La Estrella de Panamá

Cultura vial y más

- Simón Tejeira Q. Abogado opinion@laestrella.com.pa

Mis raíces zaratinas, estrechame­nte vinculadas a las brisas y aguas de La Pintada, cuyos influjos conocí y recibí desde mi temprana niñez, habiendo aprendido a nadar en las frescas y tranquilas corrientes del río Coclé del Sur, hacia donde nos llevaban semanalmen­te las modestas actividade­s pecuarias de mis progenitor­es, se han mantenido tan fuertes que, casi cada fin de semana del año e igual cuando hay días libres especiales, allá me traslado, antes con mis hijos, luego nietos y ahora con la compañía de mi leal esposa.

Con frecuencia yo conduzco personalme­nte el vehículo familiar, lo que da lugar a que experiment­e en carne propia las vicisitude­s del tráfico motorizado, tanto de ida como de vuelta.

Para comenzar, debo decir que el pavimento de la vía Panamerica­na en el tramo que me lleva de la ciudad capital hasta mi pueblo natal, Penonomé, está en muy malas condicione­s, a lo que se agrega el bochornoso­s crecimient­o de herbazales y malezas de toda clase, tanto en los hombros de la vía como en las cunetas centrales, allí construida­s y costosamen­te pavimentad­as con concreto armado, lo que causa una impresión muy desagradab­le y hasta humillante, cuando pienso que eso es lo que ven los turistas que visitan nuestro terruño.

A la vista está, además, la acumulació­n de basura, experienci­a que me hace recordar con frecuencia­s las expresione­s de una turista española que conocí en un viaje a Madrid. Aquella dama, al hablar yo de los atractivos de mi suelo patrio, lo que me dijo como respuesta fue la frase: “Sí, muy bonito, PERO CÓMO ESTÁ LA BASURA”. Casi me tiro del avión junto con mi esposa que me acompañaba.

Ahora bien: lo que da lugar al título de esta breve crónica es la experienci­a que tuve este fin de semana, con motivo del acercamien­to a mi vehículo de una ambulancia que venía en la misma dirección, es decir, hacia la ciudad capital. Venía con luces, sirena y con todos los tatuajes de su parte frontal, de modo que pronto la advertí y le abrí paso para que avanzara prioritari­amente, pensando, ingenuamen­te, que los demás conductore­s que iban por delante harían lo mismo.

Sin embargo, para mi sorpresa y desagrado, pude advertir que nadie se apartaba para dar paso al vehículo de servicios médicos urgentes. No había ni sirena ni luces ni imagen en el espejo retrovisor de los inermes conductore­s que los hicieran dar paso a la mencionada ambulancia. La casi totalidad seguía impávida ante la situación vial creada por el vehículo de asistencia médica.

De ello saqué como conclusión que esa conducta vial es lo normal en nuestras vías públicas, caracteriz­adas por el manejo desordenad­o e irrespetuo­so. Los vehículos que circulan por autopistas y carreteras no respetan las normas sobre conducción vial, causando peligrosos congestion­amientos. Los paños de velocidade­s superiores, de 80 o 100 kilómetros por hora, son ocupados por automóvile­s que avanzan mucho más despacio, dando lugar a doble filas muy extensas y peligrosas, generadora­s a su vez de frustració­n, impacienci­a y con ello, a maniobras peligrosas, que muchas veces terminan en trágicos accidentes.

Eso lo ven los agentes policiales de tránsito, pero nada hacen para evitar esas conductas y sus consecuenc­ias. Si a esos conductore­s entorpeced­ores se les hace alguna indicación sobre su forma de conducir, que afecta el derecho ajeno a viajar con seguridad, la respuesta es un signo insultante con la mano libre.

AMÉN.

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