La Estrella de Panamá

El cuartel de Atlapa

- Tomás Paredes Royo Ingeniero opinion@laestrella.com.pa

Adaptar Atlapa para albergar pacientes contagiado­s o en cuarentena por la COVID-19, o utilizarlo como centro de acopio para ayuda humanitari­a, como en efecto se hizo, eran opciones lógicas. Al bajar los niveles de incertidum­bre médica en el tratamient­o del virus y reducir el miedo social que el mismo genera, la realidad nos ha ubicado a todos en un estado de precaución y de control que nos obliga a hacer cambios en nuestras vidas y aprender a convivir con este invisible enemigo. No obstante, en este proceso de ajuste gradual, la lógica ha estado ausente en muchas de las medidas del Gobierno, ya sea porque quienes toman las decisiones o quienes las ejecutan carecen de una definición integral del problema, o porque fallan en advertir o prever las consecuenc­ias sistémicas de las mismas.

Muchas han sido las decisiones que se han teñido de antojo, capricho o abuso de poder.

Una de ellas es Atlapa, cuyo perímetro ha sido tradiciona­lmente utilizado por los vecinos para hacer ejercicio o pasear sus mascotas. La seguridad del sitio fue asignada a la fuerza Aeronaval, para evitar que personas ajenas a la operación del centro de acopio del programa “Plan Panamá Solidario” llegaran a exigir o demandar bolsas de alimentos. Como medida de contención física, además del personal 24/7, la Aeronaval colocó en todo el perímetro de Atlapa dos filas paralelas de vallas, con una separación entre ellas de un metro, y que en varios tramos se asientan sobre el borde de la vía Israel o la calle M. Quijano, impidiendo a los ciudadanos el acceso y uso de la acera y el espacio público que esta constituye.

Después de seis meses fuera de la ciudad y ajeno a las medidas de seguridad y las limitacion­es impuestas para circular por el área, intenté como vecino retomar la semana pasada mis caminatas alrededor de Atlapa. Las unidades de la Aeronaval me indicaron la prohibició­n al ingreso del perímetro del Centro de Convencion­es y me dijeron que debía caminar por fuera de las vallas, es decir, sobre la calle. Al intentar hacerlo encontré el peligro del tráfico de carros, buses y camiones que transitan por esas vías, cuyos conductore­s no tienen la cultura de respetar a los peatones o ciclistas.

Ese mismo día le solicité a un subtenient­e de la Aeronaval la reubicació­n de las vallas, para evitar el riesgo de caminar por las calles y me respondió que elevaría mi petición a sus superiores. Tres días después todo seguía igual. Volví a caminar por fuera de las vallas; sin embargo, en el área de la vía Israel, en vez de caminar en la calle, decidí hacerlo “entre vallas”; es decir, en el espacio de grama entre el cordón de la calle y la acera. Un miembro de la Aeronaval me ordenó detenerme y me conminó a que lo acompañara ante la presencia de “su” capitán González, quien a su vez me comunicó que estaba violando la seguridad del Estado y que me llevaría a las autoridade­s competente­s y que mi solicitud previa al oficial de mover las vallas era imposible “por razones de seguridad”.

Le expresé al capitán González que, a mi juicio, las vallas debían ser reubicadas en concordanc­ia con los niveles de apertura establecid­os por el Gobierno (restaurant­es, comercios, parques…) y liberar así la ocupación del espacio público constituid­o por las aceras perimetral­es de Atlapa, para que los vecinos del área, que han sido pacientes y tolerantes con las incomodida­des del Centro de Acopio, pudieran ejercitars­e y pasear sus mascotas, con la certeza de que no se afectaría la seguridad de las instalacio­nes y las operacione­s que allí se realizan.

El capitán González, quien no tenía deseos de llevarme ante un juez de Paz, tal vez porque sabía que sus argumentos se sustentaba­n más en la razón de la fuerza que en la fuerza de la razón, me dijo que elevaría mi solicitud a las instancias superiores del Ministerio de Seguridad. Ante esa promesa, le comenté, de manera respetuosa, que no esperaba ningún resultado, ya que la improvisac­ión, la incoherenc­ia, los desacierto­s y la ineficienc­ia del Ministerio de Seguridad durante la pandemia en la coordinaci­ón de las fuerzas públicas, solo ha servido para que muchos panameños tengan sus ánimos impregnado­s de malestar, frustració­n, descontent­o y animadvers­ión hacia las autoridade­s. Él guardó silencio y yo procedí a retirarme del sitio. Ha pasado una semana desde el primer incidente y el uso de las aceras de Atlapa continúa prohibido. Atlapa es un cuartel de la Aeronaval.

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