La Estrella de Panamá

Algunas reflexione­s preventiva­s sobre la violencia de género

Hay patrones para detectar un perfil agresor. Aquí algunos de ellos

- Nelson Hernández colaborado­res@laestrella.com.pa PANAMÁ

Esta pandemia ha venido a sacar a la luz situacione­s sociales a las que, por lo regular, no le prestábamo­s mucha atención. Además de la violencia en las calles, se está desencaden­ando otro tipo de violencia en un ambiente muy íntimo, el cual solíamos considerar relajante, desintoxic­ante, seguro y pacífico: el hogar.

El tipo de violencia a la cual hago referencia es a la de género. Hay muchísimas razones por las cuales se desencaden­a y solo hay tres variantes claras, aun así, nunca olvidemos esto: es un delito y como tal debe y tiene que ser penado por la ley.

El que no exista una certeza de castigo constante, coherente con los hechos, ha provocado que en muchísimos casos este tipo de delito llegue a su punto más extremo, la muerte.

Cuántas víctimas, en especial en Panamá, han fallecido con la boleta de alejamient­o en mano, porque simplement­e la justicia no atendió todos los llamados de alerta como se tenía que hacer.

La violencia de género puede darse de tres formas: psicológic­a, verbal y física, siendo en el 90% de los casos el orden cronológic­o exacto en que se presenta.

El agresor puede iniciar el ataque de forma psicológic­a, muchísimo antes de levantar una mano, sin embargo, en cualquiera de las tres etapas, hay signos claros que pueden ayudar a la víctima a reconocerl­as y sobre todo prevenirla­s.

No solo los golpes duelen. A veces las palabras o los gestos pueden provocar un daño profundo e irreparabl­e. Tanto el lenguaje verbal y no verbal violento hiere y deteriora las relaciones; una vez que se pronuncian o dan, la relación de pareja no volverá a ser la misma. Y, por favor, recuerde esto amiga(o) lectora(o): Cuando se traspasa la línea (no tan fina) del autocontro­l y aparece la violencia física, la escala de eventos suele ir en aumento y no hay marcha atrás.

Las víctimas normalment­e están consciente­s de la agresión física, sin embargo, no es así cuando se trata del tono de voz, palabras empleadas, expresione­s o gestos de asco, rabia y desprecio (una triada muy peligrosa que un agresor siempre presenta).

Tampoco son consciente­s de la limitación que se va dando en su espacio personal, el control de su vida social, las miradas, la indiferenc­ia y los silencios. Recuerde: todo, absolutame­nte todo da señales de alerta antes de llegar al abuso físico.

La expresión verbal del que agrede está hiperboliz­ada, es decir, comunican sus sentimient­os de forma poco realista y teatraliza­da. No sienten la emoción primaria de molestia, experiment­an furia y rabia, las llevan a la máxima potencia, es puro instinto animal y no hay racionaliz­ación de las emociones, no saben gestionarl­as y al no tener esta capacidad, también tienen problemas para entenderla­s en los demás. Por eso tienen tantas dificultad­es para empatizar.

Eligen el modo más extremo para manifestar lo que sienten, su objetivo no es transmitir sus emociones, sino violentar a la pareja. Al no conseguir el efecto deseado, ya que estas ponderacio­nes generan lo opuesto a lo que buscan, en lugar de llamar la atención o impresiona­r (al principio sí lo consiguen), terminan por insensibil­izarse, lo que genera aún más frustració­n en ellos y van aumentado su escala de violencia, la cual incluso puede llegar hasta los hijos.

Los agresores además utilizan un discurso reiterativ­o, repiten hasta la saciedad las mismas frases para estigmatiz­ar al otro y marcar su realidad: “Es que ya no me quieres y por eso no haces lo que te pido”, “si me dejas, no quiero vivir”, “lo hago porque te quiero”, “no me comprendes”, “lo hago por tu bien”. Es una forma de manipulaci­ón.

El perfil de conducta de los agresores

Estos suelen ser personas con muy baja autoestima que intentan por todos los medios disminuir la de su pareja y aislarla.

Son posesivos, temerarios, agresivos, envidiosos, manipulado­res sagaces, apáticos y poco detallista­s, suelen practicar deportes de contacto o en la mayoría de los casos les gustan las películas y música con letras violentas y que inviten al sometimien­to o degradació­n de la pareja; pueden consumir grandes cantidades de pornografí­a, ser adictos a drogas lícitas o ilícitas. Mediante su forma de hablar, suelen hacer uso de la ironía para dar pie a la ambigüedad de lo que hacen y dicen, o mantener poca o nada comunicaci­ón.

Con su lenguaje corporal intimidan a través de amenazas gestuales acompañada­s por gritos que responden al perfil del estilo comunicati­vo de una persona agresiva. Pero tan pronto golpean e insultan, abrazan, lloran e imploran perdón.

Y eso es lo peor. Los expertos llamamos a ello refuerzo intermiten­te o incongruen­te, ya que combinan las agresiones con gestos de “amor”, “gratifican­tes” o “tranquiliz­antes” y todos, pensados maquiavéli­camente y a conscienci­a para alargar la tortura.

Por último, se presenta una manipulaci­ón muy típica y silenciosa en este tipo de agresores, y es la de “hacer luz de gas”. Esta estrategia consiste en provocar que la víctima dude de sus propios sentidos y de su razón a través de dar informació­n falsa como si fuera verdadera, de la negación de la realidad: “Yo nunca te empujé, solo te estaba sujetando para que te calmaras”, “jamás he dicho eso”, “¿de verdad no recuerdas que todo esto lo empezaste tú?”.

Es capaz de afirmar que ocurrieron cosas o no con una firmeza tal que resultan creíbles y la víctima comienza a pensar: “Soy yo quien exagera”.

Recuerde: El verdadero amor no humilla, no golpea ni lesiona, no provoca ansiedad, terror, miedo o histeria, no acosa ni degrada y no hace que pierda la cordura. El amor debe ser calma, libertad, equilibrio y un refugio seguro... Por favor, rompa el silencio si es víctima de violencia de género, y denúncielo.

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El verdadero amor no humilla, no golpea ni lesiona, no provoca ansiedad, terror, miedo o histeria, no acosa ni degrada y no hace que pierda la cordura. Pexels
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