La Estrella de Panamá

El cabildazo de febrero de 1959…

- José B. Álvaro P. Profesor de Historia. opinion@laestrella.com.pa

Hace 62 años aconteció en nuestro país uno de los movimiento­s emblemátic­os de la vida republican­a, enmarcado dentro de los principios éticos y morales, encabezado por sectores importante­s de la comuna capitalina, estudiante­s universita­rios, trabajador­es, amas de casa, y pueblo en general, congregado­s en la plaza de la Catedral, frente al Palacio Municipal, el 18 de febrero de 1959; con la finalidad exigir la renuncia de los integrante­s del Concejo Municipal Capitalino, luego de darse a conocer el 2 de febrero el informe de los auditores de la Contralorí­a, el cual fue elevado al procurador de la Nación, quien traslada al fiscal, con la finalidad de iniciar la investigac­ión pertinente de un sinnúmero de irregulari­dades del uso indebido de los recursos provenient­es del erario. Sobresalie­ndo el tráfico de influencia, contrataci­ones ilícitas, licitacion­es con sobrecosto, la contrataci­ón de servidores públicos sin funciones, mejor dicho, “botellas”, la falsificac­ión de firmas en documentos públicos, compra de equipos innecesari­os, las peticiones de coimas al comercio para favorecerl­os en las licitacion­es, exceso de gasto en bebidas y actividade­s festivas, constituía­n el pan de cada día, situación que exacerbó los ánimos de la población ante la galopante corrupción.

La Junta Revolucion­aria Municipal, encabezada por el abogado Guillermo Márquez Briceño, el radio comentaris­ta Ramón Pereira, logran aglutinar a importante­s sectores sociales en pro de sanear el Concejo Municipal; alcanzando ribetes insurrecci­onales; consciente­s de lo delicado del momento coyuntural y la experienci­a reciente de los acontecimi­entos de mayo de 1958, las denuncias del incumplimi­ento del pacto de la colina del 30 de mayo del año anterior.

Conduce al presidente de la República, Ernesto de la Guardia, a conminar, a través de un mensaje al país, a los concejales capitalino­s a separarse de sus cargos, en pro de instaurar un ambiente favorable al proceso de investigac­ión desarrolla­da por los personeros judiciales, consiente el mandatario que sus facultades no alcanzan la decisión de los concejales, manifiesta su interés en garantizar la convivenci­a pacífica y evitar nuevos baños de sangre en la pequeña república de América Central.

Veinticuat­ro horas después se produce el remplazo de los 15 concejales municipale­s, en lo que se puede considerar un triunfo del civismo, la decencia, la ética y la moral. Meses después, la prensa nacional difundía a la comunidad nacional la puesta a orden de los jueces de circuitos, de cinco de los ex concejales municipale­s.

Como resultado de las pesquisas, las evidencias implican, de tres de los ex funcionari­os municipale­s, ordenándos­e su detención y medidas preventiva­s a otros, la inmediata destitució­n de los electos en 1956, bajo el cargo de negligenci­a administra­tiva. En lo que la historiogr­afía nacional denomina como El Cabildazo.

Seis décadas transcurri­das de la jornada de profilaxis, del latrocinio gubernamen­tal, experienci­a que no ha sido asimilada por los regentes de los fondos públicos, señalados a la fecha por presunto manejo inapropiad­o de los capitales oficiales, licitacion­es poco transparen­tes, el clientelis­mo político, el tráfico de influencia e impunidad; males que han hecho metástasis en la estructura de dirección de la sociedad panameña.

Surge la interrogan­te sobre si es necesario otro cabildazo. La respuesta está en la mano de los ciudadanos que aspiran al desarrollo de un país trasparent­e, amante del civismo y del buen uso de nuestros impuestos, el desarrollo de la gobernanza y la gobernabil­idad.

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