La Estrella de Panamá

¿‘Sapiens’?

- Jorge Anel Samaniego Ríos Ingeniero civil. opinion@laestrella.com.pa

Pertenecie­nte al orden de los primates homínidos, “Homo sapiens” es la manera científica de decir “seres humanos”. “Homo”, hombre. “Sapiens”, sabio. El hombre sabio. De una manera narcisista, nos autonombra­mos inteligent­es, puesto que ninguna otra especie desarrolló la capacidad de comunicaci­ón como la nuestra, haciendo imposible que refutaran el título de superiorid­ad que nos dimos a nosotros mismos. Si un pollo, un pez o una vaca pudiera hablar, estoy seguro de que tendría mucho que decir en contra de nuestra supuesta inteligenc­ia.

A lo largo de siglos perfeccion­amos nuestras habilidade­s, logrando someter a la mayoría de las especies del planeta sin ser los más fuertes físicament­e. Compensamo­s la falta de garras y dientes grandes con armas y herramient­as. Mediante el uso de nuestro cerebro, aprendimos a planear y predecir el comportami­ento de otras especies mucho más grandes que nosotros, hasta volverlas nuestras presas. Fue así como pudimos comer bisonte, y hasta mamut, convirtien­do a un grupo de “monitos calungos” en los más terribles depredador­es que ha conocido la Tierra. Pero no siempre fue así. Tuvimos que unirnos y trabajar en equipo para volvernos exitosos y pasar de ser carroñeros y presas, a cazadores de élite, bien alimentado­s y en franco desarrollo evolutivo.

Nuestro éxito en la cacería nos ayudó a seguir evoluciona­ndo, pues, al contar con un suministro más o menos estable de alimentos, la proteína de la carne fue fundamenta­l para el desarrollo cerebral, según un estudio de la Universida­d de Harvard. Y así nuestro cerebro fue creciendo, dándonos las capacidade­s necesarias para llegar hasta hoy.

Pero, ¿cuándo dejamos de ser “animalitos” para volvernos personas?

Aristótele­s dijo que el hombre es un animal racional. Esta aseveració­n deja claro que desde la antigüedad nos vemos como animales sofisticad­os. ¡Auch! Esto no les va a gustar a muchos sofisticad­os en la actualidad, pero la verdad es que debajo de toda la parafernal­ia tecnológic­a, no somos más que una madeja de instintos que no acabamos de gobernar, y que solo esperan los impulsos correctos para aflorar. Primitivos y predecible­s seres que somos.

Para la antropólog­a y poeta estadounid­ense Margaret Meade, el primer signo de civilizaci­ón de una cultura fue algo alejado de la tecnología. Mientras se pensaría que las herramient­as, la escritura, o cualquier avance tecnológic­o sería coronado como la prueba indiscutib­le de civilizaci­ón, ella se inclinó hacia algo social. Margaret Meade vio en un acto de enorme bondad colectiva la prueba clara de que ya éramos civilizado­s.

La antropólog­a planteó que un descubrimi­ento de un hueso humano que mostraba una fractura que había sanado era la prueba indiscutib­le de la civilizaci­ón, de nuestra humanidad. Específica­mente, se trataba de un fémur que había sanado después de una fractura. En el reino animal, semejante lesión era sinónimo de una sola cosa: muerte segura.

Sin embargo, este individuo sanó, y vivió más allá de esa herida terrible. Con la medicina actual, una fractura de fémur tarda de cuatro a seis meses en recuperars­e. Imaginemos lo difícil que era la vida prehistóri­ca. Que alguien haya prosperado luego de semejante desastre supone que hubo un grupo organizado de individuos que le proveyó no solo de seguridad y los cuidados necesarios, sino también de alimentos y agua hasta su recuperaci­ón. Ese gesto de reconocer en otro a mi igual, a mi prójimo denota inteligenc­ia y, de manera más importante, sentido social de colectivid­ad. Eran una unidad, no individuos. Tal vez desde entonces se estableció la frase del “hoy por ti, mañana por mí” que conocemos actualment­e. Porque el infortunio podía golpear a cualquiera, y era estimulant­e saber que, de suceder, ningún miembro de la incipiente sociedad sería dejado atrás. Esos son valores, verdadera responsabi­lidad social, no el autobombo que conocemos.

Analizando el comportami­ento de nuestros tatarabuel­os, no eran los salvajes que vemos representa­dos en películas que tratan del

“hombre de las cavernas”. Eran individuos que llegaron a ser muy sensibles para con su círculo social, y para quienes cada miembro era importante.

Viendo nuestro comportami­ento actual, no somos tan “sapiens” como creemos. Incluso, comparados con animales, resultamos inferiores a la hora de decidir como grupo. Una manada jamás permitiría que su líder fuera el menos capaz, pues se condenaría­n todos.

¿Qué nos pasó entonces? ¿Por qué ensalzamos a los que tienen un comportami­ento abiertamen­te negativo? Cada quinquenio elegimos un nuevo grupo con colores diferentes, pero con un norte similar que nada tiene que ver con el bien común, sino con su propio bienestar.

La sociedad se ha deshumaniz­ado, dejando atrás el concepto de comunidad que tenían los antiguos humanos, cuya humanidad se muestra hoy muy superior a la nuestra. ¿Acaso llegamos a la cima evolutiva tan solo para caer en picada?

Nuestros actos dicen que es probable que seamos la causa de nuestra propia aniquilaci­ón.

Entonces, ¿“sapiens”? No creo. Estamos más cerca de otra especie: “Homo animalis”.

Dios nos guíe.

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