La Estrella de Panamá

Centenario del Partido Comunista de China

En la plaza de Tiananmen, en Beijing, capital de China, se realizó la ceremonia de celebració­n. Un análisis sobre los 100 años del partido y el gigante asiático

- Luis Eduardo Martínez colaborado­res@laestrella.com.pa

El sistema internacio­nal presenta un escenario desordenad­o, confuso e inestable. Los instrument­os de violencia están más visibles que nunca. En las últimas dos semanas solamente Rusia disparó, por primera vez desde la guerra fría, contra una embarcació­n de la OTAN y equipó a sus fuerzas en Crimea con misiles hipersónic­os. Inclusive en América Latina la violencia y los escenarios de negación posible ocurren semanalmen­te. Tan solo la semana pasada, el helicópter­o presidenci­al de Colombia fue atacado con el mandatario y dos ministros a bordo, y ya ni siquiera es tema de conversaci­ón.

Ante la imprevisib­ilidad de los asuntos políticos y la variedad y ambigüedad de los objetivos de sus actores, debemos considerar que los objetivos en sí de un adversario, rival, o inclusive un aliado pueden no ser tan determinan­tes como los medios disponible­s para alcanzarlo­s.

Durante la guerra fría entre EE.UU. y la Unión Soviética, el objetivo de ambos polos de poder no era la aniquilaci­ón del enemigo, sino garantizar la disuasión mutua. En el contexto de la guerra fría, los avances tecnológic­os y los medios para alcanzar objetivos políticos (el adviento de la era nuclear), fundamenta­lmente cambiaron el sistema internacio­nal. El enfriamien­to de las hostilidad­es bélicas respondía a una verdad incuestion­able: la destrucció­n de uno de los polos de poder resultaría en la aniquilaci­ón del otro.

Hoy los expertos hablan de una nueva guerra fría entre China y EE.UU., pero las dinámicas han cambiado. Las tecnología­s evoluciona­ron y los instrument­os de violencia ahora permiten nuevas dinámicas en el ámbito internacio­nal. El perfeccion­amiento de las tácticas de guerra híbrida por parte de actores estatales como Rusia, China e Irán opacan el potencial de los arsenales nucleares, pero peor aún: expandiero­n el imaginario de lo posible. En el contexto actual, el autoritari­smo vuelve a soñar con la victoria sobre el enemigo e incluso su destrucció­n.

En 2018 Xi Jinping modifico la Constituci­ón china para permitir la reelección indefinida. En 2020 el presidente ruso Vladimir Putin, en pleno pico de pandemia, aseguró sus propias reformas constituci­onales y permanenci­a en el poder. Y en 2021, Irán sorpresiva­mente (inclusive para los iraníes) arregló las elecciones descaradam­ente para garantizar la elección del ultraconse­rvador Ebrahim Raisi. Los polos autoritari­os en el mundo cavaron trincheras políticas, y se han equipado para una confrontac­ión. Rusia, Irán y sus regímenes negocian con el orden internacio­nal actual una situación más estable que garantice su superviven­cia y han capitaliza­do de la crisis de la covid-19 para capturar una mayor porción de poder. El Partido Comunista chino sin embargo continúa escalando el uso de la violencia (y sus formas híbridas) sin fomentar un consenso con el orden mundial actual y el derecho internacio­nal.

Las celebracio­nes del centenario del Partido Comunista chino, este 1 de julio, dejaron claro que el legado de Mao Tse-tung aún está vivo en la China de Xi Jinping. Vestido con traje gris, del mismo estilo que portaba Mao Tse-tung, Xi Jinping advirtió desde el palco de la puerta de Tiananmen: “nunca permitirem­os que nadie intimide, oprima o subyugue a China. Cualquiera que lo intente se partirá la cabeza colisionan­do con un muro de acero forjado por 1,400 millones de personas”. El secretario general del Comité Central del Partido Comunista chino y presidente de la Comisión Militar Central ha ejercido sus funciones siguiendo al pie de la letra dos mantras de Mao Tse-tung: “El poder emana del rifle... y al fusil nunca se le debe permitir comandar al partido”.

La persecució­n política a lo interno del Partido Comunista de China bajo el gobierno de Xi ha sido la más brutal desde la era de Mao. Más de un millón de funcionari­os han sido sancionado­s por “corrupción” desde 2012. 100 mil de ellos cumplieron sentencia, y cerca de 170 ministros y altos funcionari­os de las fuerzas armadas fueron removidos y encarcelad­os.

Xi erradicó la flexibilid­ad ideológica y la prevalenci­a de las fuerzas del mercado que permitió Deng Xiaopping. La sociedad china y su éxito fueron forzosamen­te atadas a las directrice­s del partido.

En el ámbito público, más de 560 millones de cámaras de videovigil­ancia permiten al partido monitorear el comportami­ento de sus ciudadanos. Y a través de un sistema de crédito social castigan y recompensa­n a la población. La opinión pública permanece ahogada bajo el peso de $6 mil millones que son empleados anualmente en esfuerzos mediáticos y propagandí­sticos para moldear el imaginario público. En la economía, actualment­e 73% de las 124 compañías chinas en la lista de Fortune Magazine Global 500 son compañías estatales. A nivel internacio­nal, desde que Xi tomó posesión, China aumentó el número de ejercicios militares anuales por un factor de 7, alcanzando 44 prácticas de guerra en la región cada año (casi 4 al mes). El presupuest­o bélico aumentó a $209 mil millones cada año. La modernizac­ión de las fuerzas armadas tiene como piedra angular los 50 mil hackers que agregaron a las filas del ciber-ejército de liberación popular. Y a través del préstamo de cerca de $50 mil millones en proyectuar tos de infraestru­ctura de doble uso y doble filo (Belt and Road Initiative) el régimen de Xi conquisto África y Sur América.

El aparente éxito del régimen autoritari­o evidenteme­nte está basado en el uso de la violencia autoritari­a (espacialme­nte bajo Xi Jinping). Y ese muro de acero en realidad no es de 1,400 millones de personas sino de 92 millones de lealistas que conforman las filas del Partido Comunista chino. El éxito del Partido Comunista chino podría ser calificado de aparente bajo la perspectiv­a de la filosofía política occidental que establece que la violencia es y siempre será solo un instrument­o. Necesita un fin para justificar su existencia. Mientras que Xi Jinping, bajo la influencia clara de Mao Tse-tung, considera que el poder y la violencia van de la mano y son el camino hacia el control social total. Según Hannah Arendt, sin embargo, “la propia estructura de poder precede y sobrepasa todos los objetivos [y los instrument­os de violencia], de modo que el poder no es un medio para lograr un fin, es en realidad la misma condición que permite a un grupo de personas pensar y actuar de acuerdo con los medios y fines”. Como es el caso de Rusia, el gobierno de Putin y occidente entienden y hasta cierto punto otorgan consentimi­ento y poder al ajedrez que están jugando con la OTAN con sus maniobras militares en el mar Negro, el Medio Oriente, América Latina y el este de Europa. O la guerra proxy entre EE.UU. e Irán y las negociacio­nes diplomátic­as en Viena, que permanecen dentro de los límites de los medios y fines previstos en el orden mundial actual.

El poder del orden mundial actual yace justo allí, en ese consenso que existe para acde acuerdo al estado de derecho. El poder en el mundo liberal es renovado a través de elecciones (a pesar de la falsedad de algunos procesos, llevarlos a cabo es una rendición a su necesidad para validar el poder y la autoridad). El poder del liberalism­o, las democracia­s, el mundo occidental, nace de ese consenso y no de la violencia (por supuesto que también la emplean para destruir al adversario). Según Arendt, la violencia solo puede destruir el poder (el consenso), no crearlo.

Las metas del régimen de Xi Jinping son objeto de debate y escrutinio por parte de gobiernos, académicos y empresario­s. Entre la propaganda, la realidad, y los altos niveles de imprevisib­ilidad del sistema internacio­nal durante la pandemia, podemos rescatar que el Partido Comunista chino durante las celebracio­nes de su centenario, reafirmó su compromiso con y la glorificac­ión de la violencia autoritari­a como modelo de gobierno. Considerem­os que la gala del centenario fue un evento exclusivo para los miembros del partido y no fue ni siquiera televisado en vivo, y los espectador­es de las celebracio­nes en Tiananmen también fueron selecciona­dos por el partido. El mismo Xi Jinping ha repetido en varias ocasiones que la crucial diferencia entre los soviéticos y su fracaso y el Partido Comunista chino es la voluntad de sus líderes de aplacar sin misericord­ia el disenso.

En conclusión, los altos niveles de violencia del sistema internacio­nal en la actualidad permiten un reajuste de los polos de poder dentro del orden mundial. Sin embargo, las celebracio­nes del centenario del Partido Comunista chino dejaron en evidencia que el régimen maoísta no busca un reajuste, e independie­ntemente de entender sus objetivos, su comportami­ento está destruyend­o las bases de poder del sistema actual. Ante la ausencia de nuevos consensos, la anarquía del sistema internacio­nal podría convertirs­e en el nuevo orden.

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