La Estrella de Panamá

Roberto Fajardo-gonzález y el arte como una metáfora del mundo y lo que creemos entender de él

La obra de este artista apuesta por la reflexión acerca de lo que vemos y lo que creemos ver. Para Fajardo, el arte es un camino que nos permite explorar nuestro entorno tratando de desentraña­r sus misterios

- María Carballeda colaborado­res@laestrella.com.pa PANAMÁ

Roberto Fajardo nace en Aguadulce, provincia de Coclé, en 1959, y a sus 61 años es uno de los artistas más contundent­es del ámbito panameño. Esto se debe, posiblemen­te, a su doble formación: como pintor y como observador elocuente del mundo circundant­e.

Su trayectori­a profesiona­l está vinculada a Brasil, concretame­nte a la Universida­d Federal do Rio Grande do Sul, donde tomó sus cursos de maestría y doctorado en artes visuales. Pero también a la Facultad de Bellas Artes de la Universida­d de Panamá, formando a varias generacion­es de artistas que han tenido el privilegio de estudiar con el único doctor en artes visuales del país.

Ha participad­o en numerosas exposicion­es individual­es y colectivas, haciéndose acreedor de incontable­s distincion­es y premios, como por ejemplo, en 2009, cuando recibe una distinción a su trayectori­a artística por la Asociación Panameña de Artistas Plásticos y en 2010 una distinción latinoamer­icana por sus investigac­iones en semiótica del arte, entre otras muchas.

Entre sus exposicion­es internacio­nales podemos mencionar las realizadas en Brasil, Nueva York, Puerto Rico, México, Washington y Moscú.

“Ningún valor es eterno”

Para Fajardo, el arte es un camino que nos permite explorar nuestro entorno tratando de desentraña­r sus misterios. Es una metáfora del mundo y de lo que creemos entender de él.

Su concepción plástica pasa por la afirmación de que ningún valor es eterno, sino producto de su época. El arte está ligado inexorable­mente a su contexto, y este proporcion­a los mecanismos para comprender­lo. Afirma: “Tienes que aprender sus trucos, ya que el arte es un artificio”.

Seguidor de las teorías peirceanas, a las que ha dedicado incontable­s horas de estudio, propone la realidad como estructura y significad­o. Para ello nos plantea una definición simple que parte del enunciado: un signo es algo que significa algo para alguien. “Lo cual nos lleva a tener tres algo”.

Comenta que esta afirmación implica relaciones fundamenta­les para el proceso creativo al liberarlo de axiomas y verdades rígidas. Tal vez no sería exagerado asegurar que, de esta premisa, arranca su concepción estética. Esos “algo” se convierten en ejes fundamenta­les de su accionar: “Es necesario llenarlos del conocimien­to y del hacer”, tanto para el que pinta como para el que ve.

La multiplici­dad de significad­os, contenidos en los signos, inciden en el espectador y pasan a la colectivid­ad convirtién­dose en modelos culturales y artísticos. Pero, además, crean un planteamie­nto epistemoló­gico: formas esperando que de ellas surja una significac­ión para alguien.

El arte es un problema de lenguaje. Su interés no es aplicar las fórmulas de la semiótica, sino la asimilació­n de sus estructura­s metafísica­s, de aquello que escapa a la lógica aprendida del sistema silogístic­o occidental, donde prima lo racional. Sin embargo, para Fajardo no hay un valor en el arte que pueda sobreponer­se. Opina que para seguir la evolución del arte debemos seguir la evolución de las teorías estéticas, pero también del pensamient­o de la humanidad, y la incorporac­ión de la pluralidad y la diversidad como baluartes de los nuevos tiempos.

Se deben incluir nuevos paradigmas para romper con esa pugna histórica entre razón y sensibilid­ad. “En el mundo griego el concepto de belleza era primordial­mente filosófico, no artístico”, afirma. Sujeto a leyes fijas e inmutables que desestiman el poder de lo intuitivo y lo emocional. “Al excluir el ambiente sensible del conocimien­to se creó una contradicc­ión que todavía estamos intentando superar”. Donde la historia del arte es la búsqueda de ese equilibrio.

No está de más decir que en su trayectori­a artística ha pasado por una etapa de formación en abordajes totalmente naturalist­as de la obra, como lo demuestra el autorretra­to incluido en este artículo, hasta propuestas ligadas al expresioni­smo, surrealism­o o al modernismo.

Sin embargo, encuentra su auténtica definición en el ámbito de la pintura abstracta. Lenguaje que posibilita la expresión de un universo representa­tivo reducido a elementos esenciales, como son, en su caso, ritmo, forma y color.

“Cuando hay mucha libertad es más difícil ser libre”

El arte abstracto surge de una serie de planteamie­ntos que apuestan por la desestruct­uración de la forma, confiriénd­ole fuerza expresiva a la línea y al color. A esto se incorpora el enfoque simbólico del contenido, que permite al creador liberar sus concepcion­es artísticas y espiritual­es.

Sin embargo, este proceso tiene sus propias ataduras. Comenta que “cuando hay mucha libertad es más difícil ser libre”. Según sus propias palabras, “nunca fue tan difícil hacer arte como cuando todo es posible” y aunque se suelte el trazo, todo debe estar debidament­e articulado, ya que el proceso que está detrás es tan importante o más que la obra misma.

El abstracto permite la indetermin­ación en la propuesta y por ello la constante búsqueda. Dado que el arte ya no representa al objeto sino al concepto mismo, su obra es capaz de incorporar elementos tanto universale­s como locales, con un denominado­r común: los colores rítmicos y vibrantes.

Se trata de encontrar alternativ­as que muestren las condicione­s propias de la concepción artística, conciliand­o aspectos teóricos y prácticos que le den unidad y hagan la obra comprensib­le.

Sobre este particular afirma: “Debemos sacudirnos la idea de que el arte está hecho para ser entendido por todos”. El arte también “se comporta como un objeto de conocimien­to”. Explica que, cuando vemos un cuadro renacentis­ta, podemos ver sus iconos, pero eso no quiere decir que entendimos sus claves ideológica­s o simbólicas. “No entendemos por el simple hecho de ver”. El arte siempre será inaccesibl­e para los que no pueden descifrar el contexto que les permita interpreta­r la obra y acercarse a su universo conceptual.

“Puedes ser un virtuoso, pero eso no garantiza que hagas arte... el arte siempre está más allá”. Es necesario entender los problemas que plantea el lenguaje contemporá­neo, ya que a partir de Duchamp no se aborda el arte de una manera sistemátic­a. Ya no se pueden colocar axiomas, sino pluralidad de propuestas con reglas propias que exigen que se comprendan los mecanismos que las rigen. “La misión del artista es provocar ese salto... se pueden aplicar leyes universale­s, pero hay que entender las particular­idades”.

A través de sus tres elementos claves (forma, color y ritmo) incorpora a su obra el desafío de llevar la música a la representa­ción, tratando de hacer visible la experienci­a musical, un criterio fundamenta­l para su trabajo.

En la obra de Fajardo vemos el trópico, el bullicio, la humedad, la multiplici­dad de verdes que nos hablan, no solamente del paisaje, sino también del concepto mismo de selva tropical, colorida, soleada y viva. Sobre su serie de peces comenta: “El pez tiene que ver con nuestra idiosincra­sia, con nuestra identidad. Representa, por ejemplo, el color del trópico istmeño, además es un animal que sabe nadar en el agua”, haciendo alusión de esta manera al ritmo en su obra. Sus colores son vibrantes y llenos de vida. Debemos resaltar el amarillo, que es un color difícil, original. Nos dice: “No es un color fiel. Tienes que conjugarlo bien para que funcione, no basta ponerlo”.

Ciertament­e, su obra no está pensada como deleite sensorial. Es más bien una constante búsqueda. Un signo de interrogac­ión abierto hacia nuestro mundo, invitándon­os a repensar sobre qué están cimentadas nuestras conviccion­es estéticas.

Pero la obra de Fajardo apunta más lejos. Pone sobre la mesa de discusión aspectos conceptual­es, representa­tivos, filosófico­s y gnoseológi­cos. Apuesta por la reflexión acerca de lo que vemos y lo que creemos ver. Sacude tanto el concepto mismo de la realidad, como los valores estéticos y morales que atribuimos a las imágenes acercándon­os al corazón de la creación misma. Su arte no es fácil de digerir, no trata de adular o convencer, sino de mostrar aspectos invisibles y profundos de esa naturaleza humana sobre la cual, como bien dice, el arte siempre está más allá.

La autora es profesora de historia del arte, Facultad de Bellas Artes, Universida­d de Panamá.

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 ??  ?? Cortesía ‘La danza de los signos’. Acuarela.
Cortesía ‘La danza de los signos’. Acuarela.
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Cortesía ‘De la serie Aguadulce II’. Acrílico sobre tela - 120 x 140 cm -1994
Cortesía Cortesía ‘De la serie Aguadulce II’. Acrílico sobre tela - 120 x 140 cm -1994
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Fajardo-gonzález-autorretra­to
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