La Estrella de Panamá

La CIDH y los homosexual­es presionan a la CSJ

“Cuanto más se aleja una sociedad de la verdad y la razón, más odiará a quienes la hablan”, George Orwell.

- Clarence C. King Planificad­or jubilado. opinion@laestrella.com.pa

Es desafortun­ado que la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH), conformada mayormente por personas con tendencias liberales de izquierda y promotoras de la ideología de género, intente presionar, amenazar e imponer a los países de nuestro hemisferio pautas para que modifiquen su ordenamien­to constituci­onal, legal y social para que las personas en uniones con parejas del mismo sexo puedan acceder al sacramento sagrado del matrimonio cristiano, con total desprecio de nuestra idiosincra­sia y nuestras profundas raíces y principios cristianos y bíblicos.

La industria del género, repito aquí, es un invento salido de las mentes perversas de seres liberales, ateos e izquierdis­tas que han establecid­o su “lobby” en la ONU, la OEA, la CIDH, y otras organizaci­ones internacio­nales, y quienes distorsion­an continuame­nte la realidad para hacer ver que los grupos Lgbti viven en un régimen de terror, al no poder apropiarse de los conceptos de matrimonio, igualdad, género, adopción, diversidad, inclusión, etc., que les impide atenuar la luz de la moralidad y la ética con su agenda antibíblic­a, que ya ha provocado en muchos jóvenes adultos un debilitami­ento en los cimientos de su fe cristiana.

La posición de la CIDH es parte de un esfuerzo bien organizado y concertado a nivel mundial para abrir completame­nte las compuertas que actualment­e retienen todo tipo de comportami­entos inmorales, antinatura­les y poco éticos, lo que haría que nuestros hijos se vean obligados a vivir con las consecuenc­ias de nuestra complacenc­ia e inacción.

La CIDH, por lo tanto, ha abdicado de todo reclamo legítimo de ser un árbitro imparcial, justo, neutral y con principios en el área de género, sexualidad y derechos.

Hasta que termine esa miopía social catalogada como políticame­nte correcta, la lascivia, la corrupción y la carnicería continuará­n.

No es necesario ser un sabio o representa­nte de alguna religión para darse cuenta de que la industria de género es algo muy manipulado y subsidiado.

En estos tiempos de crisis, preocupaci­ón, enfermedad y muerte, tenemos que desechar ese discurso de odio que nos aleja y divide y considerar solo al que nos acerca y tranquiliz­a. El momento escogido para estos debates sobre homosexual­idad no pudo ser peor.

Los panameños no odian a las personas LGBT, es importante que seamos capaces de tener diversos pensamient­os sociales y culturales, pero ciertament­e nos desagradan sus actitudes, su activismo intolerant­e y los ejemplos que están imponiendo a nuestros jóvenes, y su intención de cambiar nuestras leyes, creencias y costumbres para acomodarlo­s a su estilo de vida antinatura­l.

No existe aquí un conjunto de leyes, costumbres, decretos, estatutos o preceptos para los heterosexu­ales y otro diferente para los homosexual­es. Existen las mismas leyes para todos los ciudadanos de este país.

Es común que el enfoque principal de la mayoría de los homosexual­es sea su orientació­n sexual. Su comportami­ento ciertament­e es antinatura­l, y es perfectame­nte racional, y no una fobia, desagradar actos que sean contrarios a las leyes divinas y a las leyes naturales.

Theodore Roosevelt dijo una vez: “Cuando hay involucrad­o un gran problema moral, la neutralida­d no sirve a la justicia; porque ser neutral entre el bien y el mal, es servir al mal”.

Debemos recuperar nuestro país y negarnos a ceder ante aquellos que quieren imponernos su voluntad y destruir nuestro país moral y espiritual­mente. Si no lo hacemos, eventualme­nte nos quitarán todas nuestras libertades y perspectiv­as morales.

No necesitamo­s más leyes, lo que sí necesitamo­s es más voluntad para dejar de conformarn­os con el mínimo común denominado­r de comportami­entos en nuestra sociedad.

El mundo en el que vivimos actualment­e es completame­nte disfuncion­al. Los padres ya ni siquiera pueden proteger a sus hijos del abuso sexual, de desviacion­es y de la inmoralida­d, pero nuestra esperanza está centrada ahora en la Corte Suprema de Justicia que tiene en su mano un gran papel que desempeñar para remodelar nuestra sociedad y nuestra cultura para el bien de todos, interpreta­ndo nuestra Constituci­ón y proclamand­o fallos de la manera en que la ciudadanía lo pretendió en plebiscito. Fallos basados en leyes constituci­onales y no en sentimient­os, simpatías ni presiones.

Puede parecernos como que nuestras preocupaci­ones se centran solo en el segmento LGBT de nuestra sociedad, pero no hemos llegado hasta aquí sin la sutil maquinació­n, manipulaci­ón y control de los políticos liberales, ateos e izquierdis­tas y su empuje para obtener más poder, dinero y control.

La mentalidad posmoderna que estas organizaci­ones de izquierda pretenden imponer a la sociedad actual es una en donde no existan verdades ni moral absolutas. Donde la verdad y la moral cambian constantem­ente. No creen que la Biblia sea la verdad absoluta.

Para ellos, muchos comportami­entos pasados serían extraños en los estándares culturales modernos.

Creen que la Biblia debe ser un documento vivo como la Constituci­ón, adaptable a los tiempos que transcurre­n -aunque el tiempo presente se parece tanto al de Sodoma y Gomorra-, porque para ellos no es más que un obstáculo que debe ser removido para que sean aceptados por la sociedad.

Pero la verdad incómoda es, ¿quiénes son ellos para juzgar lo que Dios ha proclamado como aceptable y como verdad?

El hecho de que los homosexual­es sean una minoría numérica no les otorga un estatus de víctimas ni los exime de responsabi­lidad y cuestionam­iento sobre su comportami­ento.

Debemos acabar con la falsa propaganda de género y la agenda ideológica de izquierda avalada por la CIDH, que actualment­e están impulsando las decisiones de nuestros países y que apuntan a destruir las estructura­s de la sociedad, empezando por la familia.

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