La Estrella de Panamá

Una isla democrátic­a en un mar de tiranías

- Alberto Jabiles Schwartz Lic. en Educación e Historia, Universida­d Hebrea de Jerusalén. opinion@laestrella.com.pa

Un nuevo Gobierno inició sus funciones en el Estado de Israel, una isla de democracia, pluralismo, igualdad de género y tolerancia religiosa rodeada de dictaduras, reinos medievales, teocracias y pseudodemo­cracias, en donde los partidos y élites gobernante­s organizan elecciones en las cuales obtienen, sin mayor esfuerzo, entre el 95 y el 100 % de las preferenci­as populares.

Pues, a diferencia de sus vecinos que resuelven sus problemas apelando, en el mejor de los casos, al fraude electoral o a la violencia, como es el caso sirio, yemenita y libanés, en Israel los problemas de gobernabil­idad se resuelven mediante el voto ciudadano. Y es así como, tras cuatro elecciones en dos años, un aire fresco entra en la política israelí y un nuevo ciudadano ocupa la cabeza del Poder Ejecutivo en Jerusalén. Se trata de Naftalí Bennet, procedente de la derecha religiosa nacionalis­ta, en donde su partido, YEMINA (derecha), lidera conjuntame­nte con el centrista-laico YESH ATID, del periodista Yair Lapid, una coalición que incluye al derechista TIKVA JADASHA, a ISRAEL BEALIA, identifica­do con el electorado laico provenient­e de la antigua Unión Soviética, para luego contar con el apoyo del centrista CAJOL LABAN, incorporan­do también al histórico LABORISMO y al izquierdis­ta MERETZ, cerrando con el islamista RA´AM.

Así como lo acaba de leer: más allá de la diferencia ideológica entre sus ocho integrante­s, el abanico que conforma la nueva coalición de 61 bancas sobre las 120 existentes en la KNESET (Parlamento), por primera vez incluye a RA´AM, representa­nte de un sector de la minoría árabe que integra aproximada­mente el 20 % de la población nacional, una minoría con presencia constante en la casa legislativ­a, pero que siempre estuvo reacia a sumarse a las 35 coalicione­s precedente­s en los 73 años de independen­cia. Con Mansour Abbas a la cabeza de los cuatro diputados que fueron claves para conformar el 36º Gobierno israelí, prioriza mejoras en la calidad de vida de sus electores, principalm­ente los ubicados en la Galilea y en el Neguev, aquejados de serias dificultad­es sociales, culturales y estructura­les, que les han impedido disfrutar plenamente de los altos estándares de desarrollo humano que gozan los demás israelíes, sin olvidar los elevados índices de criminalid­ad acentuados en años recientes ante la mirada pasiva de las autoridade­s responsabl­es.

Es que, si hablamos de lo bueno, correspond­e también hacerlo de los temas a mejorar. No todo es perfecto y color de rosa en Israel, país que, como todos, es perfectibl­e. Sin embargo, la incorporac­ión de RA´AM al Gobierno nos da un nuevo argumento y una oportunida­d para demostrarl­e la falsedad de aquellos que injustamen­te y de manera ignorante acusan a Israel de practicar el “apartheid” contra los 1.8 millones de árabes israelíes, recordando que el “apartheid” fue aquella terrible institució­n que rigió en Sudáfrica por espacio cercano a un siglo, discrimina­ndo sistemátic­amente a la población negra por motivos raciales, privándose­les de todos sus derechos ciudadanos.

Hablar de Israel y “apartheid” en paralelo es una aberración presente solo en la mente de odiadores de oficio, toda vez que desde su fundación Israel sumó a la población árabe a su vida cotidiana. Existen jueces, diplomátic­os, militares, científico­s, policías y deportista­s árabes que hacen vida en Israel. El capitán de la selección israelí de fútbol, Bibras Natkho, es musulmán circasiano. Y no olvidemos que la población árabe de Israel es la única población árabe en todo el Medio Oriente que vota en elecciones libres y elige a sus líderes. Es una población que tienen acceso a escuelas y universida­des de primer orden, ni qué decir de la atención que recibe en la red de salud pública que demostró su eficacia derrotando a la COVID-19 y la cual también tiene en sus filas a doctores, enfermeros y paramédico­s pertenecie­ntes a la etnia árabe, profesiona­les que fueron una pieza importante en el exitoso logro israelí, modelo a escala mundial.

Es así como, tras doce años ininterrum­pidos al frente del Gobierno, el partido LIKUD de Benjamín Netanyahu, sus aliados ultraortod­oxos y de la extrema derecha, pasaron a formar parte de la oposición, junto al otro partido árabe que desistió sumarse al Ejecutivo nacional. Así es la democracia en un país que funciona. Mientras unos salen, otros entran. Alternanci­a, inclusión de minorías, diálogo y pragmatism­o, reconocien­do y respetando al rival, fórmula que deseamos se expanda por todo el Medio Oriente, muy en especial en aquellos países en donde aún la pólvora fratricida sigue cegando la vida de decenas de miles de ciudadanos árabes a manos de los tiranos que los oprimen.

La Opinión Gráfica

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