No todo lo que relumbra es oro
“[…]: ábrase el necesario debate nacional, y no dejemos únicamente en los “expertos”, o en los políticos de turno, asunto tan trascendental para la nación panameña”
es una circunstancia especial, la cual existe en el mundo real de una confrontación global que, por virtud de nuestro canal y nuestra especial posición en el mundo, mucho nos concierne.
La caída de las cadenas globales de valor y de suministros económicos y causada por la pandemia, la recientemente patentizada vulnerabilidad de otras rutas de tránsito mundial, como el Canal de Suez, no han hecho sino resaltar aún más la importancia del Canal de Panamá para el tráfago económico del mundo, incluida China. Un reciente artículo, originado en uno de los “think tank” de prestigio del hemisferio norte, nos deja saber que los sectores pensantes de ese país tienen ojo avizor sobre la creciente penetración económica y política del gigante asiático, en áreas aledañas o cercanas al Canal de Panamá, o íntimamente relacionada con él (como puertos terminales del canal, controlados por empresas chinas), y tienen presente el renovado interés geopolítico adquirido por la vía interoceánica en el actual contexto mundial, específicamente para, todo occidente.
¿Vale la pena caminar en la cuerda floja de esta disputa global, teniendo claros estos precedentes? ¿Es útil al interés nacional hacer dejación de la pertenencia secular a occidente y aceptar a cambio la indiscriminada penetración del gigante chino, que con su inmenso poder seguro nos devorará como cena de sus propios intereses? ¿Podemos asimilar sin quebrantos el peso colosal de ese poder económico sobre nuestras limitadas y frágiles espaldas económicas? Los cuantiosos dólares (o yuanes) que esparcirá, cual caramelos, la República Popular, son un obsequio generoso, o incrementarán la ya de por sí pesada carga de la deuda externa, ¿en qué condicionalidades y bajo qué supuestos de viabilidad fiscal? La respuesta negativa cae por su propio peso. Panamá no tiene mucho que ganar y sí muchísimo que arriesgar (o incluso perder) aliándose al dragón chino en detrimento de sus históricos y estructurales lazos con occidente.
El país ha establecido un exitoso modelo económico (con muchas cosas que corregir y mejorar, es cierto), y lo ha hecho a la sombra de occidente en general, bebiendo de sus valores económicos, políticos e históricos. ¿Por qué caer en brazos de una potencia emergente (¿hasta cuándo?) sideralmente alejada de nuestros valores y tradiciones, y abandonar una relación forjada con vínculos históricos y que configura una situación geopolítica especial? (Tratado de neutralidad, Canal de Panamá). ¿Por qué en lugar de deslumbrarnos con las coloridas luces del dragón, no consultamos más juiciosamente el interés nacional del país, y aprovechamos este renovado interés por el país, que empieza a manifestarse en el norte, y recabamos mayor apoyo, haciendo uso de nuestra estratégica posición geopolítica, para combatir las nefastas prácticas discriminatorias de las que hemos sido y seguimos siendo víctimas inermes (listas negras, grises y multicolores)?
La decisión que tenemos como país repercutirá en el bienestar o en la desdicha de las generaciones por venir: ábrase el necesario debate nacional, y no dejemos únicamente en los “expertos”, o en los políticos de turno, asunto tan trascendental para la nación panameña.