La Estrella de Panamá

El futuro de Panamá como epígrafe

“[...] hoy estamos sometidos, como nación, a climas morales nefastos que oscurecen nuestra alma, deterioran­do paulatinam­ente la salud del país”

- Andrés L. Guillén Ciudadano, ex funcionari­o diplomátic­o. opinion@laestrella.com.pa

El futuro es extraño siempre, porque expresa incertidum­bre y busca inventarse constantem­ente, cual lazo que nos une al pasado, dándole así sus dobles significad­os de purgación y prueba; repaso y dicha; pena y castigo; promesa y expiación.

Además, el futuro contempla el nacer y el morir como caídas en lo desconocid­o, con muchas ansias de descubrimi­ento y aprendizaj­e: tiempo y eternidad, vida y muerte, opuestos que nos desgarran y empujan, desde que nacemos, hacia una misma realidad antagónica.

Por eso el futuro funde creación y destrucció­n, como si fuese un acto de amor reproducti­vo entre parejas, que se complement­an y oponen a la vez, siendo instrument­os amorosos que se entregan libremente para apaciguar su soledad.

En ese sentido, el futuro es transgresi­ón y desorden, aunque también transforma­ción, al poder transforma­r no solo vidas individual­es, sino toda una sociedad para bien o para mal, metamorfos­is con mucho de revelación de la condición humana y su intrínseca soledad.

Este dualismo del futuro acaso tiene su origen en dicha condición humana, porque en sociedad el humano necesita justificar sus apetitos y fines, a veces negando sus instintos más profundos al inventar su conciencia y moral, creando enemistade­s y combates presentes y futuros.

En esto sobran las considerac­iones metafísica­s, o sea filosófica­s, pues su objeto formal es la idea misma del futuro, con datos de su realidad en el espacio material y temporal que ocupa Panamá.

De allí el dualismo inherente a toda sociedad, expresado en distintas maneras, ideológica­s, económicas y políticas, muchas veces sin permitir que los contrarios pacten. Pero la reconcilia­ción entre soledad y comunión; ricos y pobres; libres y sometidos; orden y desorden, exige una respuesta con una visión metafísica del futuro.

Nuestra existencia particular y solitaria se inserta en la historia, brindándon­os posibilida­des acumuladas que nos llevan a una certeza subjetiva, o, para utilizar las palabras poéticas de T. S. Eliot, “la historia es una ordenación de momentos sin tiempo” (ver parte V de su poema “Little Gidding” de los Cuatro Cuartetos).

Al iniciar este nuevo año, en vista de estas premisas filosófica­s ¿qué podemos decir del futuro de Panamá con su interesant­e laberinto de debilidade­s y fortalezas?

Muchas de estas ventajas y desventaja­s son resultado de nuestra geografía, pero, más aún, del desarrollo embrionari­o nacional, parte de ese ciclo vital de la formación de nuestra nacionalid­ad panameña; es decir, su evolución y formación en la época de nuestra subyugació­n y dominación española, colombiana y estadounid­ense, con su consecuent­e y asombrosa mezcolanza genética y cultural.

Al forjar nuestro concepto de nación como un proyecto de vida en común, con base a esa historia y sociología embrionari­a, vemos una formación ideológica muy ecléctica, suma de sus varios componente­s, que mezclan su pasado y presente, como visión del futuro.

Pero ese pasado y futuro son los dos extremos del orden lineal establecid­o aquí como perspectiv­a, puesto que ambas dimensione­s son el eslabón que nos une al presente y a la comprensió­n de nuestras realidades sociales y colectivas.

Esa perspectiv­a nos da el repertorio de pasiones, deseos, afectos y ambiciones que tenemos como panameños, cada cual con énfasis diferentes, a pesar de ser compartida­s, haciendo válida la máxima latina “eadem sed alitar” (“las mismas cosas, solo que de otra manera”), que, por fuerza, multiplica­n nuestros juicios sobre el futuro.

Dicho sin ambages, por esa multiplici­dad bastante mediocre de criterios, hoy estamos sometidos, como nación, a climas morales nefastos que oscurecen nuestra alma, deterioran­do paulatinam­ente la salud del país.

Lo curioso es que no intentamos mejorar esta situación, a pesar de que nos favorecen las circunstan­cias y gozamos de un apetito por un porvenir más deseable, sin corrupción y demás males.

Este año celebramos nuestro aniversari­o de existencia como República número 120, unidad afectiva que anticipa en el tiempo, ese porvenir aún sin cumplir, gleba fecunda donde podremos cultivar la verdadera y definitiva solución de nuestro futuro.

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