Respeto de propios y extraños
“[…] un sentido superior […] debería mantenernos siempre vigilantes a que nadie -ningún Gobierno o ningún idiota- mancille el sacrificio de individuos o generaciones pasadas por pinches o inexplicables objetivos”
Hay ciertas cosas o temas con las cuales no se juegan, el 9 de Enero de 1964 es una de ellas, tal vez la más importante del calendario histórico nacional. Hay un video de dos idiotas que, a, son de rock, prendieron un periódico en la llama eterna ubicada en las afueras del edificio 704, antiguo Colegio Secundario de Balboa en donde iniciaron los violentos hechos de esa fecha. Parecen ser dos extranjeros, pero igual: idiotas. Ese es un lugar solemne y de respeto en donde se honra la memoria de 22 panameños que perdieron la vida por la brutal respuesta que la policía de la entonces Zona del Canal y el ejército de los Estados Unidos ejecutaron contra las protestas del pueblo panameño después de conocido los hechos.
Creo que estos dos idiotas importados, y muchos otros criollos, son el producto de una visión sobre la educación que no ve como importante resaltar el tema de nuestra relación con los Estados Unidos. Han preferido vender un Panamá de “surfing”, restaurantes y edificios lujosos y enterrar en el olvido las historias y eventos de la lucha por la soberanía que nos han traído a este momento. Algunos de los siguientes párrafos los escribí hace algunos años, cuando se discutía el tema de la posible ubicación de la Embajada de China en las áreas revertidas.
Me tocó madurar durante las tres últimas décadas del pasado siglo. A constituirme en un participante estudiantil activo y comprometido con las responsabilidades que la Patria exigía de sus hijos en ese relevo generacional que había iniciado inmediatamente después que se pusieran en ejecución los tratados que firmó Bunau-varilla y que tuvo su máxima erupción durante esos primeros días de enero de 1964.
Durante la década de 1970 participé de las manifestaciones del movimiento estudiantil en reclamo de nuestros derechos soberanos y seguí minuciosamente el proceso de negociación. Qué mejor tiempo para madurar entre la intensidad y la efervescencia de las movilizaciones que culminaron con la firma de los Tratados Torrijos-carter.
En una universidad madura y consciente del momento, viví de cerca los detalles de un movimiento político de consideraciones históricas que cambiarían determinadamente la vida de nuestra Nación.
Hay pocas maneras de darle sentido a esa época; más para bien que para mal. Indiscutiblemente definió la nacionalidad en un contexto que se sustenta en los hechos finales. Para mí fue la plataforma cultural, política e intelectual que me ha hecho la persona que soy hoy.
Si nos adherimos a los términos comunes esbozados en varias definiciones y por varios autores sobre qué es identidad nacional, la definición genérica y compartida, incluye los enunciados de: costumbres, lengua, idioma, cultura e historia. Estas definiciones asumen como válido el entendimiento de que los rasgos generales son compartidos por los individuos que constituyen una Nación; y, que, a la vez, cada uno de ellos tiene una conciencia clara y definida de aceptación a estos rasgos que los aglutinan (o que los debiera aglutinar).
Me cuesta imaginar a muchos de los que hoy se benefician de lo alcanzado, manifestándose en esos tiempos por la avenida de Los Mártires, azuzando a los gringos y a los “zonians”, gritando “Panamá es Soberana en la Zona del Canal” o “Un solo territorio, una sola bandera” o “Vivan los mártires del 9 de Enero”. Compartiendo ese sentido de nacionalidad que buscaba el bien común: la salida de una fuerza extranjera en nuestro territorio… que hacía intentos, a cada momento, para humillarnos como pueblo y como nación.
Los sentimientos de emancipación que prevalecieron por más de un siglo y por ver el territorio nacional unificado, “un solo territorio, una sola bandera”, fue un estado mental y de ánimo que guio a la mayoría de la población hasta que se lograra ese objetivo… o, por lo menos, hasta 1979, cuando se dio inicio a un proceso de “descolonización”, como lo definiera el general Torrijos. Y no importa cuánto tiempo ha pasado desde entonces, ya unificado el territorio nacional, a partir del mediodía del 31 de diciembre de 1999, un sentido superior (o un olfato emocional o político) debería mantenernos siempre vigilantes a que nadie -ningún Gobierno o ningún idiota- mancille el sacrificio de individuos o generaciones pasadas por pinches o inexplicables objetivos. Respeto y honor eterno a los mártires de 1964.
La Opinión Gráfica