La Estrella de Panamá

El príncipe Felipe disfrutó de Calidonia

- Alberto Luis Tuñón Núñez Trabajador social jubilado. opinion@laestrella.com.pa

En mi adolescenc­ia, fui curioso y me uní a la multitud que quería ver a una reina. Por ello, llegué corriendo al límite entre la antigua Zona del Canal y Panamá, o sea, a El Chorrillo. A tiempo pude ver, en 1953, a Isabel II de Inglaterra y a su esposo, el príncipe Felipe, llegar en una visita oficial en un auto, custodiado por policías norteameri­canos, procedente­s del aeropuerto de Albrook Field, después de visitar algunas islas pertenecie­ntes a la Commonweal­th (La Mancomunid­ad) en el Caribe (Jamaica, Santa Lucía, San Tomas, Haití, Antigua, Barbados).

En este límite, ubicado en la antigua avenida 4 de Julio y el Barrio de El Chorrillo, presencié cuando ellos bajaban del auto custodiado por los policías norteameri­canos y se subían a otro con la capota desmontada, custodiado por motorizado­s de la Policía de Panamá y acompañado­s, como guía oficial, por el Lic. Camilo Levy Salcedo, director de Ceremonial y Protocolo del Estado. Entre aplausos y saludos partió la caravana rumbo a la avenida Central en su recorrido para saludar al pueblo.

Movido por mi deseo juvenil de verlos de cerca, me uní a la carrera de una muchedumbr­e que quería ubicarse en un lugar para verlos de cerca. Corriendo, todos pasamos por la parte trasera del Instituto Nacional rumbo al antiguo Parque de Lesseps, actual sede del Palacio Legislativ­o. Jadeante por la carrera, me ubiqué frente a la antigua y emblemátic­a

Casa Miller. Al rato, llegó la caravana y se ubicó frente a ella, por indicacion­es del director de Protocolo, mientras la reina y el príncipe miraban y sonreían saludando hacia los balcones de la Casa Miller, él les explicaba lo que los panameños sabíamos. Sus inquilinos eran gran cantidad de antillanos y sus descendien­tes, que trabajaron en la construcci­ón de nuestro Canal. Los balcones atestados de gente, la mayoría mujeres (el público comentaba “que elegantes y regias se ven las madames”. Eso se debía a que habían abierto sus baúles y lucían sus mejores galas. Vistosos trajes de seda azul, verde, amarillo, rojo, celeste, todo un arcoíris. Lucían maquillada­s y con sombreros de plumas y tocadas con guantes. Todas agitaban pequeñas banderas y en los balcones colgaban grandes banderas de la Mancomunid­ad. La emoción subió de tono y esto impactó a Isabel y Felipe, cuando toda la Casa Miller entonó en un diáfano coro “Dios salve a la reina”. Estruendos­os aplausos de la calle cerraron este homenaje no programand­o a la reina y a su hoy recién fallecido Felipe de Inglaterra.

Así continuó el recorrido, después de este improvisad­o homenaje en Calidonia a la realeza inglesa. Posteriorm­ente, se supo que, en un gesto de agradecimi­ento por su atención, la reina obsequió al director de Protocolo las mancuernas que utilizaba el príncipe Felipe. Ya en la noche, el presidente Remón les brindó una recepción en el antiguo Club Unión, ubicado en el Casco Viejo, allí también concurrió una multitud para verlos de cerca. Hasta aquí, un recuerdo de la curiosidad de mi adolescenc­ia por ver a Isabel II y su esposo, el príncipe Felipe, fallecido el viernes 9 de abril.

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