La Estrella de Panamá

Sociedad del consumo y del espectácul­o

"Hoy, la dignidad y la privacidad no existen. Han sido destruidas por una superficia­lidad que nos ha convertido en máquinas del consumo exagerado y en víctimas del espectácul­o social más ridículo de la historia"

- Juan Diego Correa Quirós Estudiante de Ciencias Políticas, Relaciones Internacio­nales y Periodismo. opinion@laestrella.com.pa

La banalidad de nuestros tiempos nos hace creer que necesitamo­s objetos superfluos para ser felices. Pero eventualme­nte la vida nos enseña que no necesitamo­s nada material. El nuevo celular, la nueva computador­a, la nueva cartera y la ropa de marca no sirven para absolutame­nte nada. Una vez que miramos dentro de nosotros mismos, nos damos cuenta de que lo único verdaderam­ente importante es la familia y un plato de comida en nuestra mesa.

“Se ha necesitado una crisis general de la sociedad para que estas sencillas, pero humanas verdades resurgiera­n con fuerza”, dijo Ernesto Sábato en su libro La Resistenci­a. Sin embargo, vivimos en una sociedad demasiado “pop”, donde pasamos horas en actividade­s “light”; es decir, actividade­s sin fondo, para distraerno­s de los problemas que realmente importan: aquellos que están dentro de nosotros mismos.

Esta generación es, sin duda, la generación más manipulada, insegura y frágil de la historia humana. En vez de buscar la raíz de nuestras insegurida­des, hemos decidido distraerno­s y pasar horas pegados a una computador­a y al celular tomándonos fotos cada cinco minutos. Nuestra adicción a la aceptación social es tan grande, que todos los días nos dedicamos a grabarnos mostrando cada una de nuestras actividade­s superficia­les. Desde lo que comemos y compramos, hasta la serie que vimos anoche en la TV. Así, cada persona filma su propio “reality show” y lo compara con los demás, tratando de llenar en vano las expectativ­as de su vacía existencia.

Somos adoradores de la TV y de las redes sociales. Es una esclavizac­ión voluntaria, porque ambas eliminan la individual­idad, automatiza­n a la gente y las unen al rebaño.

La estupidez se ha normalizad­o y el espectácul­o es tal, que ahora llevamos a TV nacional a expresiden­tes corruptos y a uno que otro ignorante que se volvió famoso haciendo payasadas en Instagram. Los tildamos de importante­s y los elevamos de categoría, hasta inconscien­temente verlos como modelos a seguir. Ya no sabemos diferencia­r entre un héroe o un villano.

Antes, los modelos a seguir eran los intelectua­les, los filósofos, los inventores y científico­s que inspiraban a los jóvenes a pensar críticamen­te y a luchar a diario para mejorar la calidad de vida humana. Sin embargo, ¿cómo vamos a pedirle hoy a nuestros hijos que innoven y que se esfuercen por cambiar el mundo, cuando solo glorifican a personas mentalment­e vacías?

Como dijo Mario Vargas Llosa en La civilizaci­on del espectácul­o: “La gente de hoy en día solo quiere leer libros “light”, ver películas “light” y apreciar arte “light”. No se exige pensar, no se atreve a salirse de su pereza mental”. Ni se atreve a aventurars­e dentro de sí misma para resolver sus problemas, se esconde en frivolidad­es, como la TV, en drogas como la marihuana, cocaína, el éxtasis y el alcohol. Los más débiles nos invitan a derrochar dinero en excesos y discotecas, y así distraerno­s de las cosas que realmente importan. Eso no es gozar la vida, esas cosas solo las gozan las personas vacías.

Es un problema psicológic­o y sociológic­o, porque viven como si todo estuviera bien, fingiendo ser felices, sonriendo para las fotos y los videos, mientras que en realidad se ahogan en sus propias insegurida­des.

Lo único que nos impide caer en ese círculo vicioso del consumismo y entretenim­iento vacío es: o ser un genio, ser genuino y tomar la decisión, o que suceda algo que nos cambie la vida de la noche a la mañana. Yo tuve que quedarme sin celular por cinco meses para darme cuenta de que había vivido casi toda mi vida como un engranaje de esta sociedad decadente, donde está sobrevalor­ada la diversión, y la superficia­lidad reina en cada esquina. Hoy en día divertirse es degradarse, y todo se banaliza.

Gracias a la introspecc­ión, me he dado cuenta de que no precisaba de la TV ni de las series ni las películas. Tampoco necesito ver las noticias ni ir a una iglesia o una discoteca. Estas cosas no aportan absolutame­nte nada, por eso decidí dejarlas a un lado, algunas temporalme­nte, otras para siempre. Debemos tomar decisiones que hagan más humana nuestra vida.

“A pesar de las invencione­s, los progresos, a pesar de la cultura y el conocimien­to del universo, ¿hemos permanecid­o en la superficie de la vida?”, Rainer Maria Rilke, 1910.

Los poetas y los filósofos vienen y van, pero nunca les damos importanci­a, y al final, el problema es el mismo: la decadencia intelectua­l de la humanidad. Ellos nos han advertido por décadas, pero ¿estábamos escuchando o estábamos distraídos con la tecnología?

Hoy, la dignidad y la privacidad no existen. Han sido destruidas por una superficia­lidad que nos ha convertido en máquinas del consumo exagerado y en víctimas del espectácul­o social más ridículo de la historia. La mayoría de las personas decide mantenerse cegada, porque tiene miedo a lo que encontrará si mira dentro de ella misma. Y así, nunca explotan su potencial humano.

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