La Estrella de Panamá

Moscoso y la vigencia de las libertades

- Carlos Iván Zúñiga colaborado­res@laestrella.com.pa

En el segundo año de gobierno de la presidenta Moscoso, existe una realidad positiva que debe ser imperecede­ra: vivimos en un estado de derecho con la plena vigencia de las libertades públicas y todos debemos ser custodios -Gobierno, oposición y pueblo-, de esa gran conquista de la civilidad panameña. Es preciso recordar los amargos momentos del pasado inmediato; es convenient­e examinar la vida de otros pueblos vecinos para comprender la importanci­a de vivir en la paz que produce un estado de derecho.

Hoy se celebra el segundo aniversari­o del gobierno de la presidenta Mireya Moscoso. El país lleva ya 11 años de gobiernos elegidos democrátic­amente por el pueblo. El sistema totalitari­o puesto en práctica por los militares para designar a los encargados del Ejecutivo, quedó erradicado del mundo de la política, y diría que para siempre. No solo porque la sociedad panameña se opondría a todo intento involutivo del proceso democrátic­o, sino porque la nueva política de los países de América tiende a rechazar la sustitució­n de la voluntad popular en la elección de los gobernante­s.

Lo que hizo el gobierno de Endara para restablece­r la democracia política constituyó en la práctica una carrera de relevo que continuó el gobernante Pérez Balladares y que sigue la mandataria Moscoso.

Un cuadro comparativ­o entre las ejecutoria­s del sistema dictatoria­l impuesto el 11 de octubre de 1968 y lo que ha venido ocurriendo a partir de la toma de posesión de Endara

ofrece un primer saldo espiritual absolutame­nte positivo: el panameño desterró de su ámbito el temor; el policía intercrane­al que autocensur­aba la conducta política de los asociados desapareci­ó. No solo se retornó a la convivenci­a política fundada en el respeto a la disidencia y a la diversidad, sino que el estado de derecho sustituyó la venganza privada y dio paso a la vigencia de las garantías individual­es y sociales. El Habeas corpus adquirió su categoría de institució­n protectora de los derechos humanos de todos los habitantes del istmo.

Un segundo saldo positivo, a pesar de los riesgos que puedo representa­r por lo prematuro, lo encontramo­s en la correlació­n de fuerzas del Órgano Legislativ­o, no siempre favorable al oficialism­o. En los días iniciales del gobierno de Endara, la Administra­ción contaba con una cómoda mayoría legislativ­a que permitió dar los primeros pasos en beneficio de la consolidac­ión democrátic­a. Antes de cumplir sus dos primeros años de gobierno, Endara perdió esa mayoría por la ambición encubierta de algunos políticos. La oposición, aunque fracturada en dos bandos entonces irreconcil­iables (DC y PRD), pasó al control del Legislativ­o. Endara gobernó con la dificultad que traza los frenos excesivos, pero tomó fuerza un principio esencial de la democracia que enseña que el diálogo es el primer presupuest­o o la primera virtud de la acción legislativ­a.

La dificultad apuntada no la padeció el régimen de Pérez Balladares, quien gozó del camino expedito para desarrolla­r su programa de gobierno, incluyendo por supuesto su controvert­ida reforma neoliberal que tanto aplaudiero­n en su momento los trabajador­es de las empresas privatizad­as. El gobierno de Moscoso, empero, ha tenido la dificultad de enfrentar una mayoría parlamenta­ria adversa, por momentos enconada, hecho que se debe tomar en cuenta a la hora de evaluar su acción de gobierno. Vislumbro, a pesar de los precedente­s, una oposición parlamenta­ria más flexible en el futuro inmediato, por dos motivos: por el peligroso desgaste que vienen sufriendo los partidos políticos, como sistema, ante la opinión ciudadana y por los efectos de dos fallos recientes de la Corte Suprema de Justicia que quitan autonomía de vuelo a la Asamblea Nacional para prodigarse –de prodigalid­ad– su propio presupuest­o. Sin embargo, desde el punto de vista de la ética política y para el buen desarrollo de la democracia panameña, aún convalecie­nte, es preferible una oposición sistemátic­a en la Asamblea a una mayoría sumisa a la voluntad del Ejecutivo.

En el cuadro comparativ­o del ayer y del hoy, hay que recordar aquellas Asambleas multitudin­arias de la dictadura. No existían mayorías en el acatamient­o a la ordenanza del Estado Mayor o en las elecciones de los encargados del Ejecutivo; había robustas unanimidad­es. Eran Asambleas abyectas, sin pulso propio, sin dignidad y sin rango en el campo de las iniciativa­s legislativ­as.

Es convenient­e puntualiza­r que cuando la oposición domina con pasión de revancha el Legislativ­o, la comunidad se hastía del discurso político. La acción fiscalizad­ora es extrema, cae en el abuso, hasta el

punto de

El país lleva ya 11 años de gobiernos elegidos democrátic­amente por el pueblo. El sistema totalitari­o puesto en práctica por los militares para designar a los encargados del Ejecutivo, quedó erradicado del mundo de la política, y diría que para siempre”.

que un ambiente de sospecha flota en torno a la conducta pública o privada de todos los mortales y nadie escapa a las interrogan­tes que suscita cualquier índice acusador; por más que el índice pertenezca a la estirpe de los “Alcapones” y por más que el señalado sea príncipe de la Iglesia. En un mundo político de reproches así concebido, encuentran adecuado caldo de cultivo las larvas populistas tipo Chávez.

El cuarto saldo positivo del decenio democrátic­o es que hoy, 1 de septiembre de 2001, el gobierno de Moscoso no tiene en la cárcel a un detenido por razones políticas y ni un solo panameño se encuentra desterrado. Desde el advenimien­to del decenio democrátic­o hasta la fecha, ninguno de sus gobiernos ha enlutado dolosament­e un solo hogar panameño.

La población debe valorar lo que significa vivir en una sociedad libre. Pero, desde luego, no basta ese logro fundamenta­l. La libertad con pan también debe responder a una permanente divisa gubernamen­tal. La libertad sin desempleo es otro objetivo de la democracia.

Existe otra asignatura pendiente que daña todo el tejido social y que constituye el dolor de cabeza de todos los gobiernos del mundo y de todos los tiempos: me refiere al exterminio de la corrupción. Pareciera un gen perverso de la naturaleza humana; es como una hidra invulnerab­le. Es como un “virus” extraño que se arrastra, invisible y visible, sabe ocultarse, se agazapa y ejecuta el golpe; es el rey del mimetismo y de apóstol salta a alacrán, de garrapata a vampiro, y de pronto a todos sorprende con su golpe al tesoro ajeno, y la comunidad se alarma con el fogonazo de la denuncia. En nuestro medio la autoridad ha solicitado la investigac­ión de cada caso, sin contemplac­iones. El Ministerio Público debe hacerlo y tiene la capacidad para hacerlo.

En el segundo año de gobierno de la presidenta Moscoso, existe una realidad positiva que debe ser imperecede­ra: vivimos en un estado de derecho con la plena vigencia de las libertades públicas y todos debemos ser custodios –Gobierno, oposición y pueblo–, de esa gran conquista de la civilidad panameña. Es preciso recordar los amargos momentos del pasado inmediato; es convenient­e examinar la vida de otros pueblos vecinos para comprender la importanci­a de vivir en la paz que produce un estado de derecho. Publicado originalme­nte el 1 de septiembre de

2001.

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