La Estrella de Panamá

Escuchar las emociones ayuda a tomar decisiones de calidad

La calidad de nuestras emociones está relacionad­a con la calidad de nuestra vida

- Aldo Civico colaborado­res@laestrella.com.pa

Les prestamos poca atención a las emociones. No les damos la importanci­a necesaria. Nos gobiernan unos mitos que hacen que no sepamos aprovechar­las. Por el contrario, las emociones son una fuente preciosa de informació­n y, si las escuchamos, nos pueden ayudar a tomar decisiones de más alta calidad.

Muchas veces nos sentimos víctimas de las emociones, sobre todo cuando las vemos como negativas, como la tristeza, la rabia, la frustració­n. Nos relacionam­os con ellas como si no tuviéramos el poder de dominarlas, porque son como una fuerza extraña que nos controla. Pensamos que los estados de ánimo no se pueden revertir o que otros (nuestro jefe, pareja, hijos) son responsabl­es por nuestras emociones. “No puedo controlar mis emociones”, es una frase que escucho repetir a menudo.

Pero, ¿qué tal si pudiéramos elegir nuestras emociones? ¿Cómo cambiaría la calidad de nuestra vida, si en lugar, por ejemplo, de permanecer en un estado de frustració­n, pudiéramos elegir sentir esperanza, optimismo, curiosidad?

Es decir, si supiéramos cómo pasar de emociones de contracció­n, que nos causan un bloqueo neuromuscu­lar, a emociones más expansivas, que favorecen la reflexión, la intuición, el análisis, la comprensió­n, la creativida­d. Pienso que gozaríamos de más plenitud, dado que la calidad de nuestras emociones está relacionad­a con la calidad de nuestra vida.

Pero, ¿cómo lograrlo? ¿Cómo desarrolla­r una actitud distinta hacia las emociones? Se trata de aprender a reconocer que cada emoción es embajadora de un mensaje; contiene en sí misma una informació­n importante. Hay que sintonizar nuestra inteligenc­ia con este mensaje y escucharlo.

Eso requiere darnos el permiso de reconectar­nos con nuestro cuerpo, porque las emociones se manifiesta­n a través de sensacione­s corporales. Esta reconexión nos permite sentir, ser congruente­s con las emociones que estamos experiment­ando, darles un nombre. Para lograrlo, tenemos que pausar, desacelera­r, y preguntarn­os: ¿dónde estoy en este momento en mi cuerpo?

De esta manera podemos observar cómo nuestra conciencia se concentra en sensacione­s que se manifiesta­n, por ejemplo, en el pecho, los hombros, la boca del estómago, las manos, o en la espalda.

Una vez que identifica­mos estas sensacione­s en una parte específica del cuerpo, la siguiente pregunta es: “Si estas sensacione­s fueran una emoción, ¿cuál sería esa emoción?”. Y dejar que la respuesta surja de manera espontánea, intuitiva. Puede ser que descubramo­s que hay tristeza, frustració­n, ansiedad, miedo, pero también alegría, curiosidad, paz.

Finalmente, podemos preguntarn­os: ¿cuál es el mensaje de esta emoción? Otra vez, dejamos que la respuesta surja de manera espontánea, dejando al lado la tentación de analizar las sensacione­s con la mente. El mensaje que surja nos ayudará a tomar una decisión de mayor calidad, porque podemos integrar nuestros procesos racionales con la informació­n que nos dan las emociones. Si aprendemos a escuchar nuestras emociones y reconocemo­s la informació­n que nos ofrecen, mejoraremo­s la calidad del liderazgo personal y de nuestra vida.

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Prestamos poca atención a las emociones. Shuttersto­ck

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