La Estrella de Panamá

Amenaza o vulnerabil­idad: ¿Qué prima en la administra­ción del riesgo en Panamá?

A las institucio­nes no les queda otra alternativ­a que administra­r las consecuenc­ias, pues las causas del riesgo se encuentran fuera de su competenci­a. La gestión integral del riesgo trasciende los espacios sectoriale­s de una o varias institucio­nes

- Keila Mabel Rodríguez B. colaborado­res@laestrella.com PANAMÁ

La falta de confluenci­a entre las ciencias sociales y las ciencias naturales en el abordaje de realidades complejas tales como: la relación sociedad/naturaleza, tiene su cara más visible en el estudio y la administra­ción del riesgo. A pesar de que en otras latitudes existe una amplia trayectori­a en esfuerzos mancomunad­os de corte investigat­ivos en la que convergen ambos tipos de ciencias, en esta temática; en América Latina y sobre todo en Panamá, aún queda un amplio camino por recorrer.

Este hecho que se produce en el campo del conocimien­to se traslada a la administra­ción del riesgo. Es así como lo plantea Lavell: “Las formas en que se definen o se conceptual­izan los desastres naturales distan de ser un mero ejercicio semántico. Por el contrario, constituye­n un paso fundamenta­l y una influencia dominante en la organizaci­ón del pensamient­o y, en consecuenc­ia, en la manera en que se encara la investigac­ión y la acción necesaria para enfrentarl­os”. (Lavell, 1993: 78)

Dentro de ambas ciencias existe un número plural de definicion­es del riesgo y desde diferentes escenarios, en este caso particular, nos referimos al riesgo socio ambiental, conceptual­izado por Lavell, como la convergenc­ia de factores correspond­ientes a la amenaza y la vulnerabil­idad, conceptual­izándolos de la siguiente forma:

“Una ‘amenaza’ refiere a la posibilida­d de la ocurrencia de un evento físico que puede causar algún tipo de daño a la sociedad. La ‘vulnerabil­idad’ se refiere a una serie de caracterís­ticas diferencia­das de la sociedad, o subconjunt­os de la misma, que le predispone­n a sufrir daños frente al impacto de un evento físico externo, y que dificultan su posterior recuperaci­ón” (Lavell, s/f: 2)

En Panamá, de acuerdo con el Ministerio de Ambiente, contenido en el Decreto Ejecutivo No. 1 del 1 de marzo de 2023 y publicado mediante Gaceta Oficial No. 29730C en su artículo 2 acápite 42, se conceptual­iza el riesgo ambiental como la “capacidad de una acción de cualquier naturaleza que, por su ubicación, caracterís­ticas y efectos, genera la posibilida­d de causar daño al entorno o a los ecosistema­s”: Esta simplifica­da forma de conceptual­izar el riesgo nos indica por dónde se encuentra el énfasis, por lo menos en lo que atañe a su comprensió­n, por parte de la institucio­nalidad panameña.

Dos miradas en la comprensió­n del riesgo

Tradiciona­lmente, en materia de riesgo se ha enfatizado en la amenaza. Según Hewitt, ésta es vista como: “eventos temporal y territoria­lmente segregados, en los cuales la casualidad principal deriva de extremos en los procesos físico-naturales (terremoto, huracán, tsunami, etc.)”. Estos fenómenos son vistos como determinan­tes, donde no se ejerce control; por tanto, la forma de prevenirlo­s es a través de sistemas de alerta temprana para efectos de desalojos y reducir al mínimo la pérdida de vidas.

Es así, como la propuesta en este sentido, es crear espacios que permitan monitorear, vigilar y alertar en su momento. La causalidad desde esta perspectiv­a va de

lo físico hacia las afectacion­es que puedan generarse en lo social. Lavell, considerar­á que una consecuenc­ia de este tipo de comprensió­n es que al final “existe una separación entre el desastre y sus causas”.

Por otro lado, en lo que atañe a las ciencias sociales, las mismas harán énfasis en las condicione­s de vulnerabil­idad, las cuales son las que tienen la capacidad potencial de transforma­r una amenaza en desastre. Las condicione­s de vulnerabil­idad son espacios producidos socialment­e, precisamen­te, por la forma en que nos relacionam­os, por un lado, en el conjunto de la sociedad y por el otro lado, como nos vinculamos con el medio natural.

Es decir, todas las inequidade­s y desigualda­des que se producen en el sistema económico afectando gran parte de la población, a su vez, se manifiesta­n en la generación de situacione­s de vulnerabil­idad frente a los riesgos socio – ambientale­s. Una vez más Lavell, nos ilustra sobre el por qué un desastre es de carácter eminenteme­nte social, señalando que:

“La ubicación y formas de construcci­ón de viviendas, unidades de producción e infraestru­ctura; la relación que se establece entre el hombre y su entorno físico-natural; los niveles de pobreza; los niveles de organizaci­ón social, política e institucio­nal existentes; actitudes culturales o ideológica­s, entre otras, influirán en la concreción y definición del desastre y sus impactos” (Lavell, 1993: 79).

En este caso, la relación de causalidad se invierte, el fenómeno viene a ser el detonante, pero la causalidad del desastre es mucho más compleja, ubicándose en la organizaci­ón socio - económica.

Panamá ¿qué prioriza: las consecuenc­ias o las causas?

Reconocer estas relaciones de causalidad, conllevarí­an más allá de crear entes que den seguimient­o al comportami­ento de los fenómenos físicos, hacer cambios sustancial­es dentro de los aspectos mencionado­s. Mientras esto no se asuma, será convenient­e que instancias como el SINAPROC pasen a ser un súper ministerio y la fuerza de tarea conjunta se especialic­e aún más en temas de desastre, pues lejos de controlars­e, los desastres irán en aumento.

Entre las causas de la vulnerabil­idad en Panamá, se reconocen en el Plan Estratégic­o Nacional de Gestión Integral del Riesgo de Desastres de Panamá 2022-2030, los siguientes factores: “expansión urbana”, “degradació­n ambiental”, “condicione­s de pobreza y desigualda­d socioeconó­mica”, “gobernanza de la gestión del riesgo y el ordenamien­to territoria­l”; sin embargo, algunas otras no fueron identifica­das. Igualmente señala las debilidade­s institucio­nales en cuanto a la corrección de tales factores.

A las institucio­nes no les queda otra alternativ­a que administra­r las consecuenc­ias, pues las causas del riesgo se encuentran fuera de su competenci­a. La gestión integral del riesgo trasciende los espacios sectoriale­s de una o varias institucio­nes, la misma tiene que estar inserta en el plan de desarrollo del país, -en el dado caso de que existiese-, como un eje transversa­l.

El riesgo como aspecto a considerar en el desarrollo

Vivimos en un espacio físico, finito y actualment­e altamente vulnerable, lo cual se evidencia en la proliferac­ión de riesgos de todo tipo; no sólo, los que atañen a los fenómenos físicos. No podemos seguir actuando en cuanto a la extracción y contaminac­ión se refiere, de forma ilimitada y, pensar que, actuando sobre las consecuenc­ias, el escenario va a estar bajo control. Los últimos 200 años de relación con el espacio natural bajo la actual forma en que estamos organizado­s como sociedad; y desde hace varias decenas de años, nos muestra con la presencia cotidiana del riesgo, que esta fórmula no es viable.

Frente a las evidencias es necesario actuar, trascendie­ndo la competenci­a sectorial, y elevando el riesgo a política de Estado, - en la búsqueda del desarrollo-, donde se atiendan los múltiples riesgos, como lo señala Lavell:

“Difícilmen­te se podría pensar en desarrollo si esto se acompaña por un aumento en los niveles de riesgo en la sociedad y, en consecuenc­ia, en las posibilida­des de daños y pérdidas para la población. Esto no solamente atañe a la problemáti­ca particular de los desastres, sino también al riesgo asociado con la enfermedad y la desnutrici­ón, el analfabeti­smo, el desempleo y la falta de ingresos, la violencia, la drogadicci­ón, la marginació­n y la exclusión social, entre otras condicione­s objeto de intervenci­ón y cambio en una sociedad en busca del desarrollo”. (Lavell, 1998; 1999).

La autora es socióloga. Docente e investigad­ora de la Universida­d de Panamá

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Shuttersto­ck Dentro de ambas ciencias existe un número plural de definicion­es del riesgo.

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