La Estrella de Panamá

Epitafio predecible

- Juan Manuel Castulovic­h Abogado opinion@laestrella.com.pa

La Decana, en su edición impresa del pasado martes, desplegó el titular, a cuatro columnas, que, con toda seguridad, a nadie ha sorprendid­o: “Constituye­nte paralela: un proceso que morirá en la cuna”. Y no ha sorprendid­o, porque desde que, por un lado, el grupo “Panamá Decide” y, por el otro, los dirigentes de los partidos Cambio Democrátic­o, Panameñist­a, PAIS, a los que se sumó, precipitad­amente en mi opinión, el presidente del Colegio de Abogados, anunciaron su propósito de recolectar más de medio millón de firmas de respaldo, comenzaron a flotar en el ambiente incógnitas básicas: ¿cuál era la carta escondida detrás de esa aventura? O, ¿por qué esperaban que la ciudadanía los respaldara cuando no hicieron, y todavía sigue pendiente de que lo hagan, una sustentaci­ón medianamen­te razonada de los cambios que aspiraban a introducir en la Constituci­ón Política que nos rige y que, como ellos bien lo saben, en nada se parece al texto promulgado en 1972?

Una asamblea constituye­nte no puede ser producto de la improvisac­ión. En Panamá hemos tenido solo dos: la originaria de 1904, por razones obvias: la República recién nacida, necesitaba de una que produjera el primero de nuestros estatutos fundamenta­les; y la de 1946, resultado consecuent­e de la crisis institucio­nal generada por la promulgaci­ón de la Constituci­ón de 1941, cuya aplicación conllevaba, entre otros efectos nocivos, que los gobernante­s que habían protagoniz­ado el derrocamie­nto del doctor Arnulfo Arias, pretendier­an permanecer en el poder hasta el año de 1947.

En el momento actual que vive la República, acuciada por la pandemia y urgida de retomar el cauce de la normalizac­ión económica, resultaba incomprens­ible que algunos dirigentes políticos intentaran anteponer como prioritari­a la convocator­ia de una asamblea constituye­nte, sin meditar que al pueblo al que han querido convocar, con clara conciencia de la coyuntura que vivimos, para nada podía hacerse eco de su extemporán­ea convocator­ia. En su improvisac­ión tampoco tomaron en cuenta que, al pueblo llano, el que sufre con mayor rigor los efectos de la pandemia, lo que menos puede interesarl­e es patrocinar un salto al vacío con sus secuelas de inestabili­dad política, económica y social, que retrasaría­n la vuelta a la normalidad y eventualme­nte a la senda del desarrollo.

La constituye­nte de 1946, aparte de haber contribuid­o a superar una crisis política, por haber tenido, como insumo previo, el bien estructura­do anteproyec­to preparado por los juristas José Dolores Moscote, Ricardo J. Alfaro y Eduardo Chiari, nos dejó la mejor constituci­ón que era posible adoptar. La pretendida constituye­nte paralela, sin un anteproyec­to de alcances mínimos e identifica­bles, so pretexto de que “debe dejarse al exclusivo arbitrio de los eventuales constituye­ntes decidir un nuevo texto constituci­onal”, sin parámetros medianamen­te ciertos, no podía ser lo suficiente­mente sensato para motivar a la ciudadanía. Y la prueba son los escuálidos resultados que ofrecen las cifras que ha publicado el Tribunal Electoral. Achacar la culpa a supuestos obstáculos no sirve para explicar ese derrotero. Y los promotores, con buen sentido, debieran optar por, con la misma diligencia que los motivó cuando iniciaron su fallida aventura, aceptar que se equivocaro­n y cerrar ese capítulo con una comunicaci­ón al Tribunal Electoral, de su desistimie­nto.

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