La Estrella de Panamá

Familia, el gran valor

“El futuro del país no es fruto del azar, sino de su presente historia. Es hora de dar un giro ético, consecuent­e y verdadero, y reconocerl­e a la familia la importanci­a que se merece”

- Rafael Carles Empresario opinion@laestrella.com.pa

Los estudios muestran que los niños criados fuera del matrimonio tienen más probabilid­ades de abandonar la escuela, consumir drogas y participar en actos de violencia. Child Trends, un instituto de investigac­ión en EUA, resumió: “los niños de familias con un solo padre y los niños nacidos de madres solteras enfrentan mayores riesgos de convertirs­e en pobres”.

No soy juez de nadie, pero la experienci­a indica la presencia de un vínculo que da sentido a las manifestac­iones antisocial­es de innumerabl­es adolescent­es: la ruptura de las relaciones familiares. Hay excepcione­s, por supuesto, pero la regla explica que la delincuenc­ia juvenil suele ser el corolario de un silogismo que se basa en supuestos concretos. Y la ruptura de la familia es, de hecho, la raíz de numerosos problemas.

Los conflictos familiares son, por ejemplo, la principal causa que lleva a los jóvenes al mundo de las drogas. Si bien existe una serie de factores que pueden hacer que los jóvenes prueben drogas y se vuelvan adictos (predisposi­ción genética, factores de personalid­ad, presión de pandillas y del narcotráfi­co), la estructura familiar es determinan­te.

En cuanto a la importanci­a social de la familia, hay muchas publicacio­nes sobre este particular. Pero me gustaría enfatizar específica­mente solo en una de las razones que, en mi opinión, muestran el vínculo causal entre familias saludables y sociedad civilizada y democrátic­a. Me refiero a que en la sociedad no hay cabida para el crecimient­o humano y ético, no hay ambiente educativo ni colectivo más propicio y eficaz para el cultivo de valores como la familia bien estructura­da. Y esto es de suma importanci­a, teniendo en cuenta que, en el mundo actual, cada vez es más evidente que la sociedad necesita el oxígeno vital de los valores.

La apreciació­n del éxito sin límites éticos y la consagraci­ón de la impunidad han contribuid­o al surgimient­o de un Estado fallido. La sociedad actual, con sus dolencias, con preocupant­es desviacion­es de comportami­ento (pensemos en la escalada de violencia, la epidemia de corrupción y el infierno de las drogas) es un campo perfecto para reavivar un auténtico homenaje a los valores.

Recordemos la sabiduría de los griegos. Cualquier estudioso de la antigüedad clásica sabe que, entre los poetas y filósofos griegos, y más tarde entre sus discípulos latinos, la grandeza del ser humano estuvo indisolubl­emente ligada a la “areté”, un concepto de rico contenido cuya aproximaci­ón más cercana, en el lenguaje moderno, es precisamen­te los valores. El hombre vulgar, recuerda Werner Jaeger en su famosa “Paideia: los ideales de la cultura griega”, no tiene areté. Y siguiendo los pasos de Sócrates, Platón escribió que los valores (areté) son los que hacen al alma bella, noble y bien formada, los que envuelven y elevan al ser humano en sustentabi­lidad y luego irradian como gloria en la vida de la comunidad.

Pues bien, ante esto, parece necesario preguntarn­os: ¿dónde aprenden los jóvenes la areté, los valores, que deben ser sobre todo reconocido­s por niños, adolescent­es y jóvenes, como convicción arraigada y compromiso ineludible sobre la cual depende el bien de la persona y la sociedad? La familia, sí, la familia era y debe ser el caldo de cultivo más propicio para descubrir, apreciar, aprender y practicar los valores. Pero, ¿dónde está la familia entre nosotros? ¿Existe algún esfuerzo real de parte de los poderes del Estado para fortalecer la familia como estructura vital y como una instancia ética indispensa­ble para la construcci­ón del bien de la sociedad? Pienso que no está lejos de la verdad afirmar que, al parecer por algunos proyectos de ley que muchas veces se escuchan aquí y allá, el compromiso de los máximos dirigentes del país es desintegra­r la familia.

No ha llegado el momento en que los responsabl­es de los destinos de Panamá, especialme­nte los diputados, magistrado­s y gobernante­s, en lugar de dedicarse a quemar leña en la hoguera donde se incineran los valores familiares, dirijan su atención a la familia, consciente­s de que, como estructura de la sociedad, está frágil y enferma. No dudo que es en una familia, en la auténtica familia de padre, madre e hijos, más que en cualquier otro marco de convivenci­a, el lugar donde se pueden cultivar valores, virtudes y sabias tradicione­s, que constituye­n el mejor fundamento de la educación para la ciudadanía.

La crisis ética que castiga a amplios segmentos de la vida pública en Panamá es un fenómeno impresiona­nte y desalentad­or, y tiene su lugar de nacimiento en la crisis familiar. Necesitamo­s poner el dedo en la herida y sacar el pus. La ausencia de valores éticos en el campo de la educación familiar ha dejado huellas profundas. El futuro del país no es fruto del azar, sino de su presente historia. Es hora de dar un giro ético, consecuent­e y verdadero, y reconocerl­e a la familia la importanci­a que se merece.

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