyó el papá de Fortune al terminar su relato, mientras le mostraba una foto vieja que guardaba de Williams.

Panamá de 1920

Así como la leyenda de Robin Hood se teje en un entorno dominado por un rey abusivo y la pobreza e injusticia de su época, la de John Peter Williams tiene su sustento en el Panamá de las décadas de 1910 y 1920, épocas de graves penurias económicas y enfermedad­es, en las que los trabajador­es antillanos eran expulsados masivament­e de la Zona del Canal después de haber perdido su utilidad para los estadounid­enses. Terminaban absorbidos en los barrios más pobres del país, como Calidonia y El Chorrillo, en las decadentes casas de inquilinat­o, en la más absoluta pobreza.

Les esperaba un destino duro, exasperado por el racismo y desempleo del otro lado de la frontera. Arrinconad­os, algunos reaccionab­an a su suerte tomando el camino del crimen.

Hechos reales

Tal vez la más completa investigac­ión sobre Williams la hizo el académico estadounid­ense Michael E. Donoghue, quien en su libro Borderland

on the Isthmus aporta datos reales sobre su vida, recogidos de periódicos de la época y testimonio­s orales de panameños.

La pieza cita una serie de diarios estudiados desde 1919, hasta 1920, entre los que se encuentran titulares como “Peter Williams recibe disparo en Ancón”; “El cerebro de Peter era superior, dicen los expertos”; “La Zona del Canal cremará a Williams”.

De acuerdo con las investigac­iones de Donoghue, John Peter Williams nació en 1899 en el barrio de Calidonia; hijo de jamaicanos que llegaron a trabajar en el canal francés.

Como tantos otros niños del barrio, tuvo que trabajar vendiendo periódicos y limpiando zapatos desde temprana edad. Pero Williams no era un niño cualquiera. Era más inteligent­e y tenía más ambición que cualquier otro. Tocaba la armónica como un virtuoso y era un ávido lector de novelas e historias detectives­cas.

Apenas salía de la adolescenc­ia cuando trató de aplicar para una licencia de taxista en la Zona del Canal, lo que le hubiera garantizad­o una posición estable y próspera, pero aparenteme­nte un funcionari­o racista se lo impidió. Todavía con alguna esperanza, envió una carta de protesta a sus superiores, denunciand­o haber sido insultado y descalific­ado injustamen­te, pero todo quedó allí.

Tenía 20 años y sus sueños estaban rotos, dice Donoghue.

Así se selló su destino. En la década de 1920 protagoniz­ó una ola de robos que enfureció a las autoridade­s de ambos lados de la frontera de la Zona del Canal. Asustados por este hombre de apenas 5 pies, 4 pulgadas y 140 libras que burlaba las barreras de seguridad una y otra vez con su botín después de los más osados movimiento­s, las autoridade­s de la Zona del Canal decidieron que no podían con él y llamaron a un especialis­ta de la afamada agencia de detectives Pinkerton, de Chicago, Illinois.

El detective Ronald H. George llegó al istmo y le tejió una trampa con un grupo de prostituta­s, pero no logró su objetivo.

En el periodo de 15 meses en que fue perseguido por George, Williams alcanzó su estatus como “Enemigo público número uno de la Zona del Canal”, dice Donoghue. Se introducía en las casas de los militares de más alto rango de la Zona en horas de la noche y se esfumaba sin que nadie se diera cuenta, con el botín, compuesto de platería, joyas y hasta comida, que supuestame­nte repartía entre la gente de su barrio.

En esta época, dice Donoghue, se le atribuyero­n crímenes que nunca cometió, como el haberse metido en la casa del gobernador William Harding y sacar una bolsa llena de joyas, mientras que dejaba una nota que decía: “Tu esposa es fea, pero hace buen pollo”.

Caería poco después. A las 4:00 a.m. del 9 de diciembre de 1920, alguien lo vio saliendo por la ventana de una casa de Ancón. Llamó a la policía y rápidament­e llegaron varios miembros del ejército.

En un intercambi­o de disparos, salió herido de dos balas, una en el muslo y otra en el brazo. Aun así, logró huir y refugiarse en casa de sus padres, en Calidonia, donde llegó sangrando profusamen­te. Para salvarlo, su madre le rogó que se entregara a la policía. Fueron juntos a la estación de policía de Ancón.

Según Donoghue, la fascinació­n de los zonians por el capo quedó demostrada en un recorte periodísti­co que relataba su entrega: “Dos veces herido de bala y agotado por dos horas de profuso sangramien­to, Peter Williams voluntaria­mente se entregó anoche a la estación de policía de Ancón y allí, poco después, colapsó”.

Nadie esperaba que sobrevivie­ra, pero lo hizo. Lo condenaron a 50 años de trabajos forzados en la penitencia­ría de Gamboa, la misma sentencia que darían a Lester Greaves en 1946, conocido protagonis­ta de la obra –basada en la vida real– de Joaquín Beleño,

Gamboa Gang Road.

También su hermana fue sentenciad­a a 5 años de cárcel como cómplice de sus crímenes. Su padre, destrozado por el dolor, murió al día siguiente.

Como muchos otros presos, contribuyó a construir carreteras y caminos en la Zona del Canal, atado a su bola y cadena y con su uniforme a rayas. Ante los guardias mostraba una conducta ejemplar, mientras que cuando estos no eran testigos, aseguraba a sus compañeros que pronto saldría de allí.

En septiembre de 1921, cuando un preso atacó al guardia de seguridad que vigilaba al grupo de reos, Williams corrió a ayudar al guardia, salvándole la vida. Se ganó la confianza de los vigilantes de la cárcel, una confianza que aprovechar­ía para escapar cinco meses después, el 13 de febrero de 1922. De los bolsillos de uno de los guardias tomaría la llave de su bola y cadena, para huir después.

Habían pasado dos años de su último robo, pero mostró que todavía estaba en forma. Esa noche hizo tres robos para cubrir necesidade­s inmediatas: ropa civil, dinero en efectivo y herramient­as para seguir robando.

No duró mucho en libertad, pues cometería un error fatal. Se metió en la casa del policía EP Jossep de la Zona del Canal. Con un sueño liviano, este despertó mientras que Williams estaba en su casa y llamó a la policía. Al parecer, el ladrón corrió a esconderse en una casa vecina, pero un perro delató su presencia. Al saberse descubiert­o, corrió desprotegi­do hacia la línea limítrofe, en la avenida 4 de Julio, pero antes de cruzar la frontera, uno de los guardias que lo perseguía le gritó: “John Peter”.

Este no pudo evitar voltearse, y, en ese momento, el guardia le disparó en la cabeza.

“Maldito”, dicen que gritó antes de morir.

Tenía 22 años.

Su cuerpo fue cremado y enterrado en una tumba anónima para evitar que sus admiradore­s le rindieran homenaje. Ello no evitó que en los años siguientes, su leyenda tomara más fuerza.

Se decía que lo habían tenido que matar con una bala de plata pasada antes por agua bendita y que su fantasma seguía robando repetidame­nte las posesiones de los zonians.

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