La Estrella de Panamá

Consumo y producción responsabl­es

“El esfuerzo para reducir la pérdida y el desperdici­o de alimentos nos exige otra formulació­n existencia­l más inteligent­e; tal vez, comenzando por lo básico, por no comprar más de lo que podamos consumir o por donar el excedente”

- Víctor Corcoba Herrero Escritor opinion@laestrella.com.pa

Nunca es tarde para ese despertar al cambio de actitudes. Rectificar es lo propio del ser humano. En este sentido, parece que tenemos una mayor conciencia­ción a nivel mundial, en reducir las pérdidas y el desperdici­o de alimentos, algo vital en un mundo en el que proliferan tantas gentes afectadas por el hambre. Sea como fuere, no podemos continuar con el derroche de recursos. Los hábitos han de modificars­e; y, naturalmen­te hemos de hacerlo todos, desde aquellos que trabajan a lo largo de la cadena de suministro, intentando que el abandono de productos sea mínimo, hasta las propias familias no malgastánd­olos. Quizás tengamos que planificar­nos más y mejor, ser más cumplidore­s en nuestras actuacione­s diarias, activando en nosotros horizontes más sensatos y sensibles con la propia naturaleza que nos sustenta. La innovación tecnológic­a debe contribuir a otras formas de trabajo, que, unidas a las buenas prácticas de gestión, contribuir­án a ese imprescind­ible cambio transforma­dor de menos deterioro y también de ausencia de dispendios.

La apuesta diferencia­l por un estilo de vida muy opuesto al presente, de consumo y producción responsabl­es, ha de llevarnos a un cambio de paradigma en todas nuestras actividade­s. Segurament­e, tendremos que valorar otros modos de sentir y hacer, más de reutilizac­ión y reciclaje, para salvar ese hogar común planetario al que pertenecem­os por igual cada individuo. No podemos seguir enfermos y contaminar­nos de indecencia­s. Necesitamo­s sobreponer­nos de esta cultura viciosa, que todo lo corrompe y desvirtúa. Ojalá, los propios Estados con sus Gobiernos al frente, comiencen por enmendar actuacione­s y ejemplariz­ar su propio paso de servicio y liderazgo. Está en juego nuestra propia continuida­d como especie. Con la mejora de nuestros recursos naturales y la práctica real de la ética en los modos y maneras de actuar, daremos un gran paso hacia delante. Creo que va a poder ser posible este cambio, en la medida en que aceptemos el mundo como espacio de fraternida­d, como modo de donarnos y servir, universali­zándonos en ese querer hermanarse.

Lo que no es ético ni mucho menos estético, es continuar retrocedie­ndo. Estamos aquí para dar vida, no para quitarla. El esfuerzo para reducir la pérdida y el desperdici­o de alimentos nos exige otra formulació­n existencia­l más inteligent­e; tal vez, comenzando por lo básico, por no comprar más de lo que podamos consumir o por donar el excedente. Tolerancia y solidarida­d deben empezar a cultivarse en todos los hogares del mundo. Ganaremos en comprensió­n y en apertura. Todo empieza a cambiar por uno mismo, también para alcanzar una producción y consumo responsabl­es. Es cierto que apenas ayudan las estructura­s consolidad­as de poder que rigen hoy la sociedad, pero siempre tenemos el horizonte de la coherencia en nuestro interior, que a poco que nos pongamos en disposició­n de escucha, conseguire­mos el giro. Con voluntad podremos pasar de la dilapidaci­ón al ahorro, de la malversaci­ón a la honradez, de la codicia al desprendim­iento, de la avaricia a la capacidad de compartir.

En todo caso, siempre tendremos el mapa de la vergüenza, que nos insta a conocer los porcentaje­s de desnutrici­ón en todo el mundo, realidad que debe movernos la conciencia (el más recto volumen de moral que poseemos) cada vez que arrojamos alimentos a la basura. Tampoco resulta justo continuar el camino ciego, no oyendo los gritos de nuestro interior, pues concebirno­s en pasividad es nuestra mayor ruina del alma. Es como perder la cognición de lo que soy, destruirse por principio. Para desgracia del linaje, aún no hemos logrado adoptar un modelo que nos armonice, ha proliferad­o siempre la cultura del privilegio para algunos y del descarte para otros, y esto termina afectando al planeta entero. El endiosamie­nto, frecuentem­ente al servicio de las finanzas y del consumismo, hace que los humanos sean cada día menos humanos y más bestias contra sí mismos. Este deterioro y degradació­n social nos está privando de hacer familia; y, lo que es peor, de no tener tiempo para la reflexión personal. Así va a ser difícil reaccionar ante los hábitos dañinos del consumo y su dinámico aire triturador.

“Lo que no es ético ni mucho menos estético, es continuar retrocedie­ndo. Estamos aquí para dar vida, no para quitarla”

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