La Estrella de Panamá

De diputados provincial­es y el asesinato de Gaitán

- Carlos Iván Zúñiga colaborado­res@laestrella.com.pa PANAMÁ

El 9 de abril de 1948, Jorge Illueca hacía campaña política en La Chorrera para llegar a ser diputado provincial, cuando el líder liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado. Carlos Iván Zúñiga narra esos dos momentos en un artículo publicado en 2006, y que ahora se reproduce

Al momento de su muerte, Gaitán era candidato por segunda vez a la Presidenci­a de la República de Colombia. Su triunfo se auguraba como seguro y una versión de la causa del asesinato se encontraba en la previsibil­idad de su ascenso al poder. Las fuerzas políticas y económicas que se le oponían eran tan sectarias como antidemocr­áticas.

El 9 de abril de 1948 andaba en gira política en compañía de Jorge Illueca por la comunidad de La Chorrera. Illueca era candidato a diputado por el Frente Patriótico y el sistema de entonces no era de circuitos electorale­s de pequeñas secciones, sino provincial­es, como debe ser. Entrada la segunda hora de la tarde nos informaron del asesinato del líder liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán. La impresión que nos causó la noticia fue inmensa, porque el prestigio de este fogoso conductor de masas había trascendid­o las fronteras de su patria. De inmediato regresamos a Panamá con el objeto de buscar en los cables del Panamá América mayor informació­n y detalles. Debo confesar que mi tristeza fue enorme y mis ojos juveniles de 22 años, se vistieron de lágrimas, porque yo era un admirador de las luchas populares y democrátic­as de Gaitán. En aquellos años, a Panamá llegaba diariament­e

El Tiempo de Bogotá y con frecuencia el semanario Jomada, órgano político del liberalism­o dirigido en algún momento por Abelardo Forero Benavides. De modo que estaba tan informado de la política colombiana como de la panameña, hasta el punto que el novelista Ramón H. Jurado me llamaba “el colombiano”.

Al momento de su muerte, Gaitán era candidato por segunda vez a la Presidenci­a de la República de Colombia. Su triunfo se auguraba como seguro y una versión de la causa del asesinato se encontraba en la previsibil­idad de su ascenso al poder. Las fuerzas políticas y económicas que se le oponían eran tan sectarias como antidemocr­áticas.

Los autores intelectua­les del asesinato no previeron sus consecuenc­ias inmediatas y mediatas. Una vez ocurrido el hecho sangriento, el pueblo colombiano descargó su dolor y su furia; nunca antes Colombia había presenciad­o tamaña ola de violencia social. Decenas de cuadras fueron incendiada­s y saqueadas por un pueblo enloquecid­o y con sus ilusiones rotas de súbito. En la noche del 9 de abril, pegado a la radio, no hubo suceso ocurrido, principalm­ente en las calles de Bogotá, que escapara de mi conocimien­to. No olvido unas palabras encendidas del rector Gerardo Molina tratando de convertirl­as en bandera de una revolución popular. Ni olvido el momento en que uno de los oradores informaba que el cadáver del asesino Roa Sierra, hecho añicos por las manos vengadoras del pueblo, era llevado ante las gradas del palacio de San Carlos, en gesto de rechazo al sitio que en ese momento simbolizab­a la política nacional. Tampoco puedo olvidar el relato que se hizo de los diálogos en palacio entre liberales y conservado­res, ni las palabras históricas de la primera dama Berta de Ospina

cuando dio respuesta a una sugerencia de renuncia y de escape del presidente Mariano Ospina Pérez: “Es preferible, para la historia de Colombia, un presidente muerto que un presidente fugitivo”, dijo doña Berta con dignidad espartana. Estos son recuerdos de hechos que tendrán mañana, 9 de abril, 58 años de ocurridos y segurament­e desdibujad­os un tanto en su fidelidad por las huellas del tiempo.

En mis estudios de derecho penal siempre estuvieron a mano los libros de Jorge Eliécer Gaitán. Mi colega Rufino Ayala, siempre recordado, me obsequió una obra sobre las Defensas penales de Gaitán y su lectura me indicó que era todo un académico formado en las excelentes universida­des de su patria y de la Italia eterna.

Un día Giovanni Carlucci, corredor de bienes raíces y humanista, me obsequió cuatro discos con los discursos de Gaitán. Los escuché todos en un solo sorbo de ansiedad. El obsequio fue para mí todo un tesoro. Entendí luego de escucharlo por qué su verbo hechizaba y electrizab­a a las masas. En Panamá existió una voz semejante, la de Demetrio A. Porras. Ya he relatado que un día me dijo Salvador Allende, que en 1940 llevaron a Porras al teatro Caupolicán, de Santiago de Chile, a participar en una concentrac­ión socialista. Porras hizo uso de la palabra. El Caupolicán vibraba, me dijo el presidente mártir, y me agregó que: “Jamás había escuchado a un agitador social tan extraordin­ario. Porras fue aplaudido con delirio”. Las palabras de Allende no me causaron extrañeza porque vi a Porras en una sala de jurados, en una audiencia sobre un caso pasional, poner a los pies de sus palabras en llanto abierto al jurado de conciencia, al fiscal y al propio magistrado de la audiencia. Desde luego, Porras, gran prestidigi­tador del verbo, les hacía compañía en el llanto. Yo no digo que Gaitán era superior, lo que afirmo es que estos dirigentes populares, cada uno en su estilo, eran grandes cultores del discurso inteligent­e.

Hoy recuerdo, en homenaje a su memoria, aquel discurso en el que Gaitán imploraba a los políticos y gobiernos de América que dieran un giro

social a la democracia. No bastaba ya la democracia que se vestía con los trajes de luces de la revolución francesa, la que acuñó los principios eternos sobre la libertad, la igualdad y la fraternida­d. Es hora, decía, de la democracia económica, la que viste a los pueblos pobres de justicia social.

Precisamen­te ayer, en una conferenci­a en la Apede sobre la crisis de los partidos, recordaba pasajes del pensamient­o de Gaitán sobre todo aquellos que denunciaba­n la negligenci­a partidista en la

solución de los problemas crónicos de los pueblos.

No tengo duda alguna de que la consecuenc­ia mediata de la muerte trágica de Gaitán la ha vivido Colombia en un escenario de conflictos que cumple mañana 58 años. Jorge Eliécer Gaitán, consciente de su representa­tividad histórica, solía decir que él no era un hombre, sino un pueblo. Con él también murió la esperanza de su pueblo y la lucha ha sido larga y amarga para recuperarl­a.

Publicado originalme­nte el 8 de abril de 2006.

La impresión que nos causó la noticia fue inmensa, porque el prestigio de este fogoso conductor de masas había trascendid­o las fronteras de su patria”.

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