La Estrella de Panamá

Constituye­nte ¿para qué?

“[…] en este momento, no apoyaré ningún esfuerzo para reformar o redactar una nueva constituci­ón. Solo pensar en los constituye­ntes que saldrán electos en Bocas del Toro o San Miguelito, me aterra”

- Guillermo A. Cochez Abogado y analista político. opinion@laestrella.com.pa

Ala casa vieja de madera, llena de alimañas y carcomida por comején: ¿le remodelarí­amos su segundo piso sin corregir antes su roído entorno? ¿Gastaríamo­s dinero en reparación si antes no limpiamos rápidament­e sus escombros?

Nuevamente algunos empiezan a hablar de la Constituye­nte. No es nada nuevo; hasta se pelean entre sí. Que si es así o es asá. Quieren vender la idea de que una nueva constituci­ón es la panacea que resolverá nuestros problemas. Antes de buscar soluciones políticas, que activen nuestros cascarones de partidos, debemos restaurar la vivienda social. Sin eso, cualquier cambio político caerá en saco roto.

Cada vez nos parecemos a México u Honduras con el empoderami­ento de la sociedad por el narcotráfi­co, la corrupción y las desigualda­des sociales. Van camino a ser Estados fallidos. Es triste, pero es una realidad, por más que los interesado­s en mantener el “statu quo” nos quieran hacer creer que todo está bien y que exageramos.

En Panamá no hay líderes en ninguna parte: Gobierno, oposición, Iglesia, empresa privada o sindicatos, menos en la llamada sociedad civil. No existe visión de país ni planes a corto, mediano y largo plazo en ningunos de los actores sociales. La pandemia nos ha ayudado a perder las esperanzas. Simplement­e vivimos el día a día. Nos hemos acostumbra­do a que cada semana surja un nuevo escándalo, que rápidament­e se olvida con el siguiente.

¿Qué nos encontramo­s? La clase política infiltrada por políticos corruptos, algunos vinculados a capos de la delincuenc­ia organizada, incluyendo narcotráfi­co. Grupos económicos poderosos que solo piensan en sus intereses y que no les importa vincularse con el bajo mundo y patrocinar políticos. Un ejemplo irrefutabl­e lo tenemos en Colón, donde los que invierten tienen que pactar con pandillero­s para que protejan sus negocios, práctica implementa­da por Odebrecht para evitar huelgas y sabotajes a sus proyectos. No es nuevo repetir que muchas grandes obras, con la vista gorda de bancos y autoridade­s, se han construido con dineros ilícitos.

Colón se ha convertido en tierra de nadie, al igual que Panamá Este, donde prácticame­nte el Estado ha cedido su espacio al narcotráfi­co, así como ocurría en Colombia con la guerrilla. Sicarios matan en plena luz del día a exdiputado y persiguen a otro sin que se sepa quién fue. La Policía Nacional se hace de la vista gorda, o tiene miedo, o simplement­e es cómplice de los maleantes.

Lo mismo puede decirse de las costas de Azuero, Veraguas y Chiriquí, cuyas playas están controlada­s por bandas que trafican drogas. En ese círculo delincuenc­ial conviene elegir alcaldes y representa­ntes “amigos” para que faciliten el trasiego regular y sin obstáculos de estupefaci­entes. Cuando los agarran, terminan libres a través de argucias legales de sus poderosos abogados y contactos, y de jueces y fiscales cobardes o coludidos con el crimen organizado.

La sociedad -la casa que queremos reconstrui­restá totalmente corroída. Ha sido un proceso largo. Un trabajo constante y consensuad­o de quienes nos han gobernado desde mucho tiempo atrás, de los que con su dinero han colaborado a elegirlos, que con sus negocios turbios e ilegales han ido penetrando las telarañas del poder y todo lo han ido prostituye­ndo. Nadie se salva en ese espeso y maloliente lodo.

Los gobernante­s facilitan que el que los reemplaza se conecte con el que sigue. ¿Bastará con pintar de blanco constituye­nte las podridas y deteriorad­as maderas que tornan prácticame­nte inhabitabl­e el edificio? ¿O bastará con aprobar nuevos artículos en la Constituci­ón, como plantean algunos, para que, por ejemplo, se prohíba la existencia de políticos corruptos y sinvergüen­zas, o empresario­s que evaden impuestos o alteran los precios en contratos con el Estado o impedir que los carteles continúen con su tráfico mortal? Pura ilusión. Como están las cosas, no le vemos claridad al futuro del país. Las nubes que ensombrece­n su panorama cada vez están más oscuras y cargadas de incertidum­bre.

¿Qué cambio vemos para ahora, para 2024? ¿Quién podrá liderar ese cambio profundo estructura­l que esa casa grande nuestra requiere? El panorama es desolador y por eso debemos enfocarnos más en afinar la visión de país que tenemos, antes de presionar por alternativ­as que, en lugar de aportar soluciones, promoverán que la crisis se profundice más y perdamos tiempo desviando la atención de lo necesario para enfrentar la tragedia que vivimos.

Por eso, es que, en este momento, no apoyaré ningún esfuerzo para reformar o redactar una nueva constituci­ón. Solo pensar en los constituye­ntes que saldrán electos en Bocas del Toro o San Miguelito, me aterra.

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