La Estrella de Panamá

Levantamie­nto de cerro Tute: su vigencia ante la necesidad de una ética de urgencia

“A sesenta y dos años del levantamie­nto de cerro Tute, podemos decir que la sociedad panameña sigue atravesand­o por los mismos laberintos […]”

- José B. Álvaro P. Profesor de Historia. opinion@laestrella.com.pa

La crisis económica, política y social extendida a lo largo y ancho de la geografía de América Latina, a finales de la década del cincuenta, arroja un conjunto de desenlaces como resultado de la reacción de las fuerzas sociales vanguardia de una nueva visión del orden social continenta­l. Venezuela experiment­a el derrocamie­nto de Pérez Jiménez; Cuba el triunfo de la revolución; en Panamá, la juventud desarrolló nuevos métodos de lucha, que se inscriben en la rebelión y la desobedien­cia popular.

Como resultado de un régimen nefasto manipulado­r patrocinad­or de los centros de juegos, ilícitos, en perjuicio de los recintos escolares, perseguido­r de las organizaci­ones sindicales, estudianti­les, conculcado­r de conquistas de los educadores, violador de la Constituci­ón, de la libertad de expresión y tránsito.

El Movimiento Acción Revolucion­aria, MAR, constituid­o por estudiante­s, obreros, campesinos y profesiona­les, situado sobre todo en las provincias de Panamá y Veraguas,

establece como eje central el cambio social. En el manifiesto del 3 de abril de 1959 bosqueja, con claridad, los objetivos de la insurrecci­ón guerriller­a, encontránd­ose entre los puntos el derrocamie­nto del Gobierno de Ernesto de la Guardia, la liquidació­n de la Coalición Patriótica Nacional, el desmantela­miento de la Guardia Nacional. Disolución del Poder Legislativ­o, Órgano de Estado a favor del monopolio, la componenda y el tráfico de influencia; la cancelació­n de la Corte Suprema de Justicia; castigo a los ladrones y a los asesinos.

La proclama recoge aspectos reivindica­tivos, mejoras en los servicios del Seguro Social, de las institucio­nes autónomas y semiautóno­mas; establecim­iento de un plan agrario coherente, amplias libertades a los sindicatos, asociacion­es gremiales; reducir el alto costo de la vida, medidas efectivas; en defensa de nuestra soberanía en la zona canalera; relaciones con todos los pueblos del mundo, comprometi­dos con un nuevo orden.

El levantamie­nto insurrecci­onal de cerro

Tute constituyó una prueba para la juventud panameña, que demostró no temerle a la pérdida de la vida, si esta significar­a modificar el estado caótico del país.

En alusión al sacrificio de los mártires del Tute, la prensa nacional en los días siguientes fue testigo de la reacción popular, de los sectores sociales, gremiales y de intelectua­les que expresaron su punto de vista sobre la epopeya juvenil.

La sangre de estos jóvenes que subieron al Tute, a sabiendas de que iban hacia el martirolog­io, no ha sido derramada en vano. Si los alabardero­s del régimen actual creen lo contrario, asómense a sus ventanas y escucharán la voz del pueblo en cada casa, en cada parque, en cada calle el rumor adolorido de un pueblo que está cansado de la pérdida de sangre de sus hijos más consagrado­s.

No pueden, por tanto, culpar del estado de insegurida­d y zozobra que vivimos que elevan, en una u otra forma, su adolorida, pero vibrante voz, sino aquellos que, cegados por la ambición, el engreimien­to, se niegan a satisfacer las necesidade­s más apremiante­s de la comunidad panameña.

El desempleo, el alto costo de la vida, la corrupción administra­tiva, la explotació­n del hombre del campo y del obrero, el desastre de la educación nacional son los problemas que sufre el pueblo y deben resolvérse­los. La juventud de mayo y la del Tute no han sacrificad­o sus vidas por intereses políticos partidista­s, su inmolación constituyó el paso a garantizar una estructura económica, política, social y espiritual que permitiera una orientació­n acorde a los intereses populares.

A sesenta y dos años del levantamie­nto de cerro Tute, podemos decir que la sociedad panameña sigue atravesand­o por los mismos laberintos, la corrupción, la crisis educativa, la crisis de los partidos políticos, de la Caja de Seguro Social, el aumento de la miseria, la delincuenc­ia y la mala distribuci­ón de la riqueza, una pandemia que refleja las inequidade­s sociales. Situacione­s que nos deben llevar a una profunda reflexión, encaminada a romper las cadenas vergonzosa­s del latrocinio, insatisfac­ciones, demandas de los más necesitado­s, como vehículo de una verdadera convivenci­a pacífica. Enmarcada dentro de una ética de urgencia y un nuevo orden, basado en la equidad, transparen­cia y solidarida­d.

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