Un museo panameño de la “conquista”
Panamá fue la primera colonia española en territorio continental, por ende, inicialmente la bautizaron Reino de Tierra Firme
El salvajismo de la conquista de la América indígena por España, a finales del siglo XV y principios del XVI, pone en entredicho los importantes cambios que surgieron en ambas orillas del mar Atlántico, resultado de ese grandioso Renacimiento español y la subsiguiente inauguración de nuestras respectivas “Edad Moderna”.
Para centrar esa extraordinaria hazaña de España, al crear ese enorme imperio americano, sus conquistadores necesitaron atesorar un excelso ideal religioso, enlazado con esa otra notable virtud castiza, su valerosa persistencia.
Hay dos conceptos alemanes —“zeitgeist” y “weltanschauung”— que nos ayudan a entender las contradicciones del antedicho ideal religioso, creencias espirituales y políticas con orígenes en la península ibérica, que abarcaron tanto España como América, cada una con luz propia. Durante los setecientos años previos al 12 de octubre de 1492, la lucha española contra el islam en la península constituyó un arma psicológica y religiosa contra los musulmanes, usada de igual forma contra los indígenas americanos en la conquista de América, solo meses después de la caída de Granada a manos de los Reyes Católicos en enero 1492.
El espíritu de esos tiempos, su zeitgeist, resultado de su geografía e historia, le dio a España una forma particular de ver el mundo, su weltanschauung, dándole así su unidad esencial, el genio de su pueblo, enriqueciéndolo con variedad y complejidad. Esa unidad espacial y temporal se constituyó en un ideal religioso y político, donde el conflicto entre cristianos y musulmanes se convirtió en una guerra noble en la que hombres valientes querían demostrar su valor y fama.
Aun así, cabe preguntarse: ¿Cómo interpretarían los aztecas, incas y demás “naciones bárbaras” subyugadas por los españoles en América, lo escrito por Hernán Cortes al Rey Felipe II en su “Última y sentidísima carta” donde se enorgullecía de haberle traído “a su yugo y Real cetro muchos y muy grandes reynos y señoríos”? Otra cosa pensaría, durante esos mismos años, los desafortunados esclavos caribes y taínos puestos en venta en España por tratantes genoveses, muy a pesar de los esfuerzos de Fray Bartolomé de Las Casas por humanizar la conquista; o las antedichas “naciones bárbaras” cuando Martin Waldseemüller, un cartógrafo alemán al servicio de un duque francés, decidió llamar nuestro continente América “en honor al sabio hombre que la descubrió” (ver su Cosmographia Introductio 1507).
Se puede decir que en la conquista y durante muchas generaciones más, la diosa Fortuna estuvo tirando rosas, no piedras, a España, convirtiéndola en la mayor potencia de su época, sostenida por ese oro y gloria americana.
Panamá fue la primera colonia española en territorio continental, por ende, inicialmente la bautizaron Reino de Tierra Firme y después “Castilla aurífera” o sea Castilla del Oro, formando parte importante, desde el siglo XVI, de este canto o llanto del proceso conquistador.
¿Se necesita un museo en Panamá para ilustrar el tema de la Conquista?
El genio de los pueblos es la suma de sus disposiciones y limitaciones, siendo variables que cambian sin cesar, como la historia misma. Su visión nacional pertenece a un lenguaje simbólico expresivo de las afinidades que las unen como sociedad y también las antipatías que las separan como individuos. Panamá no es la excepción, con sus 522 años desde ese primer contacto con España.
Sin duda, la aparición de América produjo un cambio inequívoco en el alma y pensamiento tanto de conquistadores como subyugados, con una especie de ruptura y fusión recíproca, como un nuevo espíritu y forma de ver el mundo, que también conquistó a España. Esa nueva actitud no quiso decir represión ni supresión, sino armonía con su novel orden social.
Aquí y ahora, esa previa alianza de conquista y rebelión, vistos con todos los simbolismos y detalles del caso, en un museo panameño de la Conquista, mostrarían a nuestros ojos incrédulos el canto glorioso de los conquistadores y el llanto amargo de los sometidos, convirtiéndonos en testigos actuales de esa histórica conquista.
La Opinión Gráfica