El paciente de la Casa Blanca
Lo que distingue a Donald Trump del resto de los anteriores presidentes estadounidenses es su abierto desapego por las normas y las tradiciones, y la forma en la cual se mueve rodeado de un aura de impunidad y desvergüenza
El sueño de los demócratas es ponerle al presidente Donald Trump una camisa de fuerza. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, anunció la semana pasada la creación de un comité que se encargará de determinar si Trump está en condiciones de ejercer la presidencia.
Es una decisión simbólica, pero con una carga política inmensa dado que, al menos en teoría, esa comisión bipartidista y con médicos independientes podría abrir la puerta a la destitución del mandatario invocando su incapacidad física o mental, de acuerdo con lo establecido en una enmienda a la Constitución aprobada en 1967.
La posibilidad de que eso suceda antes de las elecciones es cero, entre otras cosas, porque sería necesario que el Senado, controlado por los republicanos aprobara una ley en ese sentido, o que su Gabinete lo declarara incapacitado.
La realidad es que Trump se crece cuando las cosas parecen irle peor. Lo demostró en 2016 cuando logró una de las victorias más sorprendentes en la historia electoral estadounidense. Está convencido de que ahora, aun con su pésima gestión del nuevo coronavirus que ha dejado en Estados Unidos casi ocho millones de infectados y 215,000 fallecidos, puede reeditarla.
El contagiarse con covid-19, además, ha significado un cambio radical de la estrategia de campaña. Obligó a Trump a estrenarse como el héroe invencible. Después de tres días en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, regresó a la Casa Blanca, dio por terminada su enfermedad y se enfocó en sacarle rédito político. Dejó claro que toma sus decisiones basándose en la política, antes que en la medicina.
A escasos 20 días de la inédita campaña electoral para los comicios del 3 de noviembre, el mandatario ensayó una narrativa renovada que refuerza con las imágenes que más valora: la del valiente guerrero que venció el coronavirus y con esa entereza deben luchar los estadounidenses contra el mal.
Es difícil predecir el impacto que tendrá la enfermedad presidencial en la campaña, que ingresa en su etapa decisiva. Trump marcha detrás de su rival demócrata Joe Biden por un promedio de 8,5%, según Realclearpolitics.
Trump necesita desesperadamente retomar los actos de campaña porque sus arengas en los mítines electrizan a sus seguidores. El trumpismo es él. Lo último que quiere el presidente es mostrase débil.
Los tintes épicos, distribuido por la Casa Blanca para proyectar confianza en la salud del mandatario podrían ser títulos de películas: El retorno de Trump, El superviviente o El gran macho alfa.
Guerrero victorioso
El líder de Estados Unidos ha vuelto. Ha superado el mal en tiempo récord y retorna de entre las cenizas del respirador artificial para decirle a sus seguidores que no tengan miedo al virus, reforzando su imagen de guerrero victorioso en la batalla contra el nuevo coronavirus.
Trump está tratando de transformar un desastre personal y político en una ventaja electoral frente a Biden. No es ninguna sorpresa para un presidente que considera la enfermedad como una debilidad y que todos los días está tratando de convertirse en el héroe de su propio reality show.
Es muy posible que ese discurso de héroe invencible agrade y revitalice a sus bases electorales. Fue así como el sábado volvió al ruedo. Dio su primer mitin ante 2,000 seguidores en los jardines de la Casa Blanca. “Parece que soy inmune, quizá para siempre, no sé. Nadie lo sabe realmente, pero soy inmune”, dijo en su discurso improvisado.
Ratificó, una vez más, su tremenda capacidad para conectar en las distancias cortas. Pero es menos probable que esa estrategia logre seducir al electorado independiente, tan necesario para lograr la reelección. Esta semana retomó la campaña con mítines políticos en estados clave como Florida, Pensilvania y Iowa.
Trump está demostrando que está dispuesto a pelear hasta el último voto aun con los elementos en contra. Los expertos consideran que uno de sus grandes problemas es conseguir que la clase obrera blanca que lo apoya, acuda a las urnas, cuando en el pasado su índice de participación ha sido bajo. Con el país dividido en dos bloques, su táctica consiste en movilizar a los suyos y que ninguno deje de acudir a las urnas.
Los últimos días serán clave en la campaña y se esperan sorpresas y giros dramáticos en el guion que escribe día a día Trump a base de tuits e intuición. Sabe que los tuits vuelan tan rápido que puede dominar la agenda informativa.
Hasta la semana pasada, 10 millones de estadounidenses habían votado por adelantado o por correo, una cifra 125 veces superior hasta esa fecha que en las anteriores elecciones, de acuerdo con la organización U.S. Elections Project. En las elecciones de 2016 solo hubo 75,000 votos por correo. Se estima que unos 80 millones de los 150 millones de estadounidenses aptos para votar lo hagan por correo.
Denuncia fraude
Temeroso de que una alta afluencia le pueda perjudicar, Trump ha denunciado en forma reiterada la posibilidad de fraude, sobre todo en los estados gobernados por demócratas.
“Serán las elecciones más fraudulentas de la historia”, ha sostenido, y que Biden, solo puede ganar “si la elección está arreglada”.
Ese es su argumento para sembrar dudas sobre la fiabilidad del sistema, ayudado por la demora en contar los votos por correo, que en estas elecciones serán mucho más numerosos debido a la pandemia.
En forma paralela ha anunciado el alistamiento de 50,000 voluntarios que estarán presentes en los colegios electorales para denunciar posibles fraudes. La oposición demócrata afirmó que ese ejército de seguidores de Trump va a tener un impacto intimidatorio, especialmente entre votantes de nivel educativo bajo, en unas elecciones que podrían decidirse por unos pocos miles de sufragios en determinados estados.
“Cada presidencia estadounidense tuvo elementos malos. Pero lo que distingue a Trump del resto es su abierto desapego por las normas y las tradiciones, y la forma en la cual se mueve rodeado de un aura de impunidad y desvergüenza. Acorralado, contraataca”, editorializó este lunes el diario británico The Guardian.
Algunos analistas ven el voto de los estadounidenses como la última frontera que salvará las instituciones y permitirá reparar los daños a la democracia causados por Trump en cuatro años de gobierno. Pero advierten: aun si Trump deja la Casa Blanca, llevará tiempo, y el trumpismo sobrevivirá.
Por otro lado, como dijo el exasesor de Seguridad Nacional John Bolton, “nunca hay que subestimar la habilidad del partido Demócrata de arruinar unas elecciones”. Y aún faltan menos de tres semanas para hacerlo.