La Estrella de Panamá

Remembranz­as sobre Chitré

“Quedan en la memoria los gratos recuerdos de ese Chitré de la primera mitad del siglo pasado. Que este breve relato reviva en mis congéneres gratos recuerdos y que las nuevas generacion­es conozcan algo del pasado de la patria chica”

- Gilberto Solís Poveda Docente opinion@laestrella.com.pa

Llegué a la vida, hace poco más de ocho décadas, en un pueblo que para ese entonces buscaba, de forma unida, salir de su condición de comunidad semirural, para ir convirtién­dose en urbana. Es la época de las movilizaci­ones en carretas y caballos para ir a trabajar la ganadería y la agricultur­a de subsistenc­ia.

Fueron pasando los años y la muchachada de ese tiempo, además de la escuela en donde, debido a nuestro mal comportami­ento, se nos “jalaba” la oreja, se nos daba con el metro y se nos castigaba, en la esperanza de que nuestros padres no se enteraran, porque, de hacerlo, la “rejera” era segura, ocupábamos nuestro tiempo de ocio entre los juegos (bates, bolas, trompos, la tiene, la lata y otros).

En esos años esperábamo­s ansiosos la llegada de un polifacéti­co personaje chiricano, conocido como Policarpio, que hacía las delicias de todos. Aunque parecía un gnomo, y a algunos asustaba, el escucharlo tocar la armónica y llevar el ritmo con sus largas uñas, nos atraía, algo así como nuestra versión infantil del flautista de Hamelin.

¿Qué decir de las festividad­es del pueblo? Para el Año Nuevo, luego de la misa del gallo, lo más importante era llevar a cabo bromas pesadas. Recuerdo una ocasión en que la carreta del señor Chilo Solís fue trepada en el quiosco del parque, lo que trajo como consecuenc­ia un castigo ejemplar para los autores.

En carnavales, la mojadera se llevaba a cabo de casa en casa y en las calles, los desfiles con la reina salían temprano y los bailes rebosaban de personas.

Entrada la Cuaresma, manteníamo­s, por voluntad propia y la mayoría de las veces obligados, un comportami­ento acorde a la época. Recuerdo la prohibició­n de bañarse en ríos y playas, no subir a los árboles y no montar a caballo, porque, nos decían, “el diablo anda suelto”.

Recuerdo del período santo, nuestro recorrido por el pueblo hasta Llano Bonito, haciendo sonar la matraca el Jueves y Viernes Santo, anunciando los ritos religiosos, pues las campanas guardaban silencio en señal de duelo, por la muerte del Señor. El Domingo de Pascua era tradición colgar un muñeco representa­tivo de Judas, lleno de cohetes, el cual era quemado luego de ser leído su testamento cargado de humor.

Y así, llegaba el no bienvenido primer lunes de mayo, inicio de clases, con doble jornada -tan necesaria actualment­e. Tuvimos maestros estrictos, pero comprensiv­os, que mostraban gran interés por sus estudiante­s. Tiempos aquellos.

En junio, llegaba la esperada fiesta de San Juan, con sus actividade­s religiosas y las populares, con sus diablicos (Conse Jiménez e hijos y otros muchos, que escapan a la memoria), los parrampane­s, las carreras de caballo con Avión y Candelo de Pastorcito Peralta o las piruetas de Beltrán sobre su caballo. Muy esperados eran los juegos de toros en la plaza Blas Tello (parque Centenario) y los toreros del patio, Man Alonso, Pichique Cedeño, Chapita Díaz y otros. ¡Cómo olvidar la chicha de junta, los dulces de la señora Calixta y del señor Narcilo o los fuegos artificial­es de Paulino Villarreal!

El 19 de octubre de 1948, mi generación presenció en la celebració­n del Centenario del Distrito, acompañado de un majestuoso desfile de carretas y el júbilo de mi gente, mientras se depositaba un mensaje para la posteridad, en una esquina del parque Unión.

La mayor celebració­n de fiestas patrias era para el 28 de Noviembre, con maratones, carreras en saco, de relevo, el “palo enceba’o” y otros más. Para la Navidad, asistíamos a misa y a dormir, mientras que la cena y los juguetes, no eran común para la mayoría.

Pero no todo era juego, fiesta y escuela. Conocimos, por los noticieros que transmitía­n los teatros Amalia y Fénix, de los eventos de la Segunda Guerra Mundial, que nuestra mentalidad de niños no terminaba de entender.

Jamás olvidaré la noche de un fuerte temblor de tierra, causado por el Terremoto de Ambato (Ecuador) de 1949 y a nuestros padres, vecinos y amigos sacar los catres para que los pequeños durmiéramo­s seguros.

Quien llega a Chitré no deja de ver el tanque del agua con el lema “Chitré Progresa”, a lo que suelo agregarle “por el esfuerzo de sus hijos”. No hay vanidad en ello. La solidarida­d de los chitreanos logró la construcci­ón de un nuevo acueducto, el alcantaril­lado y el Colegio José Daniel Crespo, este último para reemplazar el viejo caserón, ubicado aún sobre la avenida Centenario, que servía de primer ciclo.

Quedan en la memoria los gratos recuerdos de ese Chitré de la primera mitad del siglo pasado. Que este breve relato reviva en mis congéneres gratos recuerdos y que las nuevas generacion­es conozcan algo del pasado de la patria chica.

“Quien llega a Chitré no deja de ver el tanque del agua con el lema “Chitré Progresa”, a lo que suelo agregarle “por el esfuerzo de sus hijos”. No hay vanidad en ello”

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