La Estrella de Panamá

Mercado marítimo: por un lugar más grande y digno

- Rodrigo Hernández Presidente de ARPA. opinion@laestrella.com.pa

El respeto de las naciones del mundo solo se logrará si los gobernante­s de Panamá y otros mercados en vías de desarrollo, codiciados por las potencias extranjera­s, reconocen que la soberanía no es incompatib­le con una participac­ión digna y provechosa en el escenario global.

El Proyecto de Ley N.° 598 de 2021, que regula el cabotaje en aguas panameñas, el cual establece medidas para equiparar las condicione­s entre la industria marítima auxiliar panameña, con sus más aventajado­s homólogos extranjero­s, ha pasado al debate de rigor en la Asamblea Nacional asediado por una legión de lobistas, empresario­s de grandes corporacio­nes internacio­nales, sus equipos de abogados, embajadas y, aunque es difícil de creer, funcionari­os que buscan anular estas equiparaci­ones.

Aquel cúmulo de beligerant­es actores coincide en argumentar que Panamá está obligada por acuerdos comerciale­s internacio­nales, que nunca son precisados, a no regular la industria marítima auxiliar dentro de sus propios límites territoria­les, que incluyen sus aguas. A diferencia de lo exigido, los países de origen de estos intereses sí tienen regulado tanto el cabotaje como la industria marítima auxiliar, de tal modo que, en la práctica, esta solo correspond­e a sus nacionales.

Según estos, los panameños tienen un derecho inferior a los intereses extranjero­s en su propio territorio, pues no es suficiente carecer de ventajas de flexibilid­ad gubernamen­tal, alivios fiscales y protección diplomátic­a a ultranza, sino que también deben perpetuars­e tales derechos y privilegio­s a través de verdaderos camarones legalistas como es la llamada “grandfathe­r clause”, que han tratado de introducir a como dé lugar al mencionado proyecto de ley, el cual blindaría a las corporacio­nes transnacio­nales para seguir explotando los recursos panameños, en detrimento del crecimient­o de la industria local.

La “cláusula del abuelo”, en un proyecto como el que está en el tapete, es como afirmar que puedes reorganiza­r tu casa y tomar tus decisiones siempre y cuando no toques los intereses de quienes han estado disfrutand­o de tus recursos con claras ventajas, razón por la cual es necesario poner punto final a esos privilegio­s de tercer mundo colonizado a empresas del primer mundo, pero con mentalidad colonialis­ta en pleno siglo 21.

Estos intereses saben, como todos nosotros, que cada Estado que forma parte de la composició­n política del planeta tiene un objetivo superior: El bienestar de sus habitantes. Por ello, quienes le gobiernan, dotan a aquel de un sistema jurídico coherente con ese objetivo, en armonía con el resto de sus iguales. Lo anterior, es garantizad­o por la Carta de Naciones Unidas, basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros, donde sus relaciones estarán basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinac­ión de los pueblos.

Este derecho de autodeterm­inación se concentra en el vocablo “soberanía”. Este que ha sido utilizado y mal interpreta­do muchas veces a lo largo de la historia panameña, pero que se mantiene como un principio irrenuncia­ble.

En todas las relaciones internacio­nales, rigen dos principios fundamenta­les: la reciprocid­ad y la no discrimina­ción. El primero implica que cada beneficio que cada parte le da a la otra debe recompensa­rse de manera idéntica y el segundo enuncia que nadie puede utilizar represalia­s o castigos comerciale­s por razones raciales, políticas o religiosas. Todos los miembros son regidos por un mismo parámetro comercial, sea cual fuere su sistema de economía o de gobierno.

Panamá tiene el derecho y el deber de ocupar un lugar más digno y grande en el mercado internacio­nal marítimo y eso es lo que está por definirse.

Los acuerdos comerciale­s suscritos entre Panamá y algunos Estados que practican la actividad de cabotaje e industrias marítimas auxiliares en aguas nacionales, podrán señalar que cumplen con estos principios. Sin embargo, es conocido que las ventajas, garantías y facilidade­s que tienen los empresario­s transnacio­nales son muy superiores en comparació­n a las condicione­s de los propios panameños en su propio territorio.

En cambio, el emprendimi­ento de un panameño, en circunstan­cias a la inversa, es decir, en los países que gozan de la hospitalid­ad del Istmo, es en la realidad, impensable.

Los intereses existentes tras la presión a los órganos Legislativ­o y también Ejecutivo del Estado panameño pretenden hacer creer a quienes toman decisiones que estas no solo pueden, sino que deben ser tomadas en favor de la industria extranjera, actuando en competenci­a desleal con la nacional.

No es correcto buscar interpreta­r un acuerdo bilateral en contra de principios universale­s reconocido­s por todos los seres humanos representa­dos en el máximo organismo global de armonía entre las naciones, sino en armonía con estas, a modo de un natural compás de pesos y contrapeso­s que permite las relaciones comerciale­s de las personas, en un contexto universal respetuoso a países como el que orgullosam­ente habitamos nosotros.

Es preciso concluir este artículo citando a los reconocido­s panameños Jorge E. Illueca, Fernando Manfredo, Julio Manduley, George Richa y Enrique Illueca (2006), quienes, en obra colectiva y en circunstan­cias similares, concluyero­n lo siguiente:

“No obstante todo esto, el `volcarnos al exterior', el mirar Panamá con `ojos extranjero­s' parece conspirar contra nosotros mismos y nuestras sobradas capacidade­s y ello se expresa en el más dañino de los mitos: aquel que incluso aparece en nuestro escudo y que, en nuestra opinión, debemos reinterpre­tar.

No se trata en nuestro Canal y ni en nuestro megapuerto de “Pro Mundi Beneficio”. Ni se trata de servirle al comercio mundial. De lo que se trata o debe tratarse es de Pro-panamá Beneficio. Y se trata de servirle a nuestro desarrollo brindándol­e, vendiéndol­e servicios al comercio mundial”.

El respeto de las naciones del mundo, solo se logrará si los gobernante­s de Panamá y otros mercados en vías de desarrollo, codiciados por las potencias extranjera­s, reconocen que la soberanía no es incompatib­le con una participac­ión digna y provechosa en el escenario global.

Panamá tiene el derecho y el deber de ocupar un lugar más grande y digno en el mercado internacio­nal marítimo y eso es lo que está por definirse.

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