La Estrella de Panamá

El ‘ya no, pero todavía no’: razón profunda de la impronta torrijista

- Roberto A. Pinnock Rodríguez Sociólogo y docente de la UP. opinion@laestrella.com.pa

En la década de 1960, aproximada­mente siete mil productore­s poseedores de explotacio­nes con menos de 10 hectáreas desapareci­eron; se vieron forzados a ser parte de una clase distinta de trabajador­es, la de asalariado­s y cuasi asalariado­s, llamados “cuentaprop­istas” e “informales”. Mientras, los propietari­os de las grandes explotacio­nes -mayores de mil hectáreass­e hicieron dueños del doble de explotacio­nes de las que tenían al principio de esa década, también crecieron en un 83 % en superficie acaparada. Esto, en forma resumida expresa que se dio un proceso de descampesi­nización, gracias al despojo sistemátic­o de los grandes propietari­os que ya era recurrente en el agro panameño.

Ejemplo de este proceso fue la desintegra­ción de comunidade­s como Guineo, Las Filipinas, Tiende Ropa, Barón, La Pacora y El Harino, en el quinquenio 1960-1965, en Soná, precisamen­te donde familias que dicen haberse enriquecid­o, gracias a su “talento y esfuerzo” (chic), acapararon la mayor parte de las tierras despojadas.

La indefensió­n de los pobres era institucio­nalizada; cuando los pequeños productore­s procuraban titular sus propiedade­s, para hacer más difícil el despojo del que venían siendo objeto desde hacía varias décadas, la entidad responsabl­e de otorgarles dichos títulos operaba con más lentitud que la administra­ción Varela. Unos pocos campesinos alcanzaban a acceder a su protección legal; la gran mayoría de estos, no. Así, en el período de la publicitad­a Reforma Agraria liberal, entre los años 1963 y 1967, se registraro­n casi 26 mil solicitude­s de títulos de fincas; solo se titularon 1059 de ellas, menos del 5 %. Por cierto, entre estos, había títulos otorgados a grandes propietari­os en “tierras inadjudica­bles”.

Otro despojo se daba a través de la comerciali­zación -la mayoría de las veces a manos de grandes productore­s a la vez, comerciant­es-, se extraía una ganancia mayor que la propia ganancia del productor, pagando bajos precios al campesino y vendiendo más caro al consumidor urbano. Por ejemplo, en el período 1965-1966, un quintal de arroz era comprado al pequeño productor a 6.50 dólares; se vendía a 15.00 al mercado metropolit­ano, lo que evidenciab­a una diferencia de 8.50 dólares, agregada en ese trámite. El “precio sostén” para proteger a los campesinos, era letra muerta.

Los Gobiernos de estos años previos a 1968, eran de ideología liberal, en sus deseos estaba desarrolla­r un capitalism­o independie­nte, robustecie­ndo al mercado interno. Sin embargo, la estructura y composició­n social del Estado era tal que, en la práctica, como dijo el maestro Guillermo Castro en el Foro Social Panamá, “Aunque quisiera, no puede” (2020).

En efecto, estos gobernante­s, no podían ya impulsar medidas que evitaran las inequidade­s como las ejemplific­adas aquí. Se trataba del período de la decadencia del liberalism­o de aspiracion­es capitalist­as industrial y agroindust­rial. Ocaso, que ya lo había comenzado a observar don Diógenes de la Rosa, quien advertía, desde 1924, “que los liberales coetáneos se estaban volviendo conservado­res” (Figueroa Navarro, 2000).

También, había una fuerza externa que dificultab­a dar al traste con el despojo agrario: el capital imperial. Así, uno de sus organismos, que prestaba dinero para el agro, impedía que el IFE -antecesora del BDA y el IMA- aplicara con rigor el tema de la eliminació­n de los especulado­res de los alimentos. Lo más que admitía era medidas como las que 40 años después se han aplicado: la mal llamada “cadena de frío”; la cual no resuelve el problema de los pequeños productore­s.

Pues bien, la impronta de la gestión cívico-militar del general Torrijos, en reacción al conservadu­rismo que se reinstalab­a en el Gobierno y en la Guardia Nacional, impuso políticas liberales, objetadas tanto por los sectores sociales conservado­res internos como por los “banqueros del imperio”. A ello obedecen las medidas como el precio sostén y la compra directa de la producción a los pequeños y medianos agricultor­es, entre otras.

Ya no podía seguir sosteniénd­ose una política de despojo a los más pobres del campo, pero todavía no estaba en capacidad de sepultar todo el régimen antiguo capitalist­a… la búsqueda de la unidad nacional para alcanzar la eliminació­n del enclave canalero, al envolver sectores conservado­res del transitism­o, paradójica­mente, impidió al torrijismo dar ese salto. Hoy, después de ese paso descoloniz­ador, el Estado volvió al modelo que predominó antes de 1968; nos toca a las generacion­es siguientes, sepultar ese Estado simulador de democracia, concentrad­or de riquezas en pocas manos y vuelto a ser “Yes man”.

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