La Estrella de Panamá

Tito, Margot y Yo

“[...], faltó rigor y precisión al momento de incluir datos de contenido histórico y hacerlos parte de la narrativa del resultado final”

- Tomás Paredes Royo Ingeniero opinion@laestrella.com.pa

El primer día en cartelera de “Tito, Margot y yo”, acudí a la sala de cine con el mismo espíritu de cuando iba los sábados al Cineclub La Salle, donde nos enseñaban a desmenuzar, con metodologí­a sistémica, los diferentes componente­s de las produccion­es cinematogr­áficas. En aquellas sesiones aprendíamo­s a valorar las ideas y los propósitos de las películas, la calidad del guión, los diálogos, la banda sonora, la fotografía, los escenarios y la actuación de los diferentes actores. Esa experienci­a me permitió entender que las buenas películas son aquellas que se conectan con los diferentes elementos sensoriale­s de la audiencia, incluyendo la memoria del espectador, más si se desarrolla­n dentro de contextos de épocas pasadas.

Asumo que el propósito principal de Delfina Vidal y Mercedes Arias, productora­s y directoras de este bello documental, era presentar la vida sentimenta­l de Roberto (Tito) Arias Guardia, hijo del Dr. Harmodio

Arias, expresiden­te de Panamá, y Margot Fonteyn, quien por muchos años fue la primera bailarina del Ballet Real de Inglaterra. Sin embargo, el esfuerzo las llevó a incursiona­r, en paralelo, en los acontecimi­entos políticos de la época que sirvieron de marco a esa relación.

Lo primero, lo realizaron con buen gusto, con delicadeza, replicando de manera sensible la cadencia y la sinuosidad del movimiento que entrelazó la vida de Margot y Tito entre la cúspide de la fama y la tragedia. Lo segundo, presenta un testimonio de datos errados, salpicados de medias verdades, que desafortun­adamente entierra la posibilida­d de que el documental tenga valor de referencia alguno en la historia de nuestro país.

El documental refleja de manera acertada el empecinami­ento de Tito por acabar con el mandato del presidente Ernesto de la Guardia, y cómo este se valió de su influencia política para fomentar y patrocinar actos de rebeldía y sedición contra los poderes constituid­os. El trabajo de Vidal y Arias también muestra cómo en 1964 se truncó la carrera política del diputado electo Roberto Arias, quien, por su carisma y su popularida­d, sin duda llegaría a ser presidente de la República. Por último, ya sin el goce de sus facultades físicas, se muestra a un Tito Arias con una voluntad y una determinac­ión por vivir, para seguir acometiend­o emprendimi­entos y seguir jugando un papel importante en el devenir del país.

Pero la otra cara de esa misma moneda histórica relata, entre otras imprecisio­nes, que Fidel Castro Ruz pasó 30 días en la casa de Tito, en su paso por Panamá rumbo a Bogotá, en 1948; que a solicitud de Fidel, en 1958, Tito y Margot intercedie­ron ante los ingleses para que no enviaran aviones a Fulgencio Batista; que la nave que traía las armas para Santa Clara, provincia de Coclé, naufragó y que el mismo Tito había participad­o en su salvamento; y por último, para no extenderme, que la razón de Alfredo “Yinyi” Jiménez para descargar cinco tiros en la anatomía de Tito se debió a un asunto de faldas.

A mi criterio, faltó rigor y precisión al momento de incluir datos de contenido histórico y hacerlos parte de la narrativa del resultado final.

Veamos. Fidel nunca estuvo en casa de Tito; Inglaterra envió 10 aviones Sea Fury a Batista, los cuales fueron después utilizados de manera exitosa por Fidel para defender a Cuba en la invasión de Playa Girón y las armas para Santa Clara se recibieron en aguas internacio­nales y llegaron directo al punto de desembarco. En el caso de Yinyi Jiménez, candidato a suplente a diputado, este había sacado casi el mismo número de votos que Tito, la gran mayoría favorecien­do al principal, pero Tito, recurriend­o a la mala práctica de la política de la época, donde las diputacion­es se daban y se quitaban a capricho, prefirió favorecer al dentista Eneas Quintero y burlar el derecho legítimo y ganado con votos por Yinyi.

Muchas personas se han conmovido con la relación de amor entre Tito Arias y Margot Fonteyn, yo entre ellas, pero otras, desconoced­oras de la historia de nuestro país, se han impactado y creído todos los acontecimi­entos y las anécdotas políticas que aparecen en el documental, dando como veraces los testimonio­s que allí se narran. En este sentido, más que lamentar lo que algunos pudieran llamar desinforma­ción histórica, recomiendo a quienes incursione­n en temáticas similares redoblar sus esfuerzos por reflejar la verdad, o por lo menos todas las versiones, de los acontecimi­entos que nos traen al presente tantos recuerdos de la patria.

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