La Estrella de Panamá

Migracione­s, xenofobia y holocausto­s

“[…] debemos luchar contra esta manera de interpreta­r la realidad y buscar el debate público, promover la diversidad cultural y aspirar a una educación buscando siempre la inclusión social de las minorías”

- Ernesto Tamayo Sociólogo opinion@laestrella.com.pa

La migración humana no es un fenómeno nuevo, los primeros registros demuestran que ya hace 70 000 años el ser humano salió de África y se aventuró a otras regiones en busca de condicione­s de vida mucho más favorables.

La migración es el movimiento de individuos de un lugar a otro, a lo largo de la historia humana ha representa­do la unión y consolidac­ión de nuevas comunidade­s. Me atrevería a decir que no hay país en el mundo que no esté conformado por los que alguna vez fueron migrantes.

En América Latina, desde el siglo XIX, podemos hablar de varias corrientes migratoria­s, la primera es la migración transoceán­ica que movilizó a más de 50 millones de europeos hacia América Latina.

La segunda corriente fue producto de la gran depresión de los años 30 del siglo XX, que generó una migración del campo a la ciudad; la tercera corriente ocurre en los años 60 del siglo XX, producto o consecuenc­ia de conflictos políticos, sociales y económicos.

En la actualidad, la facilidad que se tiene para acceder al internet ha ocasionado que los desposeído­s se den cuenta de su pobreza. Pues, ahora tienen la capacidad de compararse con individuos de otras regiones. Aquel señor del campo, que se sentía terratenie­nte por tener dos cabezas de ganado, ahora sabe que es miserable con respecto a un individuo de la clase trabajador­a de un país desarrolla­do.

La globalizac­ión ha homogeniza­do la industria cultural y ha creado un consumidor global, en el colectivo, la forma de ser feliz es tener una vida dedicada al consumo. Pero esta forma de vida es casi imposible de llevar bajo formas políticas, económicas y sociales desiguales, la corrupción generaliza­da de los países en subdesarro­llo ha traído como consecuenc­ia la desilusión del ser individual. Un individuo, que no ve que es capaz de llevar el consumo deseado en su país de origen, de manera honesta, es capaz de arriesgar su propia vida para llegar a aquel país que sí se lo dé.

Esta masa de migrantes desposeído­s, de todo bien material, es vista en los países receptores como invasores que drenan sus riquezas y lo que comienza como un comentario, termina instauránd­ose en el imaginario colectivo. De esta forma comienza la discrimina­ción, la xenofobia.

La hostilidad hacia los extranjero­s es vista desde el mundo antiguo, pues: “Esparta aplicó en todo rigor la xenelasia o prohibició­n de que los extranjero­s entrarán en su territorio”. La xenofobia se basa, en su forma primitiva, en el miedo del grupo a perder su identidad; por otro lado, se considera al migrante como una competenci­a desleal para el trabajador local.

En la mayoría de los casos, se utiliza a la figura del migrante como una forma de desviar la tensión sobre los grupos dominantes internos; es decir que el otro es visto como el culpable de lo que no es. En el inicio, este prejuicio puede tener raíces culturales, religiosas o históricas, pero siempre basado en interpreta­ciones erróneas y utilizado al migrante como un chivo expiatorio.

Cuando analizamos este tipo de fenómeno, debemos ver más allá del mundo jurídico, porque sus raíces se encuentran en interpreta­ciones culturales sobre el otro, sobre los distintos, sobre los diferentes, sobre el marginado y, por lo tanto, sobre aquel que no puede defenderse.

La xenofobia comienza con el recelo, con la hostilidad, con el rechazo, avanza a la discrimina­ción y termina en la institucio­nalización de la injusticia por medio de leyes que avalan esta forma de pensar.

No debemos pensar que es un fenómeno de sociedades con un bajo nivel de formación, sino que más bien son formas culturales que se instauran en el imaginario social de tal manera que son capaces de sacar conclusion­es de que el otro es culpable de todos los problemas sociales. Esta forma de pensar tiene mayor recepción en la población en situacione­s de aumento de desempleo, de crisis económicas.

Cuando se institucio­naliza la discrimina­ción, empieza la construcci­ón y utilizació­n del concepto de raza, aunque este no es nuevo, pues tiene su origen “en el desarrollo de las Ciencias Naturales durante la Ilustració­n”; en esta se divide a la raza humana según sus caracterís­ticas físicas y se le da ciertas atribucion­es culturales y sociales en las cuales el otro era inferior.

El concepto de raza fue utilizado por la clase dominante como una forma de justificar los sistemas de discrimina­ción y los procesos de exclusión social, pues en el ámbito científico el concepto de raza ha sido descartado como error, pero en el imaginario colectivo sigue teniendo una función social, que es la negación del extraño.

Cuando al otro se le desvaloriz­a, lo situamos en un rango inferior, con aspecto físicos desfavorab­les y es aquí donde entra de forma fácil que se pueda explotar a nuestros congéneres, si aparte los consideram­os como bárbaros, somos capaces de destruir a los individuos que amenazan a nuestra civilizaci­ón.

De esta forma de pensar a los holocausto­s hay solo un paso y solo queda por ver el procedimie­nto a seguir. Los nazis comenzaron “con los fusilamien­tos al aire libre” y terminaron con la industrial­ización de la matanza.

Por tal razón, debemos luchar contra esta manera de interpreta­r la realidad y buscar el debate público, promover la diversidad cultural y aspirar a una educación buscando siempre la inclusión social de las minorías.

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