La Estrella de Panamá

La bioética fue asesinada en nombre de la ciencia

- Jaime Raúl Molina Abogado opinion@laestrella.com.pa

En la pandemia de COVID-19, se han abandonado los más fundamenta­les principios de bioética, y de hecho, gran parte de lo que estamos viendo desde que inició, va directamen­te en conta de tales principios.

“No emplearé mi conocimien­to médico para violar derechos humanos y libertades civiles, aun bajo amenaza” -Declaració­n de Ginebra, de la Asociación Médica Mundial (AMM). Contrástel­o con la “exigencia” de médicos individual­es y de gremios médicos, para encerrar a la población y para clausurar “negocios no esenciales”. Vaya y dígale a cualquier persona que aquella actividad lícita con la que alimenta a su familia es no esencial. Vaya y dígales a las personas que han perdido sus fuentes de ingresos como resultado de órdenes de cerrar sus operacione­s durante meses, que ellas son “no esenciales”. ¡Cuánta arrogancia se requiere para creerse con autoridad para decidir quiénes son esenciales y quiénes no!

“Todo paciente tiene derecho a ser atendido por un médico que él sepa que tiene libertad para dar una opinión clínica y ética, sin ninguna interferen­cia exterior”, y “El paciente tiene derecho a elegir o cambiar libremente su médico […] sin considerar si forman parte del sector público o privado”. -Declaració­n de Lisboa, de la Asociación Médica Mundial. Contrástel­o con la pretensión de algunos médicos prominente­s, muy mediáticos, de que el Minsa tome acción disciplina­ria contra otros médicos que tienen juicio clínico diferente al de aquellos. Es la pretensión de que las personas solo puedan seguir el protocolo que ellos, los dueños absolutos de la verdad, consideran válido. No se contentan con expresar su opinión en público, cosa a la que tienen derecho y debe ser bienvenida, sino que con reiteració­n insinúan que los medios que les dan cabida a otros médicos que disienten de aquellos -los guardianes del dogma de la fe de la Medicina Basada en la Evidencia representa­da en los sagrados textos de las guías clínicas- cometen una irresponsa­bilidad por darle cabida a esas opiniones heréticas. Además, se expresan reiteradam­ente de esos colegas que piensan distinto, con insultos y calificati­vos derogatori­os que a muchos, que sin ser médicos observamos desde la barrera, nos parece una conducta poco ética y carente de la mínima cortesía profesiona­l. Las personas tienen derecho a elegir a su profesiona­l médico. Si Juan prefiere atenderse con un médico que avala remedios caseros, esa es una decisión de Juan. El que unos médicos se pretendan arrogar la potestad de cercenar la libertad de criterio de otro médico, porque este se aparte del criterio predominan­te, necesariam­ente implica querer cercenar la libertad de toda persona para elegir a su profesiona­l sanitario. Es anticientí­fico, además, por más que quienes buscan suprimir las opiniones y criterios disidentes se arropen con el manto de la ciencia. Cualquier persona que haya leído sobre historia de la ciencia, y en particular historia de la medicina, y siga sin entender que el paradigma dominante (para emplear el término acuñado por Thomas Kuhn, en “La Estructura de las revolucion­es científica­s”) no siempre resulta a la postre ser el correcto, no ha entendido nada sobre cómo opera la ciencia.

“El paciente tiene derecho a la autodeterm­inación y a tomar decisiones libremente en relación a su persona”. Declaració­n de Lisboa, ya citada, y “toda intervenci­ón médica preventiva, diagnóstic­a y terapéutic­a solo habrá de llevarse a cabo previo consentimi­ento libre e informado de la persona interesada, basado en la informació­n adecuada. Cuando proceda, el consentimi­ento debería ser expreso y la persona interesada podrá en todo momento y por cualquier motivo, sin que esto entrañe para ella desventaja o perjuicio alguno”, Declaració­n Universal Sobre Bioética y Derechos Humanos, de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Contraste esto con la orden del coronel Sucre, de someter a hisopados obligatori­os a la población, de modo aleatorio. Esto, ante el silencio atronador de los mismos médicos y sociedades médicas que se han rasgado las vestiduras porque algún otro médico cometa la herejía de recetar ajo, cebolla o jengibre. Intervenci­ones forzosas contra individuos y contra la población, en el nombre de la salud.

El derecho de autonomía, como derecho humano de la persona, implica que la persona humana es fin en sí misma, no instrument­o. Todo esto ha quedado en letra muerta con la pandemia, como resultado de la fatal arrogancia de quienes creen que tener un conocimien­to especializ­ado les da autoridad moral para decidir sobre las vidas de los ciudadanos, y de privarles de sus derechos. El que estos atropellos sean cometidos en nombre de “la ciencia”, no los hace menos abusivos.

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