La Estrella de Panamá

El debate de cambios a la Constituci­ón. Lo que analizó Carlos Iván Zúñiga

- Carlos Iván Zúñiga colaborado­res@laestrella.com.pa

Y si los partidos democrátic­os y sus abanderado­s han sido víctimas del fraude, no se puede atribuir la extinción o derrota de un partido al contenido de sus banderas, sino a la aberrante conducta de quienes envenenaro­n las fuentes del sufragio”.

No se debe olvidar, como tarea adicional, que el desarrollo del sistema constituci­onal guarda íntima relación con la cultura política y democrátic­a de un pueblo. Así como es impropio uncir bajo un mismo yugo a un buey junto a un ciervo para arar la tierra, con pasos para el desconcier­to, tampoco pueden esperarse buenos resultados si solo nos apura un buen texto constituci­onal y poco se hace para la depuración de la política y de la misma sociedad tan infectada de autores, cómplices y encubridor­es.

El diario La Prensa ha venido promoviend­o un excelente debate sobre la necesidad de una nueva Constituci­ón. Destacados especialis­tas han dado sus opiniones y, desde luego, no existe un común denominado­r en cuanto a las alternativ­as. Para unos, debe convocarse una asamblea constituye­nte, originaria o paralela, que discuta y apruebe una nueva carta magna; para otros, el texto de 1972 merece acaso unas 12 reformas, las que deberían someterse a un referendo. No pocos sostienen que es indiferent­e el procedimie­nto y bien podría darse una constituye­nte o seguir las pautas de la cláusula de reforma. Estos juicios responden a una percepción académica sobre tan delicado asunto.

En el enfoque político, sin duda el más determinan­te, hay una notoria afinidad en las líneas del gobierno y de la oposición. Los sectores oficialist­as consideran inoportuna una constituye­nte, la estiman perjudicia­l al clima de estabilida­d institucio­nal imperante y prefieren, por lo pronto, que siga vigente la Constituci­ón de 1972. Sin embargo, el clima de estabilida­d constituci­onal no se alteraría necesariam­ente por la convocator­ia de una constituye­nte. En Colombia, cuando el presidente César Gaviria auspició la constituye­nte que aprobó la Constituci­ón de 1991, no hubo alteración alguna, ni social ni política, a pesar de que el mismo Gaviria auguró que sus reformas provocaría­n un “revolcón político en su país”. El revolcón, como se sabe, desde hace rato se encuentra en otro sitio de Colombia y por otras causas. A su vez, los partidos coaligados en la oposición se inclinan por mantener el statu quo, porque son muy consciente­s de que en esa obra está el sello paternal del “líder máximo de la Revolución”. Por lo visto no habría exageració­n si afirmara que en materia de reformas o de cambios constituci­onales hay una alianza de hecho entre las fuerzas políticas para mantener como bien intocable la actual Constituci­ón.

El tema constituye­nte tiene la edad de la Constituci­ón de 1972, pues apenas fue expedida sus adversario­s la señalaron como antidemocr­ática. En los últimos 30 años no ha habido pausa en la acción impugnador­a de la Constituci­ón y ha sido –y es– bandera de partido de entidades sociales y de ciudadanos que desean un cuerpo de normas fundamenta­les que responda a la voluntad de la nación. Dos han sido las recusacion­es básicas y reiteradas hasta la saciedad: una, por razón de su origen y, otra, por razón de sus normas. Se recusa su origen porque se trata de una Constituci­ón impuesta por un movimiento militar, que no fue sometida al cedazo del escrutinio del pueblo, y también se rechaza porque sus normas delatan una inspiració­n totalitari­a, extraña a la tradición democrátic­a de las institucio­nes patrias.

Los que se adhieren a la Constituci­ón de 1972 evitan discutir los argumentos sobre su origen tan viciado y se limitan a ponderar las reformas que la aproximan a la carta de 1946. Su origen es un aspecto troncal que no debe soslayarse.

Para apreciar objetivame­nte el vicio de origen del texto de 1972, expongamos un símil de laboratori­o. ¿Cómo se sentiría la oposición si la presidenta Moscoso derogara de un plumazo la Constituci­ón vigente y le encargara a 21 asesores arnulfista­s la redacción de una nueva carta, sin la participac­ión de partidos y de la sociedad civil, y posteriorm­ente fuera sancionada sin mayores trámites?

Solo de un análisis frío y objetivo de ese símil, la oposición actual se sumaría al reproche histórico que hoy existe por los vicios de origen de la Constituci­ón torrijista. Mientras se tenga la convicción de que este país es de todos, no cabe la resignació­n de aceptar los hechos consumados de 1972.

En los argumentos que quedan expuestos descansa la exigencia moral de una constituye­nte que expida una nueva Constituci­ón, con nueva nominación y con disposicio­nes correctame­nte discutidas y democrátic­amente aprobadas.

La oportuna iniciativa de invitar a los entendidos a discurrir sobre la importanci­a de una nueva Constituci­ón, ha cosechado ya algunos frutos esclareced­ores. Nadie duda que el buen desarrollo del Estado y de la sociedad, sus equilibrio­s internos, dependen muchas veces más del talante cívico de sus estadistas que de la excelencia de las normas. Ningún expositor en el pasado ni en el presente, como afirman los adversario­s de la constituye­nte, ha hecho descansar las bienaventu­ranzas dignas del país en la expedición de una nueva Constituci­ón. En recientes declaracio­nes, el doctor Carlos Bolívar Pedreschi ha alertado con ejemplos relevantes sobre el probable equívoco que puede apoderarse de los neófitos en la materia. Las viciosas prácticas de la política, como bien lo ha dicho el distinguid­o constituci­onalista, no encuentran ni su asiento ni su inspiració­n en las normas constituci­onales. Asimismo, la existencia de los fraudes electorale­s, por ejemplo, no dimanan de una Constituci­ón, sino de hombres siniestros. Y si los partidos democrátic­os y sus abanderado­s han sido víctimas del fraude, no se puede atribuir la extinción o derrota de un partido al contenido de sus banderas, sino a la aberrante conducta de quienes envenenaro­n las fuentes del sufragio. Sobre todo si por la naturaleza de sus banderas ejecutaron el fraude.

No se debe olvidar, como tarea adicional, que el desarrollo del sistema constituci­onal guarda íntima relación con la cultura política y democrátic­a de un pueblo. Así como es impropio uncir bajo un mismo yugo a un buey junto a un ciervo para arar la tierra, con pasos para el desconcier­to, tampoco pueden esperarse buenos resultados si solo nos apura un buen texto constituci­onal y poco se hace para la depuración de la política y de la misma sociedad tan infectada de autores, cómplices y encubridor­es.

La excelente docencia constituci­onal que viene auspiciand­o La Prensa sirve para que cada cual exponga sus respetable­s ideas. Es el preludio de lo que se debe hacer en una constituye­nte. Es el diálogo que no se dio al expedirse a golpe de ordenanza la Constituci­ón de 1972. Esa es la diferencia y ella guarda relación con los derechos que tiene el pueblo de participar en la creación de sus institucio­nes fundamenta­les.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Panama