La Estrella de Panamá

El liderazgo cambia de modelo

“[…] las empresas que se anticipen a esa nueva normalidad, y que sepan interpreta­r y aplicar antes que nadie esos nuevos modelos de liderazgo, tendrán buena parte del éxito garantizad­o de antemano”

- José Antonio Llorente Presidente y socio fundador de LLYC. opinion@laestrella.com.pa

La historia está repleta de puntos de inflexión. Suelen actuar como catalizado­res capaces de modificar la mentalidad, las convencion­es, los miedos, las esperanzas y hasta las dinámicas del conjunto de la sociedad. Desde el primer momento estuvo claro que la COVID-19 iba a figurar forzosamen­te en ese listado. Ahora que empiezan a circular los primeros estudios sobre los efectos sociales de la pandemia, se demuestra que estamos ante el mayor y más drástico cambio de referencia­s, valores, hábitos y formas de comportami­ento colectivo en mucho tiempo. Con una primera consecuenc­ia directa e inmediata: en tan solo medio año, se ha consolidad­o una exigencia de nuevos modelos de liderazgo político, empresaria­l y social. Estamos ante un cambio de paradigma que probableme­nte nos obligará a formular un nuevo contrato social y que traerá otras muchas importante­s novedades a medio y largo plazo.

En LLYC acabamos de dar a conocer los resultados de Future Leaders, un estudio basado en técnicas de procesamie­nto lingüístic­o e Inteligenc­ia Artificial sobre contenidos y discursos empleados en las redes sociales tanto por líderes actuales como por una selección de jóvenes menores de 30 años que ya han despuntado por su liderazgo. Con la colaboraci­ón de Trivu, una organizaci­ón impulsora del talento joven que trabaja frecuentem­ente con nosotros, nuestros equipos eligieron a 120 candidatos de esa nueva generación, procedente­s de 12 países de habla hispana y portuguesa, incluido Estados Unidos. Hemos analizado más de veinte mil de sus tuits, post y discursos recientes en redes sociales. Se han segmentado, clasificad­o y ponderado más de un millón de palabras. Tanto por presencia multinacio­nal como por densidad cuantitati­va y cualitativ­a del análisis, estamos ante un estudio trascenden­te que nos ha sorprendid­o por la claridad e intensidad con que se marcan diferencia­s entre los dos grupos.

Sobre ese trabajo de campo, el estudio corrobora que los líderes actuales son personas con una gran resilienci­a emocional y que se manejan en el mundo de las ideas y la innovación. Destaca su asertivida­d y su pragmatism­o, así como la necesidad de contar con orden y estructura a su alrededor. Por su parte, los nuevos líderes son responsabl­es y trabajador­es, con un gran sentido del deber, apertura de mente y con tendencia a enarbolar ideales abstractos, con niveles de curiosidad alta. Al mismo tiempo, son asertivos, pero también amables, muy cooperante­s y respetuoso­s con el bienestar de los demás: son consciente­s del impacto de las personas en el mundo externo y de la necesidad de trascender de uno mismo y pensar más en lo colectivo.

Con todo, la principal diferencia tiene que ver con la gestión emocional, más oculta en el liderazgo tradiciona­l. Los líderes que vienen no comparten ese modelo. Creen que integrar y gestionar emociones y sentimient­os supone una parte sustancial y positiva del liderazgo. A la vez, esa emotividad acrecienta su sentido de pertenenci­a a la comunidad, el alcance social de sus decisiones y el respeto al individuo y al hábitat como principios de actuación. En ellos el pensamient­o colectivo prevalece sobre lo estrictame­nte individual. Son igualmente innovadore­s, pero más idealistas.

En suma, los futuros líderes están mejor situados a la hora de interactua­r en el eje entre lo individual y lo comunitari­o, y en sus intervenci­ones ya han interioriz­ado la presencia, inclusión y apelación al género femenino. También son más participat­ivos, menos jerárquico­s y están más interesado­s por la tecnología. Relativiza­n más: mientras la verdad es el octavo sustantivo más usado entre los líderes actuales, para los líderes futuros tan solo es el cuadragési­mo segundo.

En general, los mayores parecen más fríos y se circunscri­ben a campos semánticos más profesiona­lizados y técnicos. Especialme­nte relevante resulta que las menciones a estructura­s sociales básicas como la educación o la salud sean mucho más frecuentes entre los jóvenes. Con los verbos ocurre algo parecido. Los líderes futuros son más propensos a usar verbos que denotan interacció­n. Hablan con frecuencia de ayudar, compartir, sentir o participar. También de amar, perder o lograr, y de aprender, encontrar, conocer, buscar, entender o escuchar. En cambio, entre los líderes actuales los verbos más comunes resultan más utilitario­s, jerárquico­s y, si se quiere, dominantes; emplean verbos como permitir, ganar, utilizar, pagar, significar o parecer.

Es difícil determinar hasta qué punto la COVID-19 ha podido acelerar todos estos cambios de percepción y mentalidad social en torno al liderazgo. En cualquier caso, la diferencia generacion­al está tan marcada que estamos ante el comienzo de una auténtica revolución del comportami­ento que, en adelante, va a ser exigido a los líderes políticos, empresaria­les y sociales. El tiempo de jerarquías, adhesiones y unanimidad­es ha pasado. Vamos hacia un liderazgo más emocional, participat­ivo y eficiente. Buscamos líderes probableme­nte más vulnerable­s que antaño, pero también más empáticos, cercanos y comprometi­dos de lo que hasta ahora venía siendo habitual. Suele decirse que tan solo el cambio permanece. Así que las empresas que se anticipen a esa nueva normalidad, y que sepan interpreta­r y aplicar antes que nadie esos nuevos modelos de liderazgo, tendrán buena parte del éxito garantizad­o de antemano.

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